Don Miguel Hidalgo y Costilla

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Descubre la historia de este héroe de México

Por Luis D. Salem 

«Llenó gran parte de su soledad leyendo los textos sagrados, el Viejo y Nuevo Testamento, de cuyas páginas están llenas sus palabras».  —Luis Castillo Ledón.  

¡Qué raro que Louis Untermeyer no incluya a don Miguel Hidalgo y Costilla en su libro Forjadores de un mundo moderno! Allí, entre otros nombres ilustres, se hallan Bernardo O’Higgins, José de San Martín, Bernardino Rivadavia, Simón Bolívar, Manuel José Arce, Francisco de Paula Santander, Francisco Morazán, Benito Juárez, Andrés Bello y Juan Montalvo. Tal parece que Hidalgo y Costilla no ha llamado la atención de las plumas que se dedican a cantar las glorias de las grandes figuras de la humanidad. Hasta en México, su patria, el nombre de Hidalgo es menos conocido que el de don Benito Juárez.  

Sin embargo, ¡qué figura tan gloriosa ésta del cura de Dolores! Martí, libertador de Cuba, dice, al hablar de Hidalgo: «Desde niño fue el cura Hidalgo de la raza buena, de los que quieren saber. Los que no quieren saber son de la raza mala... Leyó los libros de los filósofos del siglo dieciocho, que explicaban el derecho del hombre a ser libre a pensar y a hablar sin hipocresía. Vio a los negros esclavos, y se lleno de horror. Vio maltratar a los indios, que son tan mansos y generosos, y se sentó entre ellos como un hermano viejo, a enseñarles las artes finas que el indio aprende bien; la música que consuela; la cría de gusano de seda; la cría de la abeja que da miel... Un traidor le dijo el comandante español que los amigos de Querétaro (dirigidos por Hidalgo) trataban de hacer a México libre. El cura montó a caballo, con todo su pueblo, que lo quería como a su corazón… Los indios iban a pie, con palos y flechas, con hondas y lanzas… Entró triunfante en Celaya, con música y vivas. Al otro día reunió el Ayuntamiento, lo hicieron general, y empezó un pueblo a nacer. Fabricó lanzas y granadas de mano, dio discursos que dan calor y echan chispas... Declaró libres a los negros, devolvió sus tierras a los indios, fundó un periódico que llamó El Despertador Americano. Ganó y perdió batallas… Su compañero, Allende, tuvo celos de él y le cedió el mando… Iban juntos buscando amparo en su derrota cuando los españoles les cayeron encima. A Hidalgo le quitaron, uno a uno, como para ofenderlo, los vestidos de sacerdote, lo sacaron detrás de una tapia, le dispararon tiros de muerte a la cabeza. Cayó vivo, revuelto en sangre, y en el suelo lo acabaron de matar… Enterraron los cadáveres descabezados. Pero México es libre». 1 

Hogar.

Miguel Hidalgo y Costilla nació en la hacienda de San Diego Corralejo, como a tres leguas al norte de Pénjamo, el 8 de mayo de 1753. Hijo de don Cristóbal Hidalgo y Costilla y de doña María Gallaga Mandarte y Villaseñor. No sabemos por qué el futuro libertador utilizó únicamente el apellido de su padre, siendo muy ilustre también el de la madre. Tal parece que desde pequeño Hidalgo hacía su voluntad, característica que lo distinguió a lo largo de su meritoria existencia.  

Al hogar de don Cristóbal Hidalgo y Costilla llegaron cinco hijos, todos varones. José Joaquín, Miguel, Mariano, José María y Manuel. Con el nacimiento del último, abril 15 de 1762, murió la madre a los 31 años de edad. ¡Qué difícil debió ser para don Cristóbal encargarse de la formación de cinco varoncitos, inteligentes e inquietos, sin la ayuda de su esposa! Los cinco hijos de don Cristóbal y doña María resultaron «de la raza buena, de los que quieren saber». Todos ocuparon altas posiciones en la sociedad de su época, siendo muy estimados por su inteligencia, nobleza de carácter y gran saber .  

Estudiante.

