Cómo redirigir nuestra actitud y trato hacia las mujeres
5 principios para poner en práctica
Por Luis Felipe Cetina Quijano
Con gran tristeza, en la actualidad nos encontramos inmersos en noticias sobre violencia hacia las mujeres. Asimismo, observamos diversas cruzadas y grupos que pretenden tomar el control y monopolizar la solución de esta gran plaga del siglo XXI, donde el desprecio a las mujeres se ha hecho más que evidente.
Por poner un ejemplo, nunca imaginé ver imágenes de los «Colectivos de Madres Buscadoras» quienes están haciendo un trabajo que corresponde a las autoridades, al tratar de hallar a sus hijos o familiares desaparecidos en lugares desolados o aislados; y la mayoría de las veces son ignoradas y maltratadas.
Se vive un momento histórico muy tenso alrededor de este tema, por ello es muy importante regresar a los fundamentos y redirigir nuestra visión y trato hacia las mujeres. Rompamos la inercia negativa presente.
Debemos ser intencionales al mostrar aprecio, reconocimiento y respeto a todas las mujeres que se encuentran a nuestro alrededor, sin distinción. Que no sea solo a nuestras madres, abuelas, esposas, hijas o familiares porque como decía Jesús: ¿Qué ganamos si solo hacemos el bien a quienes nos quieren? Consideremos también a hermanas en la fe, colegas, proveedoras de servicios y a colectivos de mujeres en general.
Además, tomemos en cuenta que cualquier iniciativa de valorarlas debe ser constante, es decir, no limitada a ciertos momentos políticos, campañas publicitarias o fechas especiales. Pues dichos esfuerzos carecerán de fruto.
A continuación enumeraré algunos principios que me han dirigido a través de los años:
1. Amor
A veces hemos malinterpretado el amor hacia las mujeres como una transacción, con intereses o condiciones de por medio. Por ejemplo, cuando las tratamos bien solo porque esperamos de ellas algún beneficio propio: un favor, agradecimiento o incluso alguna muestra recíproca de «amor físico». Esto es un error.
Nuestro amor debe ser como el de Cristo: puro e incondicional. Si lo vemos desde esa perspectiva, podremos valorar diferentes aspectos que ellas nos brindan sin darnos cuenta. Jesús nos dio ejemplo de esto. En medio de una sociedad que relegaba a la mujer, Él les dio un lugar privilegiado, no por cómo le podían servir sino por considerarlas coherederas del reino.
Nuestro comportamiento servirá de enseñanza a nuestros hijos. Si ellos ven violencia y desprecio hacia las mujeres, lo aprenderán como algo normal y lo imitarán cuando sean mayores. En mi caso, recuerdo ver a mi padre cuidar y servir a mi mamá que padecía de asma. Gracias a eso, desde joven aprendí a valorar a la mujer.
2. Respeto
Esto es lo que más valoran las mujeres y lo que debe definir en todo momento cómo nos relacionamos con ellas. Démosles su lugar, pidamos las cosas de buena manera, no menospreciemos sus preocupaciones y necesidades, involucrémoslas en actividades diferentes sin limitarlas a los estereotipos, resaltemos sus aportaciones al equipo de trabajo, reconozcámoslas por lograr sus metas en la empresa, negocio, escuela y el hogar.
Recordemos que no mostramos respeto cuando nos reímos o hacemos chistes que las denigran, cuando las excluimos de oportunidades por el hecho de ser mujeres y cuando no nos involucramos en su mundo.
3. Palabras de aprecio y agradecimiento
Una forma muy sencilla y eficaz de mostrarles aprecio es expresar de forma verbal agradecimiento por lo que hacen.
Quizá se ha perdido este hábito por considerarlo muy simple, mientras que otros lo han deformado para aprovecharse, al usar esto como una forma de «cortejar» o «manipular».
Lo más valioso de este tipo de reconocimiento es la forma y tono con el cual se expresa. No debe ser fingido ni superficial, es decir, debe ser congruente con el resto de nuestras palabras y acciones.
Debemos expresarnos dependiendo del país y la cultura, para no ofender o faltar al respeto sin querer. Incluso si actuamos dentro de los parámetros socialmente aceptados seamos sensibles a cada persona, pues algunas mujeres pueden sentirse incómodas con ciertos comentarios o conductas.
4. Detalles y regalos
Si bien comúnmente es el más aplicado, se ha abusado de lo material de distintas formas. Por ejemplo: al dar un obsequio costoso y llamativo para demostrar el poder adquisitivo propio o darlo por obligación y no por gusto. Además, muchas veces estos regalos se dan solo en fechas específicas como Día de las madres, Día del amor y la amistad, entre otros.
Es bueno dar regalos, solo no caigamos en las trampas de la mercadotecnia. No compramos la idea de que si no damos un regalo en esas ocasiones, no amamos realmente.
En realidad los regalos deben ser una oportunidad para dedicar tiempo y atención. Pueden darse en cualquier momento del año y no necesitan ser costosos. Se trata de un detalle, de un obsequio que demuestre que las tenemos presentes.
Por ejemplo, para las mujeres en nuestra familia podríamos escribirles una carta o una notita, prepararles un café o el desayuno, regalarles una flor o su dulce favorito, una invitación sorpresa, dedicar una tarde para salir a caminar o quedarnos en casa a conversar y disfrutar el tiempo juntos.
Pensemos en cómo podemos bendecir a las mujeres fuera de nuestra familia. Nosotros (antes de la pandemia), pasábamos por una ancianita que iba a la iglesia pero que por ciertas causas estaba viviendo en un asilo y no la visitaba su familia. La invitábamos a comer y pasábamos tiempo con ella., por amor, pues así lo hizo Cristo por nosotros.
Desde las jovencitas hasta las abuelitas, valoran mucho que nos acordemos de ellas y las reconozcamos con aprecio con algún detalle u obsequio.
¡Existen infinidad de maneras para demostrarlo!
5. Apoyo
Otra forma práctica de valorar a las mujeres es apoyarlas para que puedan alcanzar sus sueños.
Brindar momentos para escucharlas es clave para saber qué necesitan. Por ejemplo, repartir mejor el tiempo para atender las labores domésticas y a nuestros hijos, para que nuestra esposa pueda descansar, inscribirse en alguna clase de arte o deporte, tomar un curso académico o participar en algún grupo de su interés.
Otro ejemplo: Si nuestra esposa vive lejos de sus familiares, podemos ahorrar para que pueda visitarlos o buscar formas en las que se pueda comunicar frecuentemente con ellos.
Estas acciones deben ser incondicionales y de parte de todos los miembros de la familia. No debemos hacerla sentir culpable o en deuda por tomar tiempo fuera de casa. De otro modo, seremos como dice la Biblia un «timbal hueco que resuena» pero que no aporta nada.
Solo el amor de Cristo es el que puede romper la inercia violenta que vivimos actualmente en las relaciones entre hombres y mujeres. Dios creó al hombre (mujer y hombre) a su imagen y semejanza y esto conlleva un alto valor. No lo olvidemos jamás.
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