Santander 

«Yo nunca he hecho profesión de incrédulo. Amo mi religión porque felizmente la conozco» Santander. 

Por Luis D. Salem

Francisco de Paula Santander nació en Villa del Rosario de Cúcuta el 2 de abril de 1792. El nombre de este notable prócer figura en primera línea entre los forjadores de la independencia colombiana.

El 17 de agosto de 1805, Santander viajó a Santa Fe de Bogotá con el fin de realizar estudios en el Colegio de San Bartolomé. En la capital del Virreinato vivió bajo la tutela de su tío materno, doctor Nicolás de Omaña, sacerdote católico. 

El 20 de abril de 1810 estalló la revolución de independencia. Santander suspendió sus estudios para abogado que seguía en el Colegio de San Bartolomé y se incorporó al ejército patriota. Una vez organizado el gobierno republicano, los patriotas se dividieron en dos bandos. Don Antonio Nariño, entonces presidente, abogaba por el establecimiento de un gobierno unitario. El Congreso veía la necesidad de un gobierno federal, dando mayor autonomía a las provincias y menos al ejecutivo central. Santander tomó partido con los federalistas. Vino la guerra civil. A principios de 1813 las fuerzas de Nariño derrotaron a los federalistas a las puertas de la capital. Santander cayó prisionero. Gracias a la intervención del doctor José María Castillo y Rada, el prisionero obtuvo su libertad.

Santander se encaminó a Cúcuta para ponerse a órdenes del entonces coronel Simón Bolívar quien con un ejército de granadinos, avanzaba rumbo a Venezuela. Santander se distinguió en la pantalla de la Grita, ganó ascenso y obtuvo plaza en los ejércitos que defendían los valles de Cúcuta. 

En forma heroica el joven soldado recorrió el oriente neogranadino donde se distinguió por su valor. En 1814 vino el desastre de Cachirí y las fuerzas republicanas fueron barridas por el poderío español. Santander, a la cabeza de un reducido grupo de soldados, se refugió en los llanos de Casanare. Este reducido ejército era la única fuerza republicana que pudo subsistir. Bolívar había sido derrotado en Venezuela; Nariño en la provincia de Pasto. 

Santander, en los llanos, obró con energía, reclutó soldados y organizó un poderoso ejército. Entre tanto Bolívar hacía algo semejante en los llanos de Venezuela con el propósito de invadir a Nueva Granada. Santander puso a órdenes de Bolívar sus ya poderosos batallones. En 1819 los ejércitos de Bolívar y Santander cruzaron los páramos de Pisba. Después de victoriosos encuentros en Gámeza y Pantano de Vargas, el 7 de agosto de 1819 los españoles fueron derrotados en el Puente de Boyacá. Con la batalla de Boyacá se consolidó la independencia de Nueva Granada, después de nueve años de lucha continuada. Durante este largo período Santander no dejó caer el arma de sus manos. 

El 11 de septiembre de 1819 Santander asumió el cargo de vicepresidente de Nueva Granada. Bolívar fue nombrado presidente, pero como su presencia era necesaria en el campo de batalla hasta obtener la libertad de Venezuela, Ecuador, Perú Y Bolivia, el Libertador dejó el gobierno granadino en manos de Santander. Se necesitaba la inteligencia y preparación de tal hombre para asumir esta responsabilidad. Sin leyes, sin dinero, sin hombres preparados para el gobierno y sin escuelas para educarlos, la carga que caía sobre el joven general era asombrosa. 

El vicepresidente trabajó con extraordinaria rapidez: reunió el Congreso que dictó la Constitución de la República, organizó escuelas en todas las poblaciones importantes y colegios en las capitales de provincia. Para impulsar la educación se utilizó el método lancasteriano que tanto bien había dicho en Argentina y Chile. Fue entonces cuando (año de 1825) llegó a Bogotá el reverendo Diego Thomson para ayudar al gobierno en momentos de gran necesidad. Sobre este asunto dice Thomson: «En mi tránsito de Quito a Bogotá vi tres escuelas según el plan británico de monitores, una en Yaguará y dos en Popayán… El establecimiento de estas escuelas en las provincias de Colombia es la manifestación de un plan general, cuyo centro se halla establecido tiempo ha en la capital. Luego que llegué a esta ciudad, fui a visitar la escuela matriz; pero no pude ver al director del establecimiento, como lo deseaba, para tomar informes del número y fruto de las escuelas provinciales. El director estaba entonces ausente, visitando algunas de las provincias y tratando de establecer escuelas en ellas. No puedo pues deciros qué número de escuelas existía, pero tengo fundamento para creer que el suficiente para dar alimento y esperanza a los amigos de la educación. 

