Francisco de Miranda

Foto por Armando Lomelí

«En su prisión tenía obras de Horacio, Virgilio, Milton, un ejemplar del Quijote y uno del Nuevo Testamento». Ricardo Becerra 

Por Luis D. Salem 

Francisco de Miranda, precursor de la independencia latinoamericana, nació en Caracas, el 9 de julio de 1750; murió en Cádiz, España, el 14 de julio de 1816. Sus restos desaparecieron, pero su nombre ha quedado en la historia y en los corazones de todos los amigos de la libertad. Debido a su participación en la Revolución Francesa, el nombre de tan ilustre americano está escrito en el Arco del Triunfo, en la ciudad de París. 

Miranda inició estudios en Caracas. Años después marchó a España con el propósito de seguir la carrera militar. Después de brillantes servicios en África y las Antillas, en 1779 se dirigió a los Estados Unidos donde conoció a Washington, Paine y a Hamilton. En 1789 visitó Rusia. Fue presentado a la reina Catalina II, quien simpatizó con el joven americano y sus ideas de independencia. Por esos días Miranda pasó a formar parte del ejército ruso con el rango de coronel. En todas partes presentaba su proyecto para la independencia latinoamericana y la formación de un gran país, llamado Colombia, cuyo territorio abarcaría desde el Mississippi hasta el extremo sur de Chile. La capital de tan soñado país sería la ciudad de Panamá. 

Un poco después Miranda se estableció en Londres y pidió la ayuda de los ingleses para iniciar la lucha por la independencia. En 1806 desembarcó tropas en las costas venezolanas, pero fue derrotado en Ocumare. Ante la frialdad de los venezolanos el héroe volvió a Londres, donde siguió meditando en futuros planes. Un poco más tarde recibió la visita de Simón Bolívar, Andrés Bello y Luis López Méndez que le pedían regresar cuanto antes a Venezuela. Miranda obedeció al llamado de la patria y regresó a Caracas. El 5 de julio de 1811 se proclamó la independencia nacional y Miranda fue declarado general de los ejércitos patriotas. Después de algunas batallas, debido a la rivalidad entre los insurgentes, Miranda fue reducido a prisión y entregado al enemigo. Encadenado marchó a Cádiz, España, donde murió a la edad de 66 años. 

Las relaciones de don Francisco de Miranda con el clero católico no fueron muy cordiales. Establecida la primera República Venezolana los realistas se alzaron en Caracas y Valencia, y saliendo a la calle con los gritos de: «¡Viva el rey y la inquisición!», «¡Mueran los traidores!» se opusieron abiertamente a los patriotas. Los amotinados de Caracas fueron dominados pronto, pero los de Valencia «no fueron suprimidos fácilmente. Había allí muchos, muchísimos más realistas que en Caracas, entre otros, eclesiásticos fanáticos, que alistaron bajo su bandera a individuos pertenecientes a las bajas clases de la sociedad… Miranda atacó a Valencia y los curas que habían sido los principales promotores del alzamiento fueron reducidos a prisión»1. Esto ocurrió en julio de 1811. 

El 26 de marzo de 1812, durante los servicios religiosos del Jueves Santo, ocurrió un terremoto en el cual, según el capitán Forrest, murieron cerca de 15,000 personas. Los partidarios del rey aprovecharon esta catástrofe y la mostraron como un castigo de Dios por las ideas de Miranda. Sobre este particular William S. Robertson, afirma: «El clero no fue tardo para aprovecharse de la oportunidad que se le presentaba y abiertamente manifestó su oposición al movimiento independiente» (Op. Cit. p. 335). 

Bajo la influencia de los curas algunas personas abandonaron la causa republicana uniéndose a los realistas. Tal fue esta reacción que el 9 de abril la Cámara de Caracas dirigió una proclama al pueblo para contrarrestar las predicas del clero. Un observador comparaba al país a un vasto campo con caravanas de peregrinos en vía a la Meca, o a hordas poseídas de frenesí religioso. Al hablar de los clérigos, decía: «Llevaban en las manos a Jesús crucificado y en el corazón las cadenas del esclavo» ( Op. Cit. p. 337). El mismo Miranda, en carta enviada a un amigo suyo, dice: «El estado actual del pueblo y su disposición en toda la provincia de Caracas es muy favorable a la empresa no obstante el terror que el gobierno ha inspirado con unas pocas ejecuciones y las tremendas persecuciones de la Inquisición, que en la actualidad es un absoluto instrumento político» (Op. Cit. p. 303). 

