Juárez

Foto por Karina Tino Reyes 

Conoce los detalles de la vida del Benemérito de las Américas

Por Luis D. Salem 

Benito Juárez (1806-1872), aparece como la figura civil más completa de América, enfrentando a la imposición francesa de Maximiliano y a la reacción conservadora del país, elevando a México con sus Leyes de Reforma a la categoría de nación soberana. Porras nos comunica su emoción de un Juárez cristiano, vertical, creador de ejemplos, y benemérito por títulos que agotan largas enumeraciones. «Sus luchas no iban contra el cristianismo sino contra el clero conservador.

Juárez no atacó a la Iglesia ni a la fe cristiana, sino a los clérigos que utilizan la fe como defensa de sus intereses políticos. En la lucha por la libertad se liberaron resonantes batallas; en ellas tomaron parte heroicos sacerdotes católicos, cristianos convencidos, como lo fueron Santos Degollado y antes que él don Miguel Hidalgo y Costilla, y don José María Morelos y Pavón.

Todos ellos fueron sacerdotes, como también lo fue el padre del liberalismo mexicano, doctor José María Luis Mora. Juárez, forma parte de esa constelación de mexicanos ilustres, demócratas sinceros, heroicos paladines de la libertad. Creemos llegado el momento para romper el velo que las pasiones políticas de la época pusieron sobre la fe religiosa de nuestro grandes caudillos, presentándolos al mundo como enemigos de la fe cristiana. Esto ha contribuido a que sus nombres ilustres sean utilizados como proyectiles de propaganda antirreligiosa.

En este sentido no debemos tener compromisos con el pasado. Estamos en la obligación de hacer que los fundadores de nuestras nacionalidades ocupen las páginas que les corresponde en la historia espiritual de América Latina. Algunos de ellos, si no todos, fueron excomulgados. Yo afirmo que los jerarcas que cometieron semejantes actos contra los libertadores fueron los "herejes", y estos los cristianos sinceros».

Juárez

«Desearía que el protestantismo se mexicanizara conquistando a los indios; estos necesitan de una religión que los obligue a leer y no a gastar sus ahorros en cirios para los santos». Benito Juárez. 

Si es cierto que el valor de una vida no se mide por los años de su existencia física, sino por el tiempo que su recuerdo perdure en el corazón de la gente y sus enseñanzas en el alma de los pueblos, la vida de don Benito Juárez es sin duda alguna, una de las existencias cumbres de América Latina. 

Nos explicamos: Las doctrinas de Juárez, sintetizadas en las Leyes de Reforma, tienen algo más de un siglo de existencia. Sin modificación alguna de valor siguen normando la vida de una nación progresista y ejemplar. Otros próceres latinoamericanos han sufrido suerte diferente. Pocos días después de la muerte de Bolívar, por ejemplo, se disolvió la Gran Colombia, el más caro de los sueños del ilustre venezolano. Juárez, un siglo después de realizada su obra, ve que ella perdura. Si los mexicanos siguen fieles a esos principios, la obra de Juárez perdurará por muchos siglos. ¡Qué bella es la síntesis de esas doctrinas!: «La democracia es el destino de la humanidad futura; la libertad su indestructible arma; la perfección posible, el fin a donde se dirige».1 

El recuerdo de Juárez alcanza, día tras día, nuevas dimensiones de grandeza. En México, su patria, después del 16 de septiembre, día de la Independencia, el natalicio de Juárez es, sin duda alguna, la más grande apoteosis nacional. Es emocionante ver cómo, el 21 de marzo, desde la mañana hasta las primeras horas de la noche el tránsito de vehículos se interrumpe en la ciudad de México, todo con el único fin de dar oportunidad al pueblo para rendir homenaje al prócer. 