Don Cristóbal hizo todo lo posible por dar a sus hijos una educación esmerada. A mediados de 1765 envió a los dos primeros a Valladolid, hoy Morelia, a continuar sus estudios en el colegio de San Francisco Javier. Allí el futuro libertador de México inició estudios de gramática latina y retórica. Dos años después los jesuitas salieron al destierro. Por esta razón Miguel regresó a la hacienda paterna. Como ya iba habituado al estudio, se dedicó al aprendizaje de la lengua otomí, que llegó a dominar casi a la perfección.  

Poco más tarde Miguel regresó a Valladolid, esta vez para seguir estudiando en el Colegio de San Nicolás, muy famoso en aquellos días. El colegio de San Nicolás fue fundado por Vasco de Quiroga en 1540. En este plantel Miguel Hidalgo y Costilla obtuvo, en 1770, El título de Bachiller en Letras. En seguida el nuevo bachiller inició estudios de teología. En 1774 recibió la tonsura clerical y las cuatro órdenes menores. Después de consagrados estudios, a la edad de 25 años, Miguel Hidalgo fue ordenado sacerdote en la catedral de Valladolid, el 19 de septiembre de 1778. 

Catedrático.

Hidalgo y Costilla, desde un principio, dejo ver su inclinación hacia la pedagogía. En 1779 ocupó las cátedras de Gramática latina y artes en el Colegio de San Nicolás. En 1782 pasó a ocupar la de teología, materia que llamaba su atención en forma poderosa. El profesorado ofreció al joven sacerdote un vasto campo para la formación de una cultura amplia, especialmente en filosofía, teología, literatura e idiomas. En poco tiempo dominó el latín, el francés, el italiano, y las lenguas otomí, tarasca y mexicana. Se dice que también conocía las lenguas originales de la Biblia y el inglés. Con tales conocimientos quiso recibir el título de Doctor en Teología, pero la muerte de su padre se lo impidió al principio. Un poco después, por causa de sus ideas liberales, cayó en desgracia ante sus superiores quienes lo retiraron del profesorado y lo enviaron como párroco a remotas regiones del país.  

Colima, entonces una población sin importancia, fue el lugar escogido para Hidalgo. Se le envió a ese lugar porque sus continuas lecturas de Rousseau, Voltaire y otros filósofos liberales se habían convertido en un problema grave en Valladolid. Alejado de los estudiantes, no habría oportunidad para que sembrara, en tierra fértil, sus ideas revolucionarias. En regiones apartadas no hallaría mentes capaces de entenderlo. Así sus enseñanzas quedarían sin repercusión alguna; no interrumpirían la paz del virreinato.  

Párroco.

Durante su ministerio Hidalgo sirvió las parroquias de Colima, San Felipe y Dolores. De esta última población, el 16 de septiembre de 1810, a la cabeza de un numeroso ejército, organizado por él mismo, salió al campo de batalla para iniciar la lucha por la independencia de México. Se equivocaron quienes creyeron que alejándolo del estudiantado no tendría campo fértil para sus doctrinas. Los campesinos resultaron tierra fecunda para las nuevas ideas, con ellos formó su ejército, con ellos se alcanzó la libertad. No hay tierra estéril para el buen sembrador, esto en el orden de las ideas.  

Miguel Hidalgo fue un sacerdote ejemplar. Tres hechos nos señalan la verdad de esta afirmación: Su dedicación al cuidado espiritual de la grey confiada a su custodia, su gran interés por mejorar las condiciones sociales de sus fieles y su pasión incansable por el desarrollo intelectual del pueblo.

En cuanto a lo primero (cultivo de lo espiritual) diremos poco por ser asunto bien conocido en todo buen pastor de almas: predica, aconseja, orienta, ora y procura desarrollar en todos sus fieles un sincero amor a Dios, al prójimo y a la iglesia. Tal hizo el cura Hidalgo en Colima, San Felipe y Dolores. En cuanto al desarrollo social de la comunidad, demoraremos un poco más. Esta actividad fue notoria en Dolores donde Hidalgo se dedicó enseñar a su pueblo la forma de construir casas cómodas e higiénicas, cómo producir variedad de artículos alimenticios, cómo mejorar las cosechas, cómo desarrollar industrias caseras. Lo anterior, con poca inversión monetaria, trajo magníficos resultados en el desarrollo de la comunidad.  