Los realistas de Coro, al mando de domingo Monteverde, aprovecharon el momento, y se lanzaron sobre Caracas. Miranda, a la cabeza de su ejército les salió al encuentro, pero capituló en Maracay, ante la noticia de la caída de Puerto Cabello. La capitulación se firmó en La Victoria, en julio de 1813. Miranda fue reducido a prisión y conducido a Cádiz donde murió años más tarde. Así cayó el caudillo hispanoamericano, combatido por las prédicas de un clero enemigo de la causa republicana. 

Sin embargo, el general Miranda no fue indiferente a los asuntos religiosos. Al pasar por Filadelfia, Estados Unidos, se fija en los templos y escribe: «Las iglesias Christ-Church son las mejores, y su arquitectura juiciosa; el interior aseado y con algunas estufas de hierro que son de infinito auxilio en el invierno. La iglesia de los papistas es pequeña pero aseada y bien regulada»2. 

Miranda fue un viajero infatigable. Peleó en África, vivió en los Estados Unidos y recorrió casi todo el continente europeo. Por donde pasaba iba dejando amistades de gran valor, muchas de ellas evangélicas. Al hablar de sus viajes en Norteamérica, Robertson afirma: «De Filadelfia se dirigió hacia el Norte. El gobierno español tuvo noticias de Miranda en julio de 1784. En julio visitó New Heaven, donde se entrevistó con el presidente Stiles, del Colegio de Yale, y a quien le entregó las cartas de recomendación que llevaba. Asistió a varias conferencias de aquel colegio, y dio a Stiles muchos sugestivos detalles sobre su errante carrera; le contó la manera como se daba la educación en Venezuela, y en toda nueva España, sistema que calificó de inferior, baladí y despreciable». No había allí grandes figuras literarias porque (decía) «los hombres no se atreven a pensar, leer o hablar por temor a la Inquisición». 

Al hablar de las amistades de Miranda, el ya citado historiador Robertson, afirma: «Tuvo amistad íntima con William Wilberforce, quien encontraba la conversación de aquel muy entretenida e instructiva, aunque usaba el nombre de Dios muy ligeramente». Luis Augusto Cuervo, notable historiador sudamericano, dice a propósito de los amigos de Miranda, citando frases de Jeremías Bentham: «El general Miranda, quien llegó a ser durante la revolución francesa comandante de uno de los ejércitos al servicio francés, y cuya vida ha sido empleada al servicio y empeño de la emancipación de las colonias españolas, dejó este país (Inglaterra) hace unos quince días, por la invitación que ellos le hicieron para que se pusiese a su cabeza. Llevó consigo el diseño de una ley que, a solicitud suya elaboré para el establecimiento de la libertad de prensa en Venezuela. Ha prometido escribirme tan pronto como llegue, y si las cosas se hallan en un estado favorable, probablemente haré un viaje a Suramérica, enseguida de recibir su carta»3. 

La amistad de Miranda con Bentham se extendió a los descendientes del prócer. En prueba de ello venga la siguiente frase de una carta de Bentham al sabio hondureño José Cecilio Valle: «Cuando Miranda, hijo del célebre general Miranda, de quien fui íntimo amigo salió hace algunos años de este país, en donde nació y se educó, para Colombia, que creo entonces era Venezuela, con el objetivo de publicar un periódico, al estilo inglés, le hice, para su uso particular, ciertas indicaciones sobre la imparcialidad e independencia que debe observar el periódico hasta donde sea posible. No he podido encontrar copia de ellas para enviarla a usted pero si le encuentro se lo enviaré por el próximo correo»4. 

Miranda poseía, además, una de las más hermosas bibliotecas de su tiempo. Aún a la cárcel de la Carraca, donde murió, llevó consigo obras de Horacio, Virgilio, Milton, Cicerón, un ejemplar del Quijote y uno del Nuevo Testamento. Miranda en su testamento dice: «A la universidad de Caracas se enviarán en mi nombre los libros clásicos, griegos y latinos de mi biblioteca, en señal de agradecimiento y respeto por los sabios principios de literatura y moral cristiana con que alimentaron mi juventud con cuyos sólidos fundamentos he podido felizmente superar los graves peligros y dificultades de los presentes tiempos» (Op. Cit. p. 53). El ya citado historiador Ricardo Becerra, en su Vida de don Francisco De Miranda, cita al cronista religioso de la orden Seráfica en Santa Cruz y Caracas llamado Juan Antonio Navarrete, quien desde 1802 «compilaba con la paciencia, mas no con la ciencia de un benedictino», los sucesos que ocurrían a diario en la ciudad. Navarrete, al hablar de la llegada de Miranda a Caracas, en 1806, dice: «un tal Francisco de Miranda». Un poco después afirma que Miranda se había «transformado en benemérito patriota y recibido en la ciudad con gran aceptación y pasmo, como sujeto digno de toda estimación por su talento, experiencias en todas las materias, hasta con inteligencia de Escrituras y Sagrada Biblia» (Op. Cit. p. 212, nota). 

