Martí

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Conoce cercanamente a este libertador

Por Luis D. Salem 

José Martí (1853-1835) es el periodista, el poeta, el mártir, el creador de la última y la primera independencia, es el cristiano más anticlerical del Continente. «Luchador sin odios», como lo llamó Gabriela Mistral. Limpio hasta el exceso de no soportar ni una mancha en la vestidura de su pensamiento. No pudo sin embargo admitir que Dios fuera convertido en alacena de reliquias y que la caricatura del Padre reemplazara la imagen de la divinidad. «Ese Dios que regatea, que vende la salvación, que todo lo hace a cambio de dinero, que manda a la gente al infierno si no le pagan, y si le pagan la manda al cielo, ese Dios es una especie de prestamista, de usurero, de tendero. No amigo mío, hay otro Dios».

Martí 

«¡Qué hermosas poesías contiene la Biblia!».

José Martí

José Martí nació en La Habana, Cuba, el 28 de enero de 1873. A los 12 años de edad ingresó a la Escuela Superior Municipal bajo la dirección de don José María Mendive. El señor Mendive esclarecido poeta y gran patriota cubano, grabó en el alma de su discípulo un sincero amor a la libertad. Mendive fue para Martí lo que para Bolívar fue don Simón Rodríguez. 

En el drama Abdalá, Martí expuso su pensamiento en relación con la independencia de la isla. El 21 de octubre de 1869 Martí fue detenido y condenado a seis años de prisión. El 15 de enero de 1871 salió camino al destierro. En España estudió derecho, filosofía y literatura. El 8 de enero de 1875 vino a México donde se habían radicado sus padres. En México colaboró en los mejores periódicos de la época, pero su amor a la libertad lo hizo renunciar a estas comodidades para iniciar la lucha emancipadora de su patria. Después de breve permanencia en Guatemala, se dirigió a Cuba. Las autoridades descubrieron el plan revolucionario y Martí volvió a las prisiones. Poco después salió para España en calidad de desterrado. Tras breve permanencia en Francia, volvió a los Estados Unidos de América y de allí se dirigió a Venezuela. En todo lugar Martí iba ganando adeptos para la causa de la independencia, pero las autoridades españolas lo perseguían sin descanso hasta conseguir que fuera desterrado. 

Después de duro peregrinaje, en 1893 visitó Costa Rica y Santo Domingo. A esta última ciudad fue para entrevistarse con don Máximo Gómez y para organizar a los refugiados cubanos para la invasión. En 1894 hizo un segundo viaje de propaganda y organización. Tocó en Panamá, Costa Rica, Jamaica, México y otros países centroamericanos. A fines del citado año todo estaba preparado para la guerra, pero el gobierno norteamericano incautó los barcos. Martí no se intimidó y siguió adelante organizando la campaña. El 25 de marzo de 1895 José Martí y Máximo Gómez firmaron el Manifiesto de Montecristi, programa del movimiento libertador de Cuba. El primero de abril de 1895 Gómez, Martí y otros jefes embarcaron en Montecristi, rumbo a Cuba, a donde llegaron el 11 del citado mes. Después de algunos avances, el 19 de mayo de 1895, Martí cayó herido en pleno campo de batalla, a la temprana edad de 42 años. Los despojos mortales del héroe fueron sepultados en Santiago de Cuba el 27 de mayo del citado año. 

Ante la tumba de Martí el general de los ejércitos españoles en la isla pronunció un histórico discurso. De allí tomamos las siguientes frases: «Señores: Cuando pelean hombres de hidalga condición, como nosotros, desaparecen odios y rencores. Nadie que se sienta inspirado por nobles sentimientos debe ver en estos yertos despojos un enemigo… Los militares españoles luchan hasta morir; pero tienen consideración para el vencido y honores para los muertos».

