Antonio Nariño

«Lo asistí hasta que finara… me pidió que lo auxiliara con Salmos escogiendo lo más apropósito para este momento… y varios textos de la Sagrada Escritura». —Fray Salvador de Santa Gertrudis Roa.

Por Luis D. Salem

Don Antonio Nariño, precursor de la independencia colombiana, nació en la ciudad de Santa Fe, hoy Bogotá, el 9 de abril de 1765. Nueve años antes había nacido en Caracas don Francisco de Miranda, precursor de la independencia hispanoamericana. En aquellos días el Virreinato de la Nueva Granada se formaba por los territorios que hoy ocupan Colombia, Venezuela, Panamá, y Ecuador. Por esta razón histórica, Nariño y Miranda (cara y sello de la misma moneda) son hijos de una patria común, conocida un poco más tarde con el nombre de La Gran Colombia.

Estudios

No hay datos precisos acerca de los estudios realizados por Nariño; sin embargo, algunos historiadores afirman que cursó estudios de gramática y filosofía en el Colegio Nacional de San Bartolomé. Nariño mismo, en uno de sus memoriales, afirma haber pasado sus primeros años en un Colegio a expensas de Su Majestad, «y al lado de mis virtuosos padres». Poco a poco Nariño se hizo poseedor de una riquísima biblioteca, donde «con clásicos griegos, latinos, franceses e ingleses; con obras de matemáticas, historia, teología, derecho, medicina y ciencias naturales, se hallaban las de los filósofos del siglo XVIII: trasuntos éstas de las ideas paganas del renacimiento, de la rebeldía protestante que fue consecuencia de aquellas, e incubadoras de la revolución francesa…»1.

Todo revela que don Antonio Nariño fue un autodidacto extraordinario, hombre de amplia cultura y de una brillante inteligencia.

Cargos

A la edad de 16 años, 1781, Nariño sentó plaza en las milicias reales que se organizaron en Santa Fe para proteger a la ciudad de la inminente entrada de Los Comuneros. A los 23 años actuó como alcalde mayor de su ciudad natal y a los 24 fue nombrado por el virrey, don Francisco Gil y Lemus, tesorero de diezmos. Los diezmos pertenecían a la Iglesia, pero el gobierno civil tenía una crecida participación. Además de los cargos anteriores Nariño actuó, en plena juventud, como comerciante próspero y activo.

Los Comuneros

El 16 de marzo de 1781 estalló en la ciudad del Socorro la insurrección de Los Comuneros, primer movimiento armado que echó las bases de la Independencia neogranadina. Al mando de don Juan Francisco Berbeo, los comuneros avanzaron sobre Santa Fe, llegando victoriosos a las cercanías de Ziparquirá, no lejos de la capital. En este lugar se encontraron con una comisión del gobierno colonial pidiendo un arreglo amistoso. En la comisión iba, como figura muy principal, el arzobispo de Santa Fe, don Antonio Caballero y Góngora quien, levantando el estandarte de la religión, logró hacer un pacto por el cual los revolucionarios depusieron las armas. «Por exigencia de Los Comuneros, el día 8 de junio, durante la misa, sobre el libro de los Santos Evangelios y ante la majestad expuesta, el arzobispo tomó a los comisionados juramento de que se respetaría la real palabra empeñada en las capitulaciones. Cantóse luego el Te Deum en acción de gracias y a poco se dispersaron los sublevados» (Op. Cit. p. 44).

El contrato fue violado por las autoridades y las cabezas de los revolucionarios fueron puestas «en picas para escarmiento, fuera de la capital». Traición más vergonzosa a un grupo de patriotas no registran las páginas de la historia. En premio a este acto de «pacificación», el doctor Caballero y Góngora fue nombrado Arzobispo-Virrey de la Nueva Granada, cargo que aceptó y ejerció por algún tiempo. Algunos historiadores disculpan al arzobispo. Otros por el contrario lo acusan en forma clara. En prueba de esto último, recomendamos la atenta lectura del libro intitulado Los Comuneros, de Germán Arciniegas.