Sobre este mismo tema, oigamos a don Luis Castillo Ledón, biógrafo de Hidalgo: «De natural espíritu progresista y deseoso de elevar el nivel moral y material de sus feligreses, impartiéndoles, además de las religiosas, otra clase de enseñanza, y proporcionándoles nuevos modos de subsistencia, ya que Dolores carecía de ejidos, estudia algunas industrias de las más productivas, y, bien adquiridos los conocimientos técnicos, quiere cuanto antes, llevarlos a la práctica; así va estableciendo sucesivamente… una alfarería, una curtiduría y una talabartería, una herrería, una carpintería, un telar.

Y como si esto no fuera bastante, construye una casita de campo a la orilla del río, con una noria de cal y canto que tomaba el agua de la corriente para el riego; planta, para empezar, ochenta moreras que le obsequian en la cercana hacienda de La Erre y que servirán para la cría del gusano de seda; forma colmenares con abejas que manda traer de la Habana, y encontrando que la tierra es propia para la cepa, siembra semillas de vides que propaga en las huertas de todo el pueblo. 

Por las noches reúne a los obreros en su hogar y les da lecciones orales sobre todas aquellas industrias, a fin de que después, y bajo su dirección, las lleven a la práctica. De esta manera, el adelanto no tarda en ser visible. De la elaboración de simples cacharros de barro para cocinar, y de ladrillos, lega a fabricarse en la alfarería, loza talavanera de bellos coloridos y decorados; la curtiduría y talabartería produce desde pieles bien beneficiadas, hasta artefactos de cuero de lo más primorosos; de la carpintería salen buenos muebles; la herrería, en ensayos de fundición, acuña monedas de cobre que sirven para facilitar el cambio; en el telar se tejen telas de lana de óptima clase y telas de seda de las que Hidalgo pudo vestir una sotana…; el rendimiento de la cera de los colmenares basta para la elaboración de las velas que se consumen en el culto divino y en el gasto doméstico de la población; de los viñedos, en fin, se obtiene rica uva de la que se logra elaborar delicioso vino».2 

Hasta aquí don Luis Castillo Ledón. De la herrería, agregamos nosotros, también salieron cañones y otras armas que utilizaron en la iniciación de la lucha por la libertad mexicana. Todo esto bajo la dirección de un ilustre cura que empleó cada minuto de su tiempo para forjar la independencia económica, política y social de su país. Don Miguel Hidalgo es un ejemplo magnífico para curas y pastores de nuestros tiempos. Estos no solamente deben preocuparse por el desarrollo espiritual del hombre, sino también por su progreso social, político y económico. Solo así será realidad la sentencia bíblica: «No con solo pan vivirá el hombre, más de toda palabra que sale de la boca de Dios». Cierto, el hombre es alma que necesita a Dios, pero también es vientre que necesita pan, cerebro que necesita libros, corazón que pide amor. 

En Dolores no todo era cultivo del cuerpo y del alma. Hidalgo se esforzó también por el cultivo intelectual de su pueblo. «Con los jesuitas había aprendido que en vez de recluirse en un convento, era preferible vivir con los pecadores para mejor poder ganar sus almas» (Op. Cit. p. 28). Así lo hizo. Una vez llegado a Dolores organizó reuniones, días de campo, actividad social en comunidad. En la noche había reuniones donde se hablaba de literatura, política, ciencias, artes e industrias. Poco después hubo veladas, traducción de las comedias de Moliere y tragedias de Racine y representación de las mismas en la casa cural en presencia de los fieles. Como actores ocupaba jóvenes y señoritas de la localidad.

Como es sabido, las comedias de Moliere fueron la semilla de la Revolución Francesa y con ellas Hidalgo iba encendiendo en el alma de su pueblo la llama de la independencia nacional. De las obras de Racine, Atalía llama la atención. Es una obra de inspiración bíblica, basada en 2 Crónicas 22:10-23:15. En esta forma Hidalgo pone en el corazón de los suyos el deseo de formar una patria grande, libre, progresista y generosa. Así se rodeo de discípulos que convirtió en maestros y, a su debido tiempo, en soldados y capitanes de la independencia.  

Héroe.