Origen

Juárez mismo narra la humildad de su origen en los siguientes términos: «El 21 de marzo de 1806 nací en el pueblo de San Pablo Guelatao, de la jurisdicción de Santo Tomás de Ixtlán, en el Estado de Oaxaca. Tuve la desgracia de no haber conocido a mis padres Marcelino Juárez y Brígida García, indios de la raza primitiva del país, porque apenas tenía yo tres años cuando murieron, habiendo quedado con mis hermanas María Josefa y Rosa, al cuidado de nuestros abuelos Pedro Juárez y Justa López, indios también de la nación zapoteca».2 

A los doce años de edad, el 17 de diciembre de 1818, Juárez se fugó de la casa de su tío. Dirigiéndose a la ciudad de Oaxaca, se hospedó en casa de don Antonio Maza donde su hermana Josefa trabajaba como sirvienta. En el seno de esa familia empezó el ascenso intelectual de Juárez, el hombre que, años más tarde, habría de recibir el título de Benemérito de las Américas. 

Su permanencia en la casa de la familia Maza, no solo enriqueció la mente del joven indígena, sino también su corazón al enamorarse de Margarita, hija de los Maza, casándose con ella un poco más tarde. He ahí el primer triunfo del indígena sobre una familia de raza blanca dominándola por medio del amor, único camino hacia la victoria eterna. Fue un triunfo del amor sin violencia, sistema que siempre utilizó Juárez cuando esto era posible. Doña Margarita Maza fue una compañera ideal; compartió con su marido no solo el gozo de las victorias, sino también las horas de derrota, destierro y prisión. Doña Margarita Maza de Juárez fue la representación fiel de la mujer virtuosa cantada por el poeta bíblico, en el libro de los Proverbios capítulo 31. 

Estudios

Oigamos a don Benito Juárez mientras nos narra el primer paso en la formación de su cultura: «Vivía entonces un hombre piadoso y muy honrado que ejercía el oficio de encuadernador de libros. Vestía el hábito de San Francisco y aunque muy dedicado a la devoción y a las prácticas religiosas, era bastante despreocupado y muy amigo de la educación de la juventud. Las obras de Feijóo y las Epístolas de San Pablo eran los libros favoritos de su lectura. Ese hombre se llamaba don Antonio Salanueva, quien me recibió en su casa ofreciendo mandarme a la escuela para que aprendiese a leer y escribir. De ese modo quedé instalado en Oaxaca el 7 de enero de 1819».3 

Ante la insistencia del joven, el señor Salanueva lo matriculó en el Seminario Conciliar con la esperanza de que siguiera la carrera sacerdotal. La inscripción se hizo el 18 de octubre de 1821. «En 1827 (dice Juárez) concluí el curso de Artes, habiendo sostenido en público dos actos que me señalaron y sufrido los exámenes de reglamento con las calificaciones Excelente Nemine Discrepante, y con algunas notas honrosas que me hicieron mis sinodales». 

Casi en seguida inició estudios de teología. En 1828 pasó a estudiar en el Instituto de Ciencias y Artes, de pensamiento liberal, por lo tanto «independiente de la tutela del clero», iniciándose así la formación política del futuro caudillo. En realidad Juárez nunca pensó servir al altar. La casa del señor Salanueva y el Seminario Conciliar fueron los primeros peldaños de su ascendente carrera para servir a Dios en la formación y dirección de una nación. El tercer peldaño, como ya queda dicho, lo formó el Instituto de Ciencias y Artes. En 1834, Benito Juárez presentó examen de jurisprudencia práctica ante la Corte de Justicia. Al ser aprobado se le extendió el título de abogado. 

El estadista

Después de resonantes victorias en el parlamento, en la cátedra y en el campo de batalla, Juárez ocupó el cargo de gobernador de Oaxaca. A causa de numerosas leyes a favor de los humildes, el 28 de mayo de 1853, el gobernador fue reducido a prisión y desterrado del país. Tras breve permanencia en La Habana, Cuba, se radicó en Nueva Orleans, Estados unidos de América, donde se ganó la vida haciendo cigarros. En Nueva Orleans, acompañado de varios compatriotas, hizo planes para volver a México e iniciar la lucha contra la dictadura. En 1885 cruzó el Itsmo de Panamá y se presentó en Acapulco para luchar, como simple soldado, en las fuerzas del general Juan Álvarez. 