»Recibí del señor Restrepo, ministro del interior, ejemplares de las lecciones que se usan en las escuelas, y es sensible no ver allí las Sagradas Escrituras, ni extracto alguno de aquel inestimable volumen, dictado para nuestra felicidad y consuelo, en juventud y en vejez, en el tiempo y en la eternidad. Con esta sola excepción, son buenas las elecciones, y bajo todos aspectos superiores a la prosa que solía darse a leer a los niños americanos. Una parte de ellas merece mencionarse. Léese en las escuelas la Constitución del Estado. De ese modo aprenden los niños desde la infancia las instituciones que los rigen, lo que deben a su país como ciudadanos y lo que se deben unos a otros; cosa que me parece digna de imitarse en otros países. Es de esperar que el plan adoptado para imbuir la tierna alma del niño de este temprano informe de su gobierno y leyes nacionales, se extenderá en breve a los estatutos de Dios, revelados en los Sagrados Libros»1. 

Santander fue jefe del gobierno granadino en dos ocasiones. Fueron dos épocas de gran prosperidad para la nación. Hombre de marcados perfiles liberales, bajo su gobierno se organizaron en el país algunas logias masónicas, se introdujo en las escuelas el estudio de las obras del filósofo inglés Jeremías Bentham y se organizó la Sociedad Bíblica de Colombia, empresa esta última encargada de distribuir las Sagradas Escrituras en toda la nación. Colombia, en aquellos días, se formaba por los territorios que hoy ocupan Colombia, Venezuela, Panamá y Ecuador. 

Se puede afirmar, sin temor alguno, que durante la administración de Santander, la divulgación de las Sagradas Escrituras tuvo un impulso extraordinario en los países bolivarianos. La literatura colombiana de aquellos días está saturada de citas bíblicas. Esto obedecía, en primer lugar, a la oposición del clero al gobierno, especialmente en asuntos relacionados con el patronato. Los patriotas defendían sus ideales con textos bíblicos que ponían frente a los clérigos que se oponían al gobierno. Lo interesante es ver cómo algunos sacerdotes amigos de la independencia se convertían en voceros del gobierno. Tal es el caso del sacerdote Juan Nepomuceno Azuero que defendía la abolición del patronato con textos tomados del Nuevo Testamento. Sobre este particular oigamos al historiador católico José Manuel Groot: «El doctor Azuero, copiando a Llorente, no dejó lugar del Nuevo Testamento, de aquellos que establecen la sumisión y obediencia a las potestades, que no adujese con el sofisma de ampliación aplicado al texto del capítulo XII de la Epístola a los Romanos…»2.

Los laicos, al par de los curas republicanos, también muestran amplios conocimientos de la Biblia, conocimientos que citan en defensa de la autoridad civil contra la imposición del clero. Tal es el caso del doctor Vicente Azuero de quien Groot afirma: «Véase, pues, cuánto era el error, cuán grande la herejía del doctor Azuero, erigido en maestro de doctrina del doctor Margallo y del Ejecutivo de Colombia, a quien imponía estas reglas para su enseñanza, y para que, según ellas, graduase el crimen del sacerdote faccioso, rebelde a las leyes» (Op. Cit. p. 131). La intervención del doctor Vicente Azuero fue necesaria en defensa de las enseñanzas (en las escuelas del gobierno) de la filosofía de Bentham ampliamente compartida por el doctor Francisco Margallo, sacerdote de corte ultraconservador. (Sobre este interesante caso véase Historia Eclesiástica y Civil de Nueva Granada, por José Manuel Groot, Editorial A. B. C. Bogotá, 1953, p.p. 124-148).

La organización de la Sociedad Bíblica de Colombia es otro acontecimiento notable que tuvo lugar en Bogotá durante la primera administración del general Santander. Sobre este tema dice el doctor Groot: «Los protestantes, aunados con estos apóstatas españoles, creyeron encontrar la mejor coyuntura para introducir el protestantismo en Colombia, contando, sin duda, con sorprender la candidez o poca instrucción de los prelados eclesiásticos e ignorancia del común de los colombianos. Así fue que con toda confianza mandó la Sociedad Bíblica de Londres un comisionado de su seno, Mr. Thomson, para fundar la Sociedad Bíblica en la República, el cual vino a Bogotá, donde su proyecto fue acogido con entusiasmo y favorecido por el gobierno» (Op. Cit. Tomo V, p. 45). 

