La Biblia en la Conquista y la colonización de América latina

«En el reducido equipaje de los misioneros iban ejemplares de las Sagradas Escrituras». Bueno Monreal. 

Por Luis de Salem

El doctor José María Bueno Monreal, cardenal-arzobispo de Sevilla, España, en prólogo escrito para presentar la Biblia impresa en 1964 por Editorial Herder, afirma que las primeras Biblias que llegaron al Nuevo Mundo venían en las carabelas de Cristóbal Colón. 

«Apenas iniciado el glorioso descubrimiento del Nuevo Mundo (dice el doctor Bueno Monreal) desde esta misma diócesis partieron no pocos misioneros, incluso acompañando al mismo Colón en sus viajes para dar sentido cristiano a la gran empresa del descubrimiento y llevar el conocimiento de Dios a tantos millones de almas que todavía no habían tenido posibilidad de oír su divina Palabra. 

»En el reducido equipaje de aquellos misioneros iban ejemplares de las Sagradas Escrituras, que muy pronto empezaron a imprimirlas también en aquellas tierras vírgenes. Y del mismo Colón se dice que, ya en su primer viaje, cuando las tempestades del Océano hacían peligrar sus frágiles carabelas, tomaba en sus manos un ejemplar de los Evangelios y, con ferviente espíritu de fe, leía en voz alta, como el mejor remedio para apaciguar las encrespadas olas, el prólogo de San Juan».1

Un poco antes, el notable investigador y escritor francés Marcel Bataillón, tratando el mismo asunto, en su libro Erasmo y España, afirmó: «En 1541 fue procesado en Santo Domingo don Jerónimo Bejarano, acusado de despreciar la teología escolástica… Abogar por la lectura de la Biblia en lengua vulgar, la interpretación privada de la Escritura, la predicación desligada del sacerdocio… Opinaba que las Sagradas Escrituras deben andar en lengua romance para que todos las lean y entiendan, así ignorantes como sabios, incluso el pastor y la viejecita; que para entender las Sagradas Escrituras no se cuide de ver doctores, ni seguir expositores, sino que lean el texto, que Dios alumbrará la verdad».2 

Uniendo la declaración de Bueno Monreal con la de Bataillón, hallaremos que las Sagradas Escrituras llegaron a estas tierras en los equipajes de misioneros católico-romanos como también en los equipajes de personas inspiradas en las doctrinas de la Reforma Protestante. 

Este último hecho es muy claro en el libro de Pedro Henríquez Ureña, intitulado: La Cultura y las Letras Coloniales en Santo Domingo, donde leemos: «En su tiempo, dice Gil González Dávila, D. Nicolás de Añasco, deán de la iglesia de Santo Domingo, quemó en la plaza de la ciudad 300 Biblias en romance, glosadas conforme a la secta de Lutero y de otros impíos; que las halló andando visitando el arzobispado en nombre del arzobispo. Significa profusión de ejemplares de la Biblia de Casiodoro de Reina».3 

Lo anterior ocurrió en el año de 1601, treinta y dos años después de que apareciera en Basilea la primera edición de la Biblia de Reina y un año antes de su primera revisión, hecha por Cipriano de Valera. 

Tal parece que en un principio la Iglesia Católica no se oponía a la circulación de la Biblia en lengua popular, al contrario, la aconsejaba. Como un ejemplo de ello citamos las palabras de Fray Juan de Zumárraga, primer obispo de México. Dice Zumárraga: «El primer paso para ser cristiano es conocer las Sagradas Escrituras». Sin embargo, la Iglesia titubeó un poco sobre este asunto; es fácil encontrar frases que abogan por la lectura de la Biblia, como también otras de total prohibición. 

En los primeros tiempos de la Conquista estaban en boga los libros de caballería, lo mismo que hoy lo están en las revistas de tiras cómicas. Esto fue tan notorio que algunos historiadores afirman que don Diego Hurtado de Mendoza, al ir a Roma como Embajador, se llevó dos libros: el Amadís de Gaula y la Celestina, porque el dignatario parecía encontrar más inspiración en las citadas obras que en las Epístolas de San Pablo. 

Sorprendidos por este hecho los reyes, y con ellos la Iglesia, prohibieron la lectura de esas obras, como también que fuesen llevadas a las colonias porque eso podría restarle la «autoridad y crédito de Nuestra Santa Escritura». Por esta razón el 14 de julio de 1536, la reina envió una orden a don Antonio de Mendoza, virrey de nueva España, prohibiendo toda clase de libros de caballería, especialmente el Amadís de Gaula

Dice la orden: «Algunos días ha que el Emperador y Rey, mi Señor, prohibió que se llevasen a esas partes libros de romance y de materias profanas y fabulosas porque los indios que supiesen leer no se diesen a ellos, dejando los libros de sana y buena doctrina y leyéndolos no aprendiesen en ellos malas costumbres y vicios; y también porque desque sopiesen aquellos libros de Istorias vanas habían sido compuestos sin haber pasado, ansi no perdiesen la autoridad y crédito de Nuestra Sagrada Escritura…»4. 