Después de violenta lucha contra la dictadura, Juárez llegó a la Presidencia de la República. Dio impulso a las Leyes de Reforma. Estos principios, en su punto álgido, el religioso, quedaron así consignados: 

1.Adoptar, como regla general e invariable, la más perfecta independencia entre los negocios del Estado y los puramente eclesiásticos.

2. Suprimir todas las corporaciones de regulares del sexo masculino, sin excepción alguna, secularizándose lo sacerdotes que actualmente hay en ellas.

3.Extinguir las cofradías, archicofradías, hermandades y en general todas las corporaciones o congregaciones que existen de esta naturaleza.

4.Cerrar los noviciados de los conventos de monjas, conservándose las que actualmente existen en ellos, con los capitales o dotes que cada una haya introducido, y con la asignación de lo necesario para el servicio del culto en sus respectivos templos.

5.Declarar que han sido y son propiedades de la nación todos los bienes que hoy administra el clero secular y regular con diversos títulos, así como el excedente que tengan los conventos de monjas, deduciendo el monto de sus dotes, y enajenar dichos bienes, admitiendo en pago una parte de su valor, títulos de la deuda pública y de capacitación de empleos.

6.Declarar, por último, que la remuneración que dan los fieles a los sacerdotes, así por la administración de los sacramentos, como por todos los demás servicios eclesiásticos y cuyo producto anual bien distribuido basta para atender ampliamente el sostenimiento del culto y de sus ministros, es objeto de convenios libres entre unos y otros, sin que para nada intervenga en ellos la autoridad civil. 

Además de estas medidas que, en concepto del Gobierno, son las únicas que pueden dar por resultado la sumisión del clero a la potestad civil, en sus aspectos temporales, dejándolo, sin embargo con todos los medios necesarios para que pueda consagrarse exclusivamente, como es debido, al ejercicio de su sagrado ministerio, cree también indispensable proteger en la República, con toda su autoridad, la libertad religiosa, por ser ésta necesaria para su prosperidad de engrandecimiento, además de una exigencia de la civilización actual.4 

Como era de esperarse, los principios citados crearon una terrible oposición al Gobierno de Juárez. Esta oposición trajo sobre el país una serie de problemas que solo la tenacidad y la inteligencia de un sabio estadista pudieron vencer, después de varios años de sangrienta lucha. Como resultado de la oposición conservadora se estableció el Imperio, bajo Maximiliano de Habsburgo, respaldado por Francia y por el conservatismo mexicano. Gracias a la inteligencia de Juárez, esta aventura francesa tuvo fin en Querétaro, el 13 de junio de 1867. 

En los días de Juárez, México se convirtió en un inmenso campo de batalla a fin de asegurar la libertad. Los soldados mexicanos lucharon heroicamente contra la reacción interior conservadora y contra la imposición francesa. México derramó su sangre, pero aseguró su categoría de la nación soberana. 