Hidalgo había escogido el 2 de octubre de 1810 como fecha para iniciar la revolución. A causa de las denuncias que hizo un traidor, el grito se dio, en forma inesperada, el 16 de septiembre de 1810. Al saber que el plan había sido descubierto, algunos quisieron esconderse, pero Hidalgo los obligó a iniciar la guerra. Era la única vía de escape. Al amanecer del 16 de septiembre tocó las campanas de la iglesia... Los fieles acudieron hallando que el cura había dejado el púlpito y convertido la puerta del templo en tribuna revolucionaria. La suerte había sido echada. Adelante una guerra cruenta, más allá la patria libre.  

Hidalgo dio la orden de marcha. Una inmensa columna de gentes de todo tipo salió hacia la capital... Por todo lugar iban deponiendo autoridades y prendiendo la chispa de la insurgencia. Meses después Hidalgo cayó prisionero. Los enemigos lo trataron con crueldad. Después de haber sido excomulgado y privado de sus derechos sacerdotales fue fusilado en Chihuahua. No vio a su patria libre del yugo español, pero sembró la semilla de la libertad. Sus soldados siguieron adelante hasta la victoria final. El nombre del cura de Dolores siguió inspirando las huestes libertadoras:

 «¿Quién al gachupín humilla?

Costilla,

¿Quién a los pobres defiende?

Allende,

¿Quién la libertad proclama?

Aldama.

 

Corre criollo que te llama,

Y para más alentarte,

Todos están de tu parte:

Costilla, Allende y Aldama» (Op. Cit. p. 67). 

Allende y Aldama fueron los compañeros de Hidalgo en la iniciación de la guerra. 

Mártir.

Luis Castillo Ledón narra así la hora del sacrificio de Hidalgo: «En uno de los corredores del Hospital Militar se instaló un altar improvisado, colocándose sobre él un crucifijo con dos cirios encendidos, y sobre la tarima correspondiente… Sobre una mesa puesta cerca del altar, se colocó una vestidura eclesiástica compuesta de alzacuello y sotana, ornamentos color encarnado, un cáliz con patena y unas vinajeras… Se hizo comparecer a Hidalgo, escoltado y como estaba en el calabozo; esto es, vestido de seglar y engrillado… Se despojó al reo de los grilletes, y ya libre, los sacerdotes designados de antemano lo revistieron con las prendas que estaban sobre la mesa… Entonces él echó en el cáliz un poco de vino y una gota de agua; puso sobre la patena una hostia sin consagrar, y con el vaso sagrado entre las manos fue a ponerse de rodillas a los pies del juez y el ministro. 

«Quitóle éste el cáliz y la patena que entregó a los asistentes, pronunciando unas palabras rituales de execración; luego con un cuchillo le raspó las palmas de las manos y las yemas de los dedos, con los que, en su ejercicio sacerdotal había tocado la hostia consagrada, y dijo estas palabras: ‘Te arrancamos la potestad de sacrificar, consagrar y bendecir que recibiste con la unción de las manos y los dedos’.

En seguida le fue quitando, de uno a uno, todos los ornamentos sacerdotales, y conforme lo iba haciendo pronunciaba otras palabras de execración, hasta que al despojarlo de la sotana y el alzacuello, dijo estas frases solemnes: “Por la autoridad del Dios Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y la nuestra, te quitamos el hábito clerical y te desnudamos de todo orden, beneficio y privilegio clerical; por ser indigno de la profesión eclesiástica, te devolvemos con ignominia al estado y hábito seglar”.

Luego, con unas tijeras le cortó un poco del pelo de la cabeza y un peluquero siguió la operación hasta no dejar señal del lugar de la corona, pronunciando el ministro estas últimas expresiones: “Te arrojamos a la suerte del Señor, como hijo ingrato, y borramos de tu cabeza la corona, signo real del sacerdote, a causa de la maldad de tu conducta”» (Op. Cit. p. 236). 

En seguida el prisionero pasó a las manos de nuevos jueces; por último al lugar del suplicio. A las siete de la mañana se consumó el sacrificio del apóstol. Su cuerpo fue sepultado mientras la cabeza se expuso en lugar público para escarmiento de las gentes. Esto ocurrió el 31 de julio de 1811. La acción de la iglesia en este acto cruel es vergonzosa. De don Miguel Hidalgo y Costilla puede decirse lo que años después dijo don Miguel de Unamuno hablando de sí mismo: El cuerpo bajó a la tierra, el espíritu subió a Dios, su nombre pasó a las páginas de la historia.  