Sin embargo este aprecio hacia la lectura y difusión de la Biblia decayó un poco, hasta llegar a ejercerse un verdadero control aduanal para todo tipo de libro de carácter religioso. 

Esto seguramente por causa de la Inquisición que no quería que las doctrinas protestantes llegaran a estos rumbos. Y no solo sobre los libros que venían en los barcos se ejercía este control inquisitorial sino también sobre personas que vinieren en ellos, a quienes preguntaban de qué naciones venían, «de qué Príncipes, República o Señores son vasallos y si hay alguno que sea Judío, Moro, Turco, o Morisco de los expulsados de España, o hereje Lutherano, Calvinista o de otra secta contraria nuestra Fe Cathólica» (Op. Cit. P. 149). 

Además, en la misma lista de cosas prohibidas se incluía «si en el dicho navío vienen algunas imágenes o figuras de Santos Papas, Cardenales, Obispos, Clérigos, y Religiosos, indecentes y ridículos, de mala pintura, o libros, prohibidos como Biblias en cualquier lengua vulgar, o otros de las sectas de Luthero, Calvino y otros herejes, o de los prohibidos por el Santo Oficio de la Inquisición, o cualesquiera otros que vengan por registrar, y escondidos, y sin licencia del santo oficio. 

En 1572 se amplió la lista incluyendo esta aclaración: «Item, qué libros vienen de la nao para rezar o leer o pasar el tiempo y los que hubiere se han de ver si son prohibidos y si son en lengua extranjera, poner mucha diligencia para que se entienda lo que son, y aquí es de advertir que si son extranjeros luteranos, de ordinario suelen traer salmos de David en su lengua que vienen cantando por la mar» (Op. Cit. p. 150). 

A pesar de estas severas prohibiciones los libros de Caballerías, así como los de Erasmo, Lutero, Calvino, y Biblias en Romance penetraban en América, razón por la cual los virreyes recibían repetidas órdenes de prohibir este tipo de libro. En la misma forma los guardianes de aduana eran indeclinables en el cumplimiento de sus deberes, recogiendo y quemando todo libro prohibido y entregando a quienes lo portaran a juicio que era seguido por los tribunales de la Inquisición. 

Lo anterior se refería a Biblias en Romance, pero no a la Vulgata Latina que circuló entre los medios cultos de la Iglesia. En ejemplares de esta famosa edición leyeron la Palabra de Dios, entre otros religiosos y religiosas distinguidos, Sor Juana Inés de la Cruz, distinguida cifra de las letras mexicanas y la Madre Castillo, la mejor escritora mística de Colombia. Es, a la vez, curioso notar que entre los libros que eran propiedad del general don Francisco de Miranda, precursor de la independencia latinoamericana, existía un ejemplar de la Vulgata, dos de la Biblia del Oso y uno del Nuevo Testamento que seguro Miranda leyó con interés. Esto a fines de la Colonia y primeros días de la emancipación hispanoamericana. 

En el apéndice de la citada obra: Los Libros del Conquistador, escrito en inglés por Irwin A. Leonard, publicado en 1949, cuya versión castellana fue publicada en 1953, con el Fondo de Cultura Económica, México-Buenos Aires, aparecen las listas de nueve documentos extractados de diversas clases de instrumentos legales autorizados por notarios públicos y otros funcionarios en España, y especialmente en Hispanoamérica. 

El libro de Irwin A. Leonard se dedica especialmente al estudio de los libros de ficción introducidos en América durante la Conquista y la Colonia, no obstante aparecen varias citaciones de libros de carácter espiritual, entre ellos las obras de Erasmo, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Luis Vives y otros escritores religiosos. En el citado libro también aparecen algunas referencias a la Biblia, especialmente en las listas finales que más que todo revelan existencias de librerías en Hispanoamérica o libros embarcados en Sevilla. A continuación copiamos los items que tienen que ver con las Sagradas Escrituras. 

Pagaré de Pablo García y Pedro de Trujillo, firmado en la ciudad de México el 21 de julio de 1576: En esta larguísima lista existen las siguientes anotaciones de existencias de la Biblia: «(7) Seys Excelencias del Santo Evangelio a peso y ducado. (18) Seys Ides bíblicos en papelón las tres y otras tres en pergamino a tres tomines. (50) Un Fero sobre Génesis en peso y medio. (66) Dos Figuras de la Biblia a peso y dos tomines (Franxisco de Avila, Figuare Bibliorum veteris Testamenti). (94) Vna Biblia grande de a pliego en siete pesos. (96) Dos Titelman del Evangelio a peso y medio» (Op. Cit. pp. 271-278).