Acerca de tal acontecimiento informó el periódico El Constitucional lo siguiente: «El 15 del corriente, a las cinco y media de la tarde, se han reunido públicamente en la capilla de la Universidad de esta capital los señores Ministros de Relaciones Exteriores, doctor Pedro Güal; Senador Antonio Malo; representantes, Joaquín Gómez y doctor Mariano Niño; Rector del Colegio Mayor de San Bartolomé, doctor José María Estévez; Rector de la Universidad; fray Joaquín Gálvez; Prior del Convento de predicadores, fray Mariano Garnica, doctor José Nicolás Quevedo y el Secretario de la Universidad, invitados por Mr. Thomson, comisionado de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, con el objeto de establecer una Sociedad Bíblica en Colombia.

»Se leyeron los reglamentos; se hicieron algunas observaciones por el señor Güal y se acordó últimamente una reunión más general para el domingo 20 de los corrientes a las cuatro de la tarde, en el mismo lugar, en que se tratará de las ventajas o inconvenientes de dicho establecimiento en Colombia, y de común acuerdo se instalará esta Sociedad, que tantas bendiciones espirituales ha traído al género humano en Europa, Asia y África; y de que se dará al público una idea exacta por medio de la imprenta, advirtiendo, entretanto, que el objeto exclusivo de la Sociedad es la propagación de la Sagrada Biblia en todo el orbe»3.

El ya citado periódico informa de la segunda reunión en los siguientes términos: «El 20 del corriente tuvo lugar la reunión anunciada en el número anterior para el establecimiento de tan importante Sociedad. Se pronunciaron elocuentes discursos por los señores Güal, Castillo y Herrera, y después de una dilatada discusión convinieron en que se hiciere un convite general, por medio de esquelas, para este día a las 4 de la tarde. El objeto principal de esta invitación es asegurar las bases de esta Sociedad para su permanencia y decoro; oír las razones juiciosas de los señores concurrentes y convenir definitivamente en lo que parezca más conforme con el estado actual de la República y sus relaciones. Quiera el cielo que veamos cumplidos los deseos de los que han interesado sus luces y patriotismo en una obra tan benéfica» (Op. Cit. marzo 24 de 1825).

Una vez organizada la referida Sociedad El Constitucional  dice: «Por fin se ha conseguido plantar un establecimiento cuyas ventajas conocerán bien pronto los amigos de la religión de Jesucristo y de la verdadera ilustración de los pueblos» (Op. Cit. marzo 31 de 1825).

La elección de presidente, vicepresidente, secretario y tesorero se realizó el 4 de abril de 1825, resultando electos los siguientes:

«Presidente: El Señor doctor Pedro Güal, Ministro de Relaciones Exteriores.

Primer vicepresidente: El señor doctor José María Castillo, Ministro de Hacienda.

Segundo vicepresidente: El señor doctor José María Estévez, Prebendado y Rector del Colegio Mayor de San Bartlomé.

Tercer vicepresidente: El Señor doctor Juan Fernández de Sotomayor, Rector del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario.

Tesorero: El señor José Sanz de Santamaría, Senador y Contador departamental de Cundinamarca.

Secretarios: El padre Fray Antonio María Gutiérrez, secretario de la Universidad, y el señor doctor N. Cheyne…» (Op. Cit. abril 7 de 1825).

El reglamento de la Sociedad Bíblica de Colombia, dice: «Considerando las grandes ventajas que ha reportado el género humano con el establecimiento de esta sociedad y que el santo objeto de sus fundadores, por más que se critique, no ha sido otro que uniformar la moral de los pueblos por medio de las máximas divinas de las Escrituras, hemos creído hacer un servicio importante a Colombia, cuyos pueblos, aunque sumisos y obedientes al Evangelio en grado heroico, no han podido recibir otras nociones de la religión sana de Jesús, por lo general, sino la de pequeños catecismos y arbitrarias interpretaciones, estableciendo y fundando una sociedad Nacional e independiente.

1ª.- Esta Sociedad se llama La Sociedad Bíblica de Colombia. Bajo las reglas siguientes:

2ª.- Su único y exclusivo objeto es promover la circulación y propagación de las Sagradas Escrituras en toda la República y en toda la América, conforme a sus alcances.

3ª.- Las ediciones de la Escritura que se circulan por esta Sociedad serán precisamente de las versiones aprobadas por la Iglesia Católica, y sujetas a la revisión de los señores Ordinarios Eclesiásticos, conforme a las sabias disposiciones del Tridentino»4.