Martí periodista

Florentino M. Torner, en su prólogo a una antología poética de José Martí, dice: «La obra literaria de Martí es, en su conjunto, una de las más notables que en la segunda mitad del siglo XIX se produjeron en nuestro idioma. En la prosa periodística del héroe cubano vibra un tono literario y se manifiesta una actitud intelectual que la constituyen en una de las expresiones más nuevas, más ricas y más nobles del español contemporáneo. La prosa de Martí no se parece en nada a la de los escritores españoles consagrados cuando él escribía. Ni Pereda, ni Galdós, ni Valera, ni siquiera Leopoldo Alas, tuvieron repercusión alguna perceptible en el arte de Martí, quien, por otra parte, nos parece un hermano mayor de las figuras más eminentes de la generación española llamada del 98, y hasta puede decirse que forma un equipo muy parejo con Unamuno y Ganivet, salvadas algunas diferencias que, afortunadamente, distinguen entre sí a estas tres ilustres personalidades. Era once y doce años mayor que Unamuno y Ganivet respectivamente. Tenía como ellos, clavado en el alma el dolor de una patria desdichada, y todo lo que los tres pensaron y escribieron puede afirmarse que lo pensaron y escribieron en función de aquel dolor de patria. Los tres fueron espíritus universales, de cultura dilatada y diversa, sensibles a todas las corrientes profundas» (Op. Cit. p. 25). 

Martí, Poeta

Si como prosista Martí es pluma cimera en lengua castellana, como poeta es uno de los creadores de la poesía moderna. El título de «hijo» que el ilustre cubano dio a Rubén Darío bien podría aplicarse a Casal, Silva y a Gutiérrez Nájera. Siendo Martí mayor en edad a los poetas nombrados, podemos afirmar que él fue el progenitor de la poesía modernista. En esto Martí viene a ser dos veces libertador: la primera libertador de Cuba, la segunda libertador del verso castellano. El verso de Martí supera en sencillez, claridad y profundidad de pensamiento. Este ilustre mago del verso canta, en forma auténtica los más íntimos sentimientos del alma. Logra expresar sus inspiraciones dejando dentro del alma del lector cierto tono musical que no lo hace romper del todo con el romanticismo. Todo bajo la bandera de una envidiable sinceridad. Martí tenía el oído puesto hacia todos los más nobles sentimientos del alma humana y los expresaba con una sencillez encantadora: 

Yo soy un hombre sincero

de donde crece la palma,

y antes de morirme quiero

lanzar mis versos del alma. 

Oigo un suspiro a través

de las tierras y del mar.

Y no es un suspiro, es

que mi hijo va a despertar…

(Op. Cit. p. 51). 

Martí, anticlerical

En sus escritos Martí se nos presenta como cristiano de clara ortodoxia, aunque, por razón de su pensamiento liberal, un tanto alejado del catolicismo de sus días. Florentino M. Torner presenta a Unamuno, Ganivet y Martí como «apartados de la ortodoxia católica en que se habían criado, pero adelantaba en ellos una religiosidad intensa y pura que, a fuer de viva, no cabía en las angosturas de ninguna confesión determinada» ( Op. Cit. p. 25). 

En prueba de la distancia en que Martí vivió del catolicismo de su época, venga la siguiente cita, tomada de uno de sus escritos:

«Hombre del campo: no vayas a enseñar este libro al cura de tu pueblo, porque a él interesa mantenerte en la oscuridad, para que todo tengas que ir a preguntárselo a él. 

Como él te cobra por echar agua en la cabeza de tu hijo, por decir que eres el marido de tu mujer, cosa que ya sabes desde que la quieres y te quiere ella; como él te cobra por nacer, por darte la unción, por casarte, por rogar por tu alma, por morir; como te niega hasta el derecho de sepultura si no le das dinero para él, él no querrá nunca que tú sepas que todo eso que has hecho hasta aquí es innecesario, porque ese día dejará él de cobrar dinero por todo eso. 

Como es una injusticia que se explote así tu ignorancia, yo, que no te cobro nada por mi libro, quiero, hombre del campo, hablar contigo para decirte la verdad. 

No te exijo que creas como yo creo. Lee lo que digo, y créelo si te parece justo. El primer deber de un hombre es pensar por sí mismo. Por eso no quiero que quieras al cura; porque él no te deja pensar. 

Vamos, pues, buen campesino; reune a tu mujer y a tus hijos, y léeles, despacio y claro, y muchas veces, lo que aquí digo de buena voluntad. ¿Para qué llevas a bautizar a tu hijo? Tú me respondes: "Para que sea cristiano". Cristiano quiere decir semejante a Cristo. Yo te voy a decir quien fue Cristo. 