Las lecturas anteriores contribuyeron a la formación espiritual del gran venezolano. Sus biógrafos concuerdan al decir que Miranda «era un ejemplo de templanza», que «comidas malas o escasas no le hacían levantar la menor queja», y que «no usaba bebidas espirituosas». Por otra parte Miranda se considera destinado por la Divina Providencia para realizar la independencia de América Latina. Así lo dijo a don Bernardo O’Higgins: «Sí, hijo mío, la Providencia Divina querrá que se cumplan nuestros votos por la libertad de nuestra patria común» (Op. Cit. p. 19). El hecho de su matrimonio con la señorita Sara Andrews, joven de raza judía que desobedeció a sus padres y a su fe por el amor a Miranda, es también un caso que señala los vínculos del prócer con la iglesia evangélica. El matrimonio se efectuó en Escocia, no en la sinagoga, sino al parecer en una iglesia evangélica (Véase la obra Ensayo Histórico, por Ricardo Becerra, Caracas 1896, p.p. 493-494). 

Terminemos estas anotaciones. Recluído en su prisión de Cádiz, enfermo y abatido, el 14 de julio de 1816, Miranda entregó su alma a Dios. Luis Augusto Cuervo narra así los últimos momentos del Prócer: «Como su estado excluía toda esperanza, apenas hubo recobrado sus sentidos, ofreciéronle los servicios de la religión, para lo cual acudió a la cabecera de su lecho el capellán del hospital R. P. Alvarsánchez, de la orden de Santo Domingo, quien le aconsejó ponerse bien con Dios, pero Miranda se negó a recibirle y despidió al fraile con estas desabridas palabras: “¡Déjeme usted morir en paz!”»5. 

Sobre este mismo tema dice don Ricardo Becerra: «Hijo de un siglo que la historia llama con razón el siglo de Voltaire, y obligado a combatir al servicio de su patria contra un regimen que se apoyaba perfectamente en el altar, Miranda no fue nunca un creyente en el sentido práctico de la palabra. Pero la independencia de su razón y las lógicas necesidades de la lucha, tampoco hicieron de él un materialista. Tenía el alma demasiado generosa y el espíritu suficientemente amplio para admitir que todo concluye en la tumba. Mártir como era, necesitaba de la fe para triunfar sobre el calvario de su martirio» (Op. Cit. p. 541). 

Después de la muerte de Miranda, su fiel compañero, José María Morán escribió a los señores Ducan, Shaw y Cía, las siguientes frases: «Hoy 14 de julio de 1816, mis venerados señores: En esta fecha, a la una y cinco minutos de la mañana, entregó su espíritu al Creador mi amado señor don Francisco de Miranda. No se me ha permitido por los curas y frailes le haga exequias ningunas, de manera que en los términos que expiró, con colchón, sábanas y demás ropas de cama, lo agarraron y se lo llevaron para enterrarlo; de seguida vinieron y se llevaron todas sus ropas y cuanto era suyo para quemarlo»6. 

Nota:

Las citas anteriores habían sido hasta 1964 todo cuanto se sabía sobre el fallecimiento del general Miranda. En el año antes referido al historiador católico venezolano, Hno. Nectario María, publicó un libro intitulado La Verdad sobre Miranda en la Carraca. En este libro el citado escritor afirma que las declaraciones anteriores de Becerra y Morán, etc. no tienen valor histórico y establece que el general Miranda sí se confesó a la hora de su muerte. Esto para nosotros no tiene mucho valor, pues solo tratamos de probar que la Biblia fue uno de los libros favoritos del prócer y que ese libro prodigioso alimentó su fe, llama que sostuvo durante su vida a pesar de la oposición del clero (Véase La Verdad sobre Miranda en la Caraca, por el Hno. Nectario María. Imprenta Juan Bravo, Madrid, 1964). 

1.Robertson S. William. Francisco de Miranda y la revolución en América española. Imp. Nacional, Bogotá, 1918, p. 303.

2.Roberson S. William. The Diary of Francisco de Miranda. New York, 1928, p. 29.

3.Cuervo Luis Augusto. La madre de los hijos de Miranda. Imprenta Boívar, Caracas, 1923, Vol. I, p. 5.

4.Becerra Ricardo. Vida de don Francisco de Miranda. Editorial América, Madrid, p. 463.

5.Cuervo Luis Augusto. La madre de los hijos de Miranda. Imprenta Bolívar, Caracas, 1923.

6.Becerra Ricardo. Ensayo histórico documentado sobre la vida de don Francisco de Miranda. Caracas, 1896, p. 519.

Tomado de El Dios Escondido de los Libertadores por Luis D. Salem, Casa Unida de Publicaciones, México, D. F., 1970.


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