Lo anterior se realizó bajo la primera administración del general Santander. Por esta razón el ya citado historiador Groot afirma muy doloridamente: «No hablemos ya de logias; fijémonos únicamente en el negocio de la Sociedad Bíblica establecida por una comisión protestante, de acuerdo con el gobierno y bajo su protección, siendo todo el Ministerio el núcleo de tal Sociedad y su presidente el primer Secretario de Estado…» (Op. Cit. p. 58).

Como ya hemos visto en la organización de la Sociedad Bíblica figuran esclarecidas personalidades de la iglesia Católica. Con la única excepción del pastor Thomson, los demás, laicos, o curas, eran católicos sinceros. No obstante, muchos religiosos se opusieron abiertamente al gobierno y a la naciente Sociedad. El Noticiote, periódico bogotano de aquella época, dijo: «aconsejamos al señor Provisor haga suscripción para imprimir, antes que la Biblia, dos millones de Astetes (catecismo del padre Gaspar Astete) para que aprendan sus ovejas la doctrina cristiana» (Op. Cit. p. 56). Tanto arreció esta persecución que la Sociedad Bíblica dejó de existir poco tiempo después. Lástima porque si Colombia hubiera recibido desde aquellos días el mensaje de la Biblia nos hubiéramos ahorrado tantas páginas de horror, así como las marchas forzadas en que hoy la misma Iglesia Católica avanza para dar a conocer la Biblia al pueblo.

La oposición del clero a Santander fue tan intensa que el gobierno se vio obligado a tomar medidas enérgicas para el desarrollo de sus programas en la organización del país. Esta situación es clara. Al respecto dice el doctor Groot: «Cuando el Libertador estaba en Venezuela y el Vicepresidente ejercía el gobierno, sin dependencia del Presidente, salieron desterrados para los llanos, por la vía de Cáqueza, varios clérigos, entre ellos los dos hermanos Torres curas de Tabio y de las Nieves; el doctor Ignacio Flórez, cura de Sopó, declarado libre de todo cargo en el mes de septiembre del año anterior, el doctor Nicolás Valenzuela, el doctor Ricardo Bufanda, cura de Cajicá, español, y otros dos o tres curas cuyos nombres no recordamos…

»Cierto que los señores Torres habían sido realistas, pero a nadie habían perjudicado… Poseído de tal idea, cuando hablaba de los próceres de la independencia los trataba mal, y se hacía aún temerario, pues hasta la misión científica del Barón de Humboldt la calificaba de sospechosa y no vacilaba en creer que el Barón era enviado de Napoleón. Los escritos del cura de las Nieves fueron a manos del general Santander, quien perturbado con las predicaciones del levita antirrepublicano, puso al pie la siguiente nota: ‘este escritor es tan acreedor a la horca como lo fue Judas Iscariote’ (Op. Cit. pp. 74-75). El doctor Valenzuela había sido realista exaltado, había ofrecido 500 pesos por la cabeza de Simón Bolívar y había hecho un sermón furibundo contra los patriotas en la primera época de la República» (Op. Cit. p. 76).

No obstante, Santander fue un sincero creyente. En cierta ocasión dijo: «Yo nunca he hecho profesión de incrédulo. Amo mi religión, porque felizmente la conozco… Sé también que debo morirme, y que después de la muerte seguirá el juicio, que el Libro de la Sabiduría, en el capítulo seis, califica de durísimo el castigo para los que no han ejercido bien el poder que se les ha confiado. Mas sé que el Supremo Juez ha de conocer la debilidad de mis fuerzas, que acá me ha rodeado de consejeros, hombres sabios y piadosos que ilustren mi entendimiento y corrijan mis extravíos». Las frases anteriores indican que un libro bíblico (deuterocanónico) le ordenó gobernar bien y por eso se rodeó de buenos consejeros.

Una vez consolidada la independencia de Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia, el Libertador regresó a Bogotá en su calidad de Presidente de la República. Bolívar era partidario de un ejecutivo fuerte cosa que Santander detestaba por creer que el Ejecutivo debe estar sometido al Congreso y a la Constitución. Se inició una serie de fuertes discusiones que obligaron a Bolívar a asumir la dictadura. Los partidarios de Santander se organizaron para defender la legalidad. Los constitucionalistas planearon derrocar la dictadura. En la noche del 25 de septiembre de 1828, asaltaron el palacio. Bolívar escapó con vida. Santander no tomó parte en estos hechos, pero sus enemigos políticos aprovecharon la oportunidad para deshacerse de tan firme adversario. El prócer fue reducido a prisión. Un juzgado formado por enemigos suyos lo sentenció a muerte y a la pérdida de sus grados militares. Bolívar no creyó en la participación de Santander y le conmutó la pena de muerte por la de destierro perpetuo.