Ante la violación del pacto, el pueblo se indignó y un nuevo ejército marchó sobre Santa Fe al mando de don José Antonio Galán. Al ser derrotado su ejército, Galán fue ahorcado, descuartizado, y su descendencia declarada infame. A continuación, la sentencia dictada contra Galán, la cual se cumplió al pie de la letra: «Condenamos a José Antonio Galán a que sea sacado de la cárcel, arrastrado llevado al lugar del suplicio, donde sea puesto en la horca hasta que naturalmente muera; que bajado, se le corte la cabeza, se divida su cuerpo en cuarto partes y pasado el resto por las llamas (para lo que se encenderá una hoguera delante del patíbulo), su cabeza será conducida a Guaduas, teatro de sus escandalosos insultos: la mano derecha supuesta en la plaza del Socorro, la izquierda en la Villa de San Gil, el pie derecho en Charalá, lugar de su nacimiento, y el pie izquierdo en Mogotes; declarada por infame su descendencia, ocupados todos sus bienes y aplicados al real fisco: asolada su casa, y sembrada de sal, para que de esta manera se de al olvido su infame nombre, y que acabe con tan vil persona, tan detestable memoria, sin que quede otra que la del odio y espanto que inspira la fealdad de su delito».

Los Derechos del Hombre

Cuando estos hechos se desarrollaban, Nariño, como ya queda dicho, ocupaba una plaza en los ejércitos del rey que combatían a Los Comuneros. Sin embargo, gracias a sus lecturas, ya en él estaba plantada la semilla de la libertad. Seguramente cuando se decía de la suerte de Los Comuneros encendía en el alma de Nariño el anhelo de levantar la bandera vencida en hora tan aciaga. La muerte de Galán debe haber destrozado a Nariño. La traición de las autoridades civiles y religiosas debe parecer algo vergonzoso e indigno. La suerte estaba echada. El joven soldado puso su vida en la balanza de la libertad.

Así como en 1793 (tres años después de la muerte de Galán) Nariño tradujo la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, lanzó una pequeña edición que hizo circular entre los amigos de la independencia. «Nariño sabía que pocos años antes había ordenado el Supremo Consejo de Indias que se recogieran y destruyeran las publicaciones de los Derechos del Hombre, y sabía asimismo que el Tribunal de la Inquisición de Cartagena había prohibido la lectura de tal publicación»2, sin embargo. la tradujo, publicó y distribuyó en forma valerosa.

Primera prisión

El 29 de agosto de 1794, don Antonio Nariño fue reducido a prisión junto con otros amigos suyos. Se le acusaba de traducción, impresión y distribución de Los Derechos… Se le condujo a Cartagena y de allí a Cádiz, España, de donde logró fugarse. De Cádiz se dirigió a Madrid, un poco más tarde a París y después a Londres, donde se dedicó con pasión sincera a buscar ayuda para iniciar la guerra emancipadora.

José María Blanco White

En esos días vivía en Londres el doctor José María Blanco White, ilustre periodista español, gran amigo de la independencia americana. Blanco White, antes sacerdote católico, había sido canónigo de la catedral de Sevilla. Una vez convertido al protestantismo salió de España y se refugió en Londres. Se unió a la Iglesia Anglicana y llegó a ser canónico de Westminster. Blanco White fue amigo íntimo de los grandes libertadores y mejores escritores hispanoamericanos. Don Andrés Bello fue uno de los buenos amigos del doctor Blanco White. Acerca de la amistad de Nariño con Blanco White, veamos a continuación las afirmaciones del doctor Restrepo Canal: «Había conocido Nariño a Bentham por medio del periodista sevillano, don José María Blanco White, y parece que se aficionó tanto a las doctrinas de este autor, que se dio a traducir el Traite de Legislation, a su regreso de Cartagena, después del 20 de julio de 1810, o acaso ya había comenzado anteriormente a hacerlo, como se colige de la noticia dada por el mismo Blanco White en su periódico El Español, editado en Londres, en 1813… La amistad de Nariño con Blanco White en Londres, fue sin duda una amistad periodística, y es no solo posible, sino que puede suponerse como cosa casi segura, que Nariño escribiera en El Español, anónimamente o con seudónimo. Mas como no hemos tenido a la mano este periódico no nos ha sido posible buscar allí lo que pueda haber de la pluma del prócer bogotano» (Op. Cit. p. 125).