Fue un hombre sumamente pobre, que quería que los hombres se quisieran entre sí, que el que tuviera, ayudara al que no tuviera, que los hijos pertenecen a sus padres, siempre que los padres cuidasen a los hijos, que cada uno trabajase, porque nadie tiene derecho a lo que no trabaja; que se hiciese bien a todo el mundo y que no se hiciere mal a nadie. 

Cristo estaba lleno de amor para los hombres. Y como él venía a decir a los esclavos que no debían ser más esclavos que de Dios, y como los pueblos le tomaron un gran cariño y por donde iba diciendo estas cosas, se iban tras él, los déspotas que gobernaban entonces le tuvieron miedo y le hicieron morir en una cruz. 

De manera, buen campesino, que el acto de bautizar a tu hijo quiere decir tu voluntad de hacerlo semejante a aquel gran hombre. Es claro que tú has de querer que él lo sea, porque Cristo fue un hombre admirable. Pero, dime, amigo, ¿se consigue todo esto con que echen agua en la cabeza de tu hijo? Si se consiguiera todo eso con ese poco de agua, todos los que se han bautizado serían buenos… Tú ves que no lo son. 

Además de esto, aunque esa virtud del agua fuera verdad, ¿por qué confías en manos extrañas la cabeza de tu hijo? ¿Por qué no le echas el agua tú mismo? El agua que echa en la cabeza de tu hijo un hombre honrado, ¿será peor que la que echa un casi siempre vicioso, que te obliga a tener mujer, teniendo él querida, que quiere que tus hijos sean legítimos teniéndolos él naturales, que te dice que debes dar tu nombre a tus hijos, y no da él su nombre a los suyos? 

“No haces bien si crees que un hombre semejante es superior a ti. El hombre que sabe más no es el que sabe más latín, ni el que tiene una coronilla en la cabeza. Porque si un ladrón se hace la coronilla, vale siempre menos que un hombre honrado que no se la hace. El que vale más es el más honrado, luego la coronilla no da valor alguno. 

El que más trabaja, el que es menos vicioso, el que vive amorosamente con su mujer y sus hijos. Porque un hombre no es una bestia hecha para gozar, como el toro y el cerdo, sino una criatura de la naturaleza superior, que si no cultiva la tierra, ama a su esposa, y educa a sus hijuelos, volverá a vivir indudablemeente como el cerdo o como el toro. 

Aunque tú seas un criminal, cuando tienes un hijo te haces bueno. Por él te arrepientes; por él sientes haber sido malo; por él te prometes a ti mismo seguir siendo bueno. ¿No te acuerdas de lo que sucedió en tu alma cuando llegó el primero de tus hijos? Estabas muy contento, entrabas y salías precipitadamente; temblabas por la vida de tu mujer; hablabas poco, porque no te han enseñado a hablar mucho y es necesario que aprendas; pero, te morías de alegría y de angustia. Y cuando lo viste salir vivo del seno de su madre, sentiste que se te llenaban de lágrimas los ojos, abrazaste a tu mujer y te sentiste por unos instantes, claro, como un rayo del sol y fuerte como un mundo. Un hijo es el mejor premio que el hombre puede recibir sobre la tierra. 

Dime, amigo, ¿un cura puede querer a tu hijo más que tú? ¿Por qué lo ha de querer más que tú? Si alguien ha de desearle bien al hijo de su sangre y de su amor, ¿quién se lo desearía mejor que tú? Si el bautismo no quiere decir más que tu deseo de que tu hijo se parezca a Cristo, para esto ¿has de exponerlo a una enfermedad, robándole algunas horas a su madre, montar a caballo y llevarlo a que lo bendiga un hombre extraño? Bendícelo tú, que lo harás mejor que él. Dale un beso y abrázalo. Un beso fuerte. Y ese es el bautismo. 

El cura dice también que le bautiza para que entre en el reino de los cielos. Pero él bautiza al recién nacido si le pagas dinero, o granos, o huevos, o animales. Si no le pagas, si no le regalas, no te lo bautiza. De manera que ese reino de los cielos de que él te habla, vale unos cuantos reales, o granos, o huevos, o palomas. 