El cristiano

Terreno difícil al que ahora queremos penetrar. Se ha discutido mucho acerca del pensamiento religioso de don Benito Juárez. Los adversarios lo señalan como impío, enemigo de Dios y de la Iglesia. Para nosotros Juárez fue un cristiano de altura. Sus luchas no iban contra el cristianismo sino contra el clero conservador. Juárez no ataco a la Iglesia ni a la fe cristiana, sino a los clérigos que utilizan la fe como defensa de sus intereses políticos. En la lucha por la libertad se libraron resonantes batallas; en ellas tomaron parte heroicos sacerdotes católicos, cristianos convencidos, como lo fue don Santos Degollado y antes que él don Miguel Hidalgo y Costilla, y don José María Morelos y Pavón. Todos ellos fueron sacerdotes, como también lo fue el padre del liberalismo mexicano, doctor José María Luis Mora. Juárez aunque no recibió órdenes sagradas, forma parte de esta constelación de mexicanos ilustres, demócratas sinceros, heroicos paladines de la libertad. Creemos llegado el momento de romper el velo que las pasiones políticas de la época pusieron sobre la fe religiosa de nuestros grandes caudillos, presentándolos al mundo como enemigos de la fe cristiana. Esto ha contribuido a que sus nombres ilustres sean utilizados como proyectil de propaganda antirreligiosa. En este sentido no debemos tener compromisos con el pasado. Estamos en la obligación de hacer que los fundadores de nuestras nacionalidades ocupen las páginas que les corresponde en la historia espiritual de América Latina. Algunos de ellos, si no todos, fueron excomulgados. Yo afirmo que los jerarcas que cometieron semejantes actos contra los libertadores fueron los «herejes». Los libertadores fueron cristianos sinceros. 

Hemos leído algunas biografías y no pocos estudios que hablan de la fe religiosa de Juárez. Don Justo Sierra, dice: «Juárez siempre fue religioso; cuando llegó a emanciparse la patria, el deber, la lucha por realizar un ideal de justicia y de razón no fueron en él un fanatismo».5 Al hablar de uno de los más cercanos colaboradores de Juárez, don Santos Degollado, Sierra afirma: «sus creencias profundísimas de cristiano, arraigadas en una gran erudición teológica, lo habían llevado al deseo inmenso y apostólico de procurar por medio de la Reforma la libertad de conciencia y la resurrección del prestigio de la Iglesia, volviéndola al evangelio, la pobreza, a la caridad, al amor, al bien» (Op. Cit. p. 288). 

Charles Allen Smart, pone broche de oro a las afirmaciones de don Justo Sierra, diciendo: «La posición de Juárez respecto a la Iglesia, lo mismo en su juventud que durante el resto de su vida, denota una mente profundamente religiosa, que tomaba la vida y la virtud muy seriamente, según el antiguo concepto de la hombría y la decencia. Incluso entonces, empezaba ya a notar una gran diferencia entre la religión y lo que la Iglesia ofrecía en aquella época y lugar. Nadie que haya estudiado las cartas y actos de este grande hombre puede, honesta y conscientemente, estar en desacuerdo con Valadez al decir que "en Juárez vivió, sin duda alguna un excepcional culto al espíritu". A medida que se avance en la lectura de esta obra, cualquiera podrá preguntarse si está de acuerdo con el historiador L. B. Simpson al decir que Juárez poseía el temperamento de un puritano”.6 Párrafos después Smart agrega: «Si bien su mente era en cierto modo irónica, Juárez era demasiado religioso para Voltaire y demasiado sensato para Rosseau. Creía en Dios, en la ley y en el orden, pero en una ley y en un orden basados en la voluntad educada del pueblo, y mantenidos en su propio beneficio» (Op. Cit. p. 65). 

Por último, en breve párrafo, el concepto de Juárez acerca del sacerdocio, tomado de una carta suya escrita en Oaxaca, el 22 de junio de 1857, bajo el lema Dios y libertad: «Este gobierno no puede ver con indiferencia hechos que, alarmando la conciencia de los ciudadanos, llegarían a alterar el orden público; y, decidido a hacer respetar las leyes, no teme providencial lo que el bien de los pueblos demanda: si ve con aprecio y estimación al sacerdote evangélico que cumple religiosamente su santa misión de paz y de moralidad, no vacila un instante en castigar al inquieto, que con sus actos predica ociosidades y trastornos» (Op. Cit. p. 170). 