Segunda prisión

Desde Europa, Nariño regresó a su patria y al seno de la familia en el año de 1797. Pasó por Venezuela, Cúcuta, Pamplona, Tunja y Chocontá hasta llegar a Santa Fe, donde fue nuevamente reducido a prisión, el 19 de julio de 1797. Se le colocó en una celda, cercana de los servicios comunes del cuartel, sin sol y sometido a una pobre alimentación. Allí permaneció hasta mayo de 1803, fecha en que salió por prescripción médica a vivir en la Estancia de Montes. El gran hombre era víctima de la tuberculosis. Gracias a los aires del campo, la buena alimentación y a los cuidados de su noble esposa, doña Magdalena Ortega de Nariño, el prócer recobró la salud y se dedicó al cultivo del campo, sin dejar de soñar en la libertad de su patria.

Otra vez las cadenas

Se aproximaba el 20 de julio de 1810. Por esos días se hablaba mucho de independencia. Los patriotas se reunían y formaban planes de acción. En casa del doctor Andrés Rosillo, canónigo de la catedral de Santa Fe, se habló de derrocar al gobierno y organizar una república. Como era natural, el nombre de Nariño figuró entre los primeros para ocupar la presidencia. El virrey supo de estos planes y, actuando con rapidez, cayó sobre el prócer; cargándolo de cadenas lo envió preso a Cartagena.

En la población de El Banco, Nariño logró fugarse. Acompañado de su hijo, don Antonio Nariño y Ortega, se dirigió a Santa Marta. He aquí algunos párrafos en que el mismo Nariño nos narra esta triste experiencia: «Antes de salir de Honda supimos por el criado Miñano que, habiendo hablado don Martín Gil a la virreina sobre nuestro suceso, ésta le había contestado que en Cartagena se nos encerraría en un castillo, sin comunicación, ni tintero, hasta que muriésemos… Yo pensé de otro modo y creí más prudente vivir fugado, ausente de mi patria y familia, que morir en una prisión en medio del oprobio y la ignominia… Al abrigo de una noche oscura y tempestuosa, en una piragüita de dos remos, acompañado solo del único de mis hijos que se hallaba conmigo en mi partida. En tres días estuvimos en Santa Marta y si un maldito catalán no me hubiese denunciado al gobierno, mis terribles jueces y la virreina no hubieran tenido la complacencia de verme gemir en Bocachica»3.

El 20 de diciembre Nariño y su hijo fueron reducidos a prisión, donde fueron ultrajados miserablemente. Poco después se le trasladó a los calabozos de la Inquisición de donde salió «para curarse de sus enfermedades» en junio de 1810. Un mes más tarde estalló en Santa Fe la revolución el 20 de julio, día en que se inició en firme por la independencia del país.

Estadista

Nariño regresó a Santa Fe y se unió a los patriotas que luchaban por estabilizar la independencia. En esos días España organizó una poderosa expedición que, al mando del general don Pablo Morillo, venía para realizar la reconquista de la Nueva Granada. Ante semejante amenaza Nariño trabajó por la organización de un gobierno central, fuerte y respetado, que pudiera detener la marcha del invasor.

Otros patriotas pedían un gobierno federal, a imitación del de los Estados Unidos de Norteamérica. Nariño se opuso a esta idea y en su periódico La Bagatela, explicaba las razones por las cuales se necesitaba un gobierno unitario. Vino la guerra civil, dando el triunfo a las fuerzas de Nariño, quien ocupó la presidencia.

Amenazada la libertad, el presidente en persona, al frente de un numeroso ejército se dirigió al Sur. Cerca de Pasto las fuerzas de la patria fueron derrotadas y su general y Presidente reducido a prisión. Ese día el pueblo se amotinó pidiendo la cabeza del vencido. En un arrojo de heroísmo, el héroe salió al balcón y dirigiéndose a la multitud, pronunció estas palabras: «Pastusos, ¿queréis que os entregue al general Nariño? ¡Aquí lo tenéis!»4.

Nueva prisión

Poco después se le condujo a Cádiz, España, en calidad de prisionero. Allí vivió largos años encerrado en una celda estrecha, hasta el año de 1819, fecha en que se consolidó la independencia del país.