¿Qué necesidad hay, ni qué interés puedes tú tener en que tu hijo entre en un reino semejante? ¿Qué juicio puedes tú fomar de un hombre que dice que va a hacer un gran bien, que lo tiene en su mano, que sin él te condenas, que de él depende tu salvación y por unas monedas de plata te niega ese beneficio? ¿No es ese hombre un malvado, un egoísta, un avaricioso? ¿Qué idea te haces de Dios, si fuera Dios deveras quien envía semejantes mensajeros? 

Ese Dios que regatea, que vende la salvación, que todo lo hace en cambio de dinero, que manda a las gentes al infierno si no le pagan, y si le pagan las manda al cielo, ese Dios es una especie de prestamista, de usurero, de tendero. No, amigo mío, hay otro Dios».

Martí, cristiano

No obstante los párrafos anteriores, José Martí fue un sincero cristiano. Su espíritu anticlerical es fruto de la lucha tremenda que la Iglesia Católica de aquellos días, sostenía contra las mentalidades de corte liberal. A pesar de todo José Martí conservó su fe en Dios. Su cristianismo se puede probar especialmente por la bondad de su corazón y la grandeza de sus ideales, así como sus declaraciones de fe en Dios y amor a la Biblia. La bondad de su corazón frente al enemigo es algo extraordinario en la vida de Martí. Gabriela Mistral lo llamó «luchador sin odios». En el alma de Martí no existió odio hacia sus semejantes. Odiaba profundamente la esclavitud de su patria, pero no odiaba al opresor. Estas palabras suyas revelan tal bondad: «No debemos olvidar que si españoles fueron los que nos sentenciaron a muerte, españoles son los que nos han dado la vida». En otra ocasión dijo: «¿Con qué derecho nos odiarán los españoles, si los cubanos no los odiamos?» En uno de sus más hermosos versos dijo: 

«Para Aragón en España

tengo yo en mi corazón,

un lugar todo Aragón,

franco, fiero, fiel, sin saña».

En el hogar, Martí fue un hombre todo ternura. ¿Quién diría que un guerrero y pensador de la talla de Martí, duro en el campo de batalla, y aislado en su cuarto de escritor, al penetrar bajo la sombra de su hogar, cantara a su hijo de la siguiente manera? 

Por las mañanas

mi pequeñuelo

me despertaba

con un gran beso 

Puesto a horcajadas

sobre mi pecho,

bridas formaba

de mis cabellos. 

Ebrio él de gozo

de gozo yo ebrio,

me espoleaba

mi caballero. 

¡Qué suave espuela

sus dos pies tiernos!

¡Cómo reia

mi jinetuelo! 

Y yo besaba

sus pies pequeños,

dos pies que caben

en solo un beso.

(Op. Cit. p. 34) 

La bondad del corazón de Martí, no solo se reflejaba en sus palabras hacia la nación opresora de su patria, o en las relaciones hogareñas, también se hacía muy viva hacia todos sus semejantes, aunque estos fueran de sentimientos e ideales enteramente opuestos a los suyos. Tal es el caso, por ejemplo, de su amistad con don Cecilio Acosta, ilustre pensador venezolano, católico ferviente, conservador convencido. Martí era liberal. Sin embargo, al morir Acosta, escribió: «Los que le vieron en vida le veneran, los que asistieron a su muerte se estremecen. Su patria debe estar sin consuelo. Grande ha sido la angustia de los extraños. Cuando él alzó el vuelo, tenía limpias las alas». 

En otra ocasión, al saber de la muerte del escritor peruano, liberal al extemo, Francisco de Paula Vigil, Martí escribió: «La curia lo lanzaba de su seno. El cristianismo ha muerto en manos del clericalismo. Para amar a Cristo es necesario arrancarlo de las manos de sus hijos».

¿Por qué, se preguntarán algunos, en el alma de Martí había canciones para seres de tendencias tan opuestas? El espíritu de Martí es semejante al de la madre: comparte su cariño entre sus hijos, entre Caín y Abel, si se nos permite el ejemplo. En su alma moraba la madre América, la América latina, con sus brazos extendidos sobre liberales y conservadores, sobre creyentes y ateos. Martí solo quería el bien de todos los moradores de este gran continente, su patria verdadera. 