En el pagaré de Alfonso de Losa, mercader de libros, firmado en México, 22 de diciembre de 1576, figuran las siguientes Biblias: «(11) 4 Biblias Plantino, con índice añadido, y folio a 12 reales (Biblia), (12) 9 Biblias yn 8, Amberes, con sumarios y números a 13 reales, (13) 1 Biblia en 5 tomos, impresa en León a 5 reales (14) – Biblia, impresa en Amberes, con figuras, en folio a 30 reales, (15) 1 Biblia, impresa en Amberes, en folio a 28 reales, (16) 2 Biblias impresas en León de Francia, en 8 con figuras a 14 reales». La lista total de este pagaré incluye 248 títulos (Op. Cit. pp. 279-289).

En la escritura de Francisco de la Hoz a Juan Jiménez del Río, firmada en la Ciudad de Los Reyes (Lima, Perú), el 22 de mayo de 1583, aparece registro de las siguientes Biblias: «(55) 16 bliuias (Biblias) chicas de otabo de pliego de la impresión de plantino con el yndex biblicum en tablas de madera y manos y becerro de los mejores, (56) 8 Biblias yn otabo de pliego ystorias de los mejores y mas nuebos y enmendados y enmendadas en tabla de madera y manos y becerro, (57) 4 concordancias de la Biblia en coarto de pliego o de las mejores que se hallaren y mas o Juan de Segovia, Concordancia de la Biblia (58) 4 Biblias grandes de marca de a pliego de las mejores y mas enmendadas y figuradas de madera, manos y becerro». Esta lista incluye 142 títulos con varios volúmenes en cada título (Op. Cit. pp. 290-299).

En el registro de Luis de Padilla, hecho en Sevilla, el año de 1600 encontramos los siguientes ítems entre los 678 títulos: «(73) Los Salmos. Tomus primero. En quince reales, (162) Una Biblia en latín con figuras impresa en Francfort. En doce reales, (195) Salmos de David. En griego y latín (199) Las Epistolas de Sant Pablo, y la Apocalipsi. En griego y latín, en dos reales, (241) Sermones sobre el profeta Miqueas (no identificado). Dos cuerpos, (292) Una Biblia en lengua hebrea. En cuatro cuerpecitos pequeños En ocho reales, (437) Una Biblia hebrea en tres cuerpos. En doce reales». Esta larguísima lista de libros tiene al final una nota que dice: «Estos libros no son prohibidos y se pueden llevar a las Indias. El doctor Luciano de Negrón» (Op. Cit. pp. 303-333).

En el pagaré de Luis Florez Chacón, firmado en Lima, Perú, el 13 de febrero de 1613, hay las siguientes referencias a la Biblia: «(9) Dos Biblias vulgatas (La Biblia Vulgata: Nicolás Remos, De la Vulgata edición de la Biblia, (61) 7 Epistolas Ebanxelios (Ambrosio Montesino, Epístolas y Evangelios, (63) 33 evanggelios (de los cuatro evangelios)» (Op. Cit. pp. 334-335).

Por último, en los recibos de Miguel Méndez a Juan de Sarría, firmados en Lima, el 6 de junio de 1606, hallamos los siguientes datos: «(46) 2 epístolas y evangelios y (5) 2 Biblias Vulgatas por ocho y medio patacones» (Op. Cit. pp. 336-347).

Las listas anteriores muestran que la Biblia circuló en América Latina desde los mismos días de la Conquista y durante la Colonia. Es cierto que su circulación no alcanzó al pueblo, pero sí a la gente de la vida religiosa como las ya citadas poetisas, Juana Inés de la Cruz, y la Madre Castillo, como también a muchas grandes figuras de nuestra causa emancipadora, como los generales Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Miguel Hidalgo y Costilla, Bernardo O’Higgins y tantos más.

  1. Bueno Monreal José María. Sagrada Biblia. Editorial Herder. Barcelona, 1964.

  2. Bataillón Marcel. Erasmo y España. Fondo de Cultura Económica, México-Buenos Aires, 1950, Tomo II p. 435.

  3. Citado por Julio D. Postigo, La Biblia en América Latina. Núm. 61, México D. F. Enero 4 de marzo de 1962, p. 6.

  4. Irwin A. Leonard. Los Libros del Conquistador. Fondo de Cultura Económica, México-Buenos Aires, 1949, p. 81.

Tomado de El Dios Escondido de los Libertadores por Luis D. Salem, Casa Unida de Publicaciones, México, D. F., 1970.


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