La Biblia.

Es fácil ver la influencia de la Biblia en la vida y obras de Hidalgo. Habiendo estudiado para el sacerdocio y ejercido este oficio por largos años, es natural que la Biblia haya sido el alimento espiritual e intelectual de tan distinguida personalidad. Los biógrafos, con regular frecuencia, anotan pensamientos donde es visible la influencia de la Biblia en la vida del prócer. Uno de ellos, al narrar el lúgubre desfile hacia el patíbulo, dice: «Continuó su marcha la comitiva, haciéndolo en forma silenciosa, sin que ningún eclesiástico exhortara al reo, porque él mismo lo hacía recitando en un breviario que llevaba, el Salmo Misere Mei» (Op. Cit. p. 239).

Se refiere al Salmo 51 que empieza así: «Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones…». ¿Cuántas veces recitaría Hidalgo este Salmo en su marcha hacia la muerte? Seguro que muchas. En estos momentos Hidalgo encontró en la Biblia el consuelo que le negó la iglesia. Las Sagradas Escrituras han sido fuente de consuelo para muchas almas en horas de dolor. 

Justo es fijarnos un poco en los largos meses de prisión a que Hidalgo estuvo sometido. ¿Qué haría el prócer en la soledad de su celda? Castillo Ledón responde a la pregunta: «La lectura debe haber ocupado muchas de sus mortales horas de prisión… Es seguro que durante ellas no pudo volver a sus lecturas favoritas y releer por lo menos alguna, pero a las claras se ve en sus declaraciones de sus últimos momentos que las recordaba, así como que llenó gran parte de su soledad leyendo los textos sagrados, el Viejo y Nuevo Testamento, de cuyas páginas están llenas sus palabras, tanto dictadas como escritas» (Op. Cit. p. 231). 

La Biblia no solo acompañó a Hidalgo en sus horas de dolor, también estuvo con él en horas de inquietud intelectual. Sobre este particular justo es citar su trabajo intitulado: Disertación sobre el verdadero método de estudiar teología escolástica, presentado para concursar en un certamen abierto por el Colegio de San Nicolás. En este ensayo Hidalgo recomienda mezclar la escolástica con la positiva, separarse de los principios aristotélicos, que reducen la fe a frívolas reglas de dialéctica y acordar sus doctrinas con el dogma, como lo hizo Santo Tomás que «separó lo útil de lo pernicioso e hizo a la filosofía servir de esclava a la fe» (Op. Cit. p. 231). 

Acerca de la utilidad de la Biblia en el estudio de la teología, Hidalgo afirmó: «Es la teología una ciencia que nos muestra lo que es Dios en sí, explicando su naturaleza y sus atributos, y lo que él es en cuanto a nosotros, explicando todo lo que hizo para nuestro respeto y para conducirnos a la bienaventuranza… Esta sola definición de la teología muestra claramente que no hay otra manera de adquirirla sino ocurriendo a las Sagradas Escrituras. Son los libros canónigos y las tradiciones apostólicas dos órganos por donde Dios se comunica con sus criaturas, dos límpidas fuentes donde se beben las verdades de nuestra religión, en que se funda, y de que trata la teología positiva, de donde se infiere rectamente sernos esta teología indispensablemente necesaria, porque es la que da noticia de las Sagradas Escrituras» (Op. Cit. p. 36). 

Gustó tanto el ensayo de Hidalgo que el canónigo Pérez Calama, le escribe en octubre de 1784: «El joven que estudia teología como usted denota haber estudiado y expone en su disertación, desde luego podría ser super senex intlelexi porque esta referencia está concedida al que escudriña y maneja la Sagrada Escritura y los Santos Padres» (Op. Cit. p. 36). Un poco después Pérez Calama aconseja a Hidalgo: «Entre los libros Sagrados pido y encargo a usted que lea y estudie de continuo los Cuatro evangelios, pues el doctor máximo San Jerónimo, dice así: “Evangelia sunt breviarium vel compendium totius theología”, (Op. Cit. p. 37), es a saber: los evangelios son breviarios y compendios de toda la teología». 