Juárez vivió en una época de notable renacimiento bíblico dentro de los intelectuales mexicanos. En esos días el doctor José María Luis Mora, padre del pensamiento liberal mexicano, se dedicó a difundir la Biblia entre sus paisanos. En la misma época don José Joaquín Pesado y el doctor Manuel Carpio pusieron en versos clásicos los más hermosos pasajes de las Sagradas Escrituras. Don Ignacio Manuel Altamirano, inspirándose en la Biblia, escribió poemas de vigorosa doctrina liberal. En el bando conservador don Mariano Galván Rivera, dirigía la traducción al castellano de la Biblia de Vence, obra que editó él mismo en 23 tomos, con un hermoso prólogo recomendando su lectura a la nación mexicana. Años después Amado Nervo, el incomparable cantor de Nayarit, vertió hermosos pensamientos bíblicos en las estrofas de sus versos. ¿Sería Nervo, acaso, la cosecha de las inquietudes bíblicas de Mora, Carpio, Pesado, Altamirano y Galván Rivera? Siendo don Benito Juárez un sobresaliente discípulo del doctor Mora es apenas natural que haya sido un admirador del libro que con tanto interés difundió su maestro.

Juárez se relacionó con la Biblia desde los días en que empezó a trabajar como encuadernador de libros en casa de don Antonio Salanueva en Oaxaca. Juárez afirma que Salanueva «poseía las obras de Feijóo y las Epístolas de San Pablo», siendo estos los libros favoritos de su lectura. ¡Qué horas felices pasaría el aprendiz de encuadernador leyendo a Feijóo y a San Pablo! Seguramente Feijóo y San Pablo pusieron en el alma de Juárez las primeras semillas de las doctrinas que inmortalizaron su nombre y formaron su carácter. Sabido es que fray Jerónimo Feijóo fue un escritor de marcados perfiles liberales y que San Pablo fue un pensador, cuya rebeldía ha llegado hasta nosotros en sus hermosas cartas. 

En síntesis, podríamos afirmar que, con muy raras excepciones, los forjadores del México moderno fueron exponentes del pensamiento bíblico: José María Luis Mora, el ideólogo de la Reforma, decía: «Como cristianos, como hombres y como ciudadanos deseamos vivamente que se generalice la lectura de las Sagradas Escrituras, en lo cual creemos que están interesadas la religión, la humanidad y la patria».7 Fiel a las enseñanzas de tan ilustre maestro el doctor Valentín Gómez Farías, al tomar posesión de la Presidencia de la República, se arrodilló y con las manos sobre los cuatro Evangelios, juró gobernar democráticamente al pueblo que le confió sus destinos. 

Benito Juárez seguidor indiscutible del pensamiento de Mora y Gómez Farías, se mantuvo en el ideario trazado por sus maestros. Razón tuvo el pueblo evangélico mexicano al escoger el 21 de marzo, día en que se conmemora el natalicio de Juárez, para declarar oficialmente constituida la Sociedad Bíblica de México. Este hecho tuvo lugar en la capital mexicana el 21 de marzo de 1966.  

1.Untemayer Louis. Forjadores de un mundo moderno. Editorial Grijalbo, México, 1959, p. 142.

2.Juárez Benito, Apuntes para mis hijos. Coedición del patronato del Estado de Durango, México, D. F. 1965.

3.Juárez Benito, Apuntes para mis hijos.

4.Sierra Justo, Juárez, su obra y su tiempo. Universidad Nacional Autónoma de México, 1953, p. 173-177.

5.Sierra Justo, Juárez, su vida y su obra. Universidad Nacional Autónoma de México, 1953, p. 554.

6.Allen Smart Charles. Juárez. México, Barcelona, 1965, p. 44.

7.Mora José María Luis. Obras sueltas. Tomo II, París, 1837.

 

Tomado de El Dios Escondido de los Libertadores por Luis D. Salem, Casa Unida de Publicaciones, México, D. F., 1970.


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