La vida de Martí está llena de episodios que revelan las cualidades inmensas de su inmenso corazón. Un apasionado de Martí nos relató la siguiente anécdota: «En 1879 Martí fue deportado a España. Le señalaron por residencia Madrid. Paseaba un día por la calle del Prado y a causa de lo estrecho de la acera, y porque él vivía abstraído de cuanto le rodeaba, pensando en la patria esclava, su cuerpo tropezó con el de un carretero. Este se volvió airado. Profirió unas cuantas palabras soeces, insultó al apóstol. Martí se dirigió amable y cariñoso hacia quien tantos denuestos le lanzaba. Le dio mil explicaciones, y le habló por largo espacio de tiempo. Después, llevándose la mano al bolsillo, le alargó una moneda y le dijo: ‘Quiero que en mi nombre le ofrezca usted unos dulces a sus chiquillos’. El carretero no salía de su asomro. Nunca había visto un rasgo tan grande de bondad. Bajó la mirada a la moneda. Martí lo había iluminado mostrándole su alma. Así vencía el apóstol todas sus dificultades. Comprendía que hay más autoridad en la dulzura que en el látigo». 

Las obras de Martí están llenas de consejos saludables para todo tipo de persona que busque el bien y la paz. Como Cristo, ordena el perdón y pide por sus enemigos. He aquí algunas de las estrofas, pedazos de oro del gran joyero del corazón de José Martí: 

«¿Qué importa que tu puñal

se me clave en el riñón?

Toma mis versos que son

más fuertes que tu puñal. 

Vierte, corazón, tu pena

donde no se llegue a ver

por vergüenza y por no ser

motivo de pena ajena…» (Op. Cit.) 

Martí, bíblico

José Martí fue un activo lector de las Sagraas Escrituras. Sabido es que durante su permanencia en la isla de Pinos, el Libro Sarado acompañó al prisionero. En uno de sus escritos dice: «Nosotros tenemos en esta noche la elocuencia de la Biblia”. En otra ocasión agregó: «Quien ni a Homero, ni a Esquilo, ni la Biblia leyó, ni leyó a Shakespeare, que ese hombre no piense, que ni ha visto todo el sol, ni ha sentido deplegarse en su espalda toda el ala», agregando en otro lugar: «Qué hermosas poesías tiene la Biblia». Sobre la sinceridad de las doctrinas bíblicas, Martí dice: «La Biblia dijo la verdad: son los hijos quienes pagan los pecados de los padres». Convencido de la veracidad de las enseñanzas bíblicas, aconseja: «Que se lea, cuando el sol es muy recio, la Biblia; y cuando el sol ablanda, que se aprenda a sembrar racimos de uva como aquellos de Canaán».4 En otras palabras, José Martí aconsejó leer la Biblia y poner en práctica sus enseñanzas. Obediente a este ideal, de su pluma brotaron poemas de la siguiente naturaleza: 

Cultivo una rosa blanca,

en julio como en enero,

para el amigo sincero

que me da su mano franca. 

Y para aquel que me arranca

el corazón con que vivo,

cardo ni ortiga cultivo:

cultivo la rosa blanca.5 

1.Torner M. Florentino. José Martí, antología. Editorial Novaro, México D. F. 1963, p. 24.

2.Martí José, Obras Completas. Ed. Nal. De Cuba, La Habana, 1964, Tomo 19, pág. 381.

3.Torner M. Florentino. José Martí, antología. Editorial Novaro, México, D. F. 1963. p. 62.

4.Las citas de esta párrafo han sido tomadas del artículo: “Influencia de la Biblia en el pensamiento vivo de José Martí”, por el doctor Alfonso Rodríguez Hidalgo. La Biblia en América Latina. Vol. IV Núm. 55 Habana, Cuba.

5.Torner M. Florentino. José Martí, antología.  Editorial Novaro, México D. F. 1963, p. 78. 

Tomado de El Dios Escondido de los Libertadores por Luis D. Salem, Casa Unida de Publicaciones, México, D. F., 1970. 


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