En Dolores, de todos es sabido, Hidalgo poseía una espléndida biblioteca donde se encontraba la Biblia, la Historia de México, obra poética de Virgilio, Historia Eclesiástica del Antiguo y Nuevo Testamento de Fray Natal Alejandro (obra perseguida por los inquisidores), además de obras de Buffon, Cicerón, Racine, Moliere, etc.

Debido a su pensamiento emancipador Hidalgo fue enjuiciado por la Inquisición. Se le acusaba de «libertino, afrancesado, sedicioso, hereje formal, judaizante, luterano, calvinista, impío que va sembrando por todas partes el error, la desolación, el robo y sobre todo lo más sensible, la irreligión, atreviéndose a imprimir las máximas de que no hay infierno, purgatorio, ni gloria, para que uno siga sus pasiones». Además se le acusaba de inclinaciones donjuanescas y de afirmar que en el texto original de las Sagradas Escrituras no consta la venida del Mesías y de que las palabras de Isaías 7:14, en las versiones modernas contienen un error, pues, «en el texto original no existe la voz “virgo”, que corresponde a virgen, que la Escritura no debe estudiarse de rodillas, sino con libertad y entendimiento, y sin temor a la Inquisición» (Op. Cit. p. 68 y Tomo II, p. 171). 

Ante tales acusaciones Hidalgo escribió un manifiesto tratando de refutar el edicto que contra él se había lanzado. En tal documento hizo declaración de fe cristiana. Al tratar lo relacionado con la Biblia, afirma: «Se me imputa haber negado la autenticidad de los Sagrados Libros, y se me acusa de seguir los dogmas de Lutero. Si Lutero deduce sus errores de los libros que él cree inspirados por Dios, ¿cómo el que niegue esta inspiración, sostendrá los suyos deducidos de los mismos libros?». En otro lugar dice: «Se me acusa de que niego la existencia del infierno y un poco antes se me hace el cargo de haber asentado que algún pontífice de los canonizados está en ese lugar… ¿Cómo, pues, concordar que un pontífice está en el infierno, negando la existencia de este lugar?» (Op. Cit. p. 111). La Inquisición contestó a Hidalgo el 26 de enero de 1811 afirmando que si no lo era, había sido luterano. 

Cuando se le preguntó si en verdad había afirmado que en la Biblia no está la venida del Mesías, el héroe respondió: «Estoy y he estado tan convencido de la venida del Mesías, que no solamente lo creo con fe católica, sino que tengo la evidencia teológica compatible con la fe; de suerte que aunque no fuese dogma de nuestra religión, no se puede negar, atendidos los hechos que lo demuestran» (Op. Cit. p. 220, Tomo II). En seguida hace gala de su erudición bíblica mostrando esta doctrina en las Sagradas Escrituras. 

Un examen desapasionado del pensamiento religioso de Hidalgo, así como de su interés por el cultivo espiritual, intelectual y económico de su pueblo, deja ver que el ilustre mexicano fue una de las grandes figuras de la humanidad y un esclarecido siervo de Dios. Hidalgo fue un reformador al mostrar a la iglesia de sus días los caminos correctos, un patriota al proclamar la independencia de su tierra y un hombre al haber sellado con su sangre cuanto concibió su cerebro, amó su corazón y sus manos buscaron convertir en realidad. 

Hidalgo y Costilla vio que en sus días todo iba en pos del error y denunció sin temor el peligro. Él mismo dijo: «¿Por qué hemos de ir nosotros por donde van los demás y no por donde se debe ir?» Así, fiel a su conciencia cristiana, siguió adelante para llevar a su pueblo de la dependencia a la independencia, del error a la verdad, de la pobreza a la prosperidad. En la realización de estos ideales perdió la vida, pero grabó su nombre en las páginas de la historia y en el corazón de su pueblo. 

1.      Schultz de Mantovani Fryda. Martí. Editorial Universitaria, Buenos Aires, Argentina, 1963, p. 71.

2.      Castillo Ledón Luis. Hidalgo, la vida del héroe, México. Talleres gráficos de la nación, 1948, tomo I, p. 87.

Tomado de El Dios Escondido de los Libertadores por Luis D. Salem, Casa Unida de Publicaciones, México, D. F., 1970.


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