Mientras se cumplían los trámites del destierro Santander pasó siete meses preso en el Castillo de Bocachica, cerca de Cartagena, y dos meses más en un barco militar, surcando las aguas de la costa atlántica. Durante el destierro viajó por Europa y por los Estados Unidos de América. El 10 de junio de 1831, en decreto firmado por don Domingo Caycedo, el gobierno devolvió a Santander sus grados militares y le invitó a regresar a la patria. Poco después salió electo Presidente de la República. El 16 de julio de 1832, el prócer desembarcó en Santa Marta, desde donde dirigió a los granadinos a una proclama, llamando a la unión y al trabajo por el engrandecimiento de la patria. He aquí algunos fragmentos:

«Al pisar otra vez las playas de nuestra querida patria, mi primer deber es adorar a la mano Suprema que ha protegido mis días y sostenido vuestros patrióticos esfuerzos en el restablecimiento del reinado de las leyes. Desde las bóvedas de Bocachica protesté al gobierno que me encerró en ellas que, si me permitía salir de Colombia para ir a vivir lejos de sus riberas, no las volvería a pisar sino con su consentimiento. El juramento, añadí entonces, de un hombre que ha sabido cumplir cuantos ha prestado arriesgando sus comodidades, sus intereses, su tranquilidad y su vida, es una garantía completa.

»El tiempo ha hecho nuevamente justicia a la religiosidad de mi palabra. Yo vuelvo al seno de la patria después de que el gobierno nacional me lo ha ordenado, y de que vosotros me habéis franqueado las puertas. No vuelvo a vengar mis agravios personales ni a indagar quiénes han sido mis perseguidores. Vengo a prestar todos los servicios de que sea capaz, con el desinterés y patriotismo con que la he servido desde el 20 de julio de 1810…

»Yo os declaro nuevamente que, magistrado o ciudadano privado, soldado o labrador, la libertad bajo un gobierno republicano continuará siendo mi ídolo, las leyes la única regla de mi conducta y la utilidad de las mayorías el objeto de mis investigaciones y sacrificios. Yo depongo en las aras de la patria todos mis resentimientos particulares, perdono a todos mis enemigos, y me consagraré sin reserva al restablecimiento de la paz interior y de la concordia general bajo el reinado de la ley.

»Haced todos lo mismo como una ofrenda digna de la civilización y de los principios liberales que hemos proclamado. No más injurias, no más rencores por los errores o faltas del pasado. Velemos todos porque nuestra Constitución política sea exactamente cumplida, llamemos la atención de las autoridades hacia las maquinaciones que pudieran tramar sus enemigos, olvidemos la conducta de quienes por perversidad destruyeron nuestras instituciones; pero no nos insultemos más, no frustremos los efectos que un código de leyes protectoras y un gobierno imparcial y justo deben producir.

»Convenzámonos de que la persecución a nadie desengaña de sus errores, ni evita las reacciones políticas. Por el contrario, la moderación, la tolerancia y la justicia rigen el corazón y desarman el descontento… ¡Qué mayor dicha y qué mayor gloria que la de pertenecer a un país donde se respetan las leyes, la equidad y el juicio de la opinión pública».

Una vez terminado su período presidencial en el cual se hizo hincapié en el respeto a la Constitución y a la voluntad popular, el general Santander pasó a ocupar una curul en la Cámara de Representantes. Así lo sorprendió la muerte el 6 de mayo de 1840, a la temprana edad de 48 años. La Cámara y toda la nación se cubrieron de luto ante los despojos mortales del prócer. La silla que ocupaba en la Cámara, por disposición de la entidad, se cubrió de luto y quedó vacía hasta la fecha en que terminaba el período legislativo para el que el grande hombre había sido elegido.

  1. Thomson Diego. Cartas.  Archivos de la Sociedad Bíblica Británica y Extrajera. Londres.

  2. Groot José Manuel. Historia Eclesiástica y Civil de la Nueva Granada. Editorial A. B. C., Bogotá, 1953, Tomo IV, p. 191.

  3. El Constitucional.  Bogotá, marzo 17 de 1825. No. 29.

  4. Groot José Manuel. Historia Eclesiástica y Civil de la Nueva Granada. Editorial A. B. C., Bogotá, 1953, Tomo V, p. 51.

Tomado de El Dios Escondido de los Libertadores por Luis D. Salem, Casa Unida de Publicaciones, México, D. F., 1970.


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