Vuelto a la patria fue recibido con grandes demostraciones de aprecio, especialmente por el general don Simón Bolívar. Después de haber prestado grandes servicios a la patria, Nariño murió en Villa de Liva, Boyacá, el 13 de diciembre de 1823. Antes de su muerte pidió que se le cantasen algunos salmos penitenciales. Un poco después pronunció estas hermosas frases: «Amé a mi patria; cuánto fue ese amor lo dirá algún día la historia. No tengo que dejarle a mis hijos sino mi recuerdo, a mi patria le dejo mis cenizas» (Op. Cit. p. 202).

¿Heterodoxo?

Se ha discutido un poco sobre los ideales religiosos de don Antonio Nariño. Antes de su muerte recibió los sacramentos bajo el rito católico. No obstante, sus ideas parecen estar más relacionadas con la Iglesia Evangélica. Sobre este particular ya hemos hablado de su amistad con el pastor y periodista José María Blanco White, y también sobre su solicitud de escuchar la lectura de la Biblia poco antes del final de su existencia física. Sobre éste mismo tema (la lectura de la Biblia) oigamos el testimonio de don Alberto Miramón: «Fascinado, poseído por el espíritu de la Declaración… cerró Nariño su puerta a todo el mundo, no creyendo obrar mal al encerrarse así en su casa, puesto que hacía otro tanto para leer la Sagrada Biblia»5.

La influencia de la Biblia en la vida del prócer se subraya con las siguientes palabras suyas: «Odié siempre por instinto la tiranía; luchando contra ella perdí cuanto tenía, perdí hasta la patria. Cuando apareció por fin esa libertad por la cual había yo sufrido tanto, lo primero que hizo fue ahogarme con sus propias manos… Me han dado cadenas todos; me han calumniado. Pero no he aborrecido ni a los que me han perseguido».

Bien sabido es también que Nariño bebió en fuentes protestantes su amor a la libertad. Así lo certifican, entre otras, las siguientes palabras del ya citado escritor Carlos Restrepo Canal: «… La Declaración de los Derechos del Hombre que se hizo en la Asamblea Francesa no era original en absoluto, sino tomada de la que anteriormente habían hecho en los Estados Unidos, quienes declararon la independencia en aquel país, desde 1774 y 1775, y luego en 1776 cuando se erigió en entidad soberana. Asimismo, la iniciativa de Nariño no era una forma propia de expresar en las provincias españolas ultramarinas los Derechos del Hombre, sino una simple transcripción de la hecha en París en 1789 y derivada del pensamiento de Adams y Jefferson. La exposición de este prócer norteamericano se había originado a su vez del ideario y del independentismo ingleses, así como las tendencias mismas del pueblo norteamericano emanaban de ese espíritu y de la índole de aquellos ariscos cuáqueros y puritanos, individualistas a su modo, protestantes y liberales a la manera sajona, a la vez que, del espíritu general de aquella época, de las teorías de Rousseau y del sistema de laissé faire»6. Por su parte Monseñor Rafael María Carrasquilla dice: «Nariño, en su mocedad, defendió doctrinas opuestas a la fe; pagó tributo a las preocupaciones del siglo y esa fue una de las pocas debilidades de su vida».

¿Anticlerical?

Durante la guerra de independencia hubo sacerdotes patriotas muy esclarecidos que lucharon por la libertad en forma activa. A cada uno de ellos la historia le tiene un santuario en sus páginas. Sin embargo, la gran mayoría, especialmente del alto clero, o sea la parte oficial de la Iglesia, se opuso a la independencia. Contra éstos últimos los próceres civiles de la república escribieron páginas vibrantes.

Oigamos a Nariño: «Aún no ha comenzado abiertamente el ataque ministerial y ya véis el descaro con que se sube al púlpito, y se profana la cátedra de la verdad. Aún no han comenzado a prodigar gracias al gobierno de Cádiz, y ya oía en boca de unos americanos, de unos ministros del santuario, condecorados con los primeros puestos pregonar sin rubor la vergonzosa bula de Alejandro VI que regaló un mundo que no era suyo, que no sabía dónde estaba situado ni quién era su dueño. ¿Qué debemos esperar cuando comiencen a llover empleos, títulos de Castilla, creces y excelencias? ¡Avergoncémonos de solo pensarlo! Y si no estuviéramos desgraciadamente palpando estas almas bajas y mercenarias que prostituyen su ministerio, su consciencia y su honor a las vanas esperanzas de los ascensos ultramarinos, no me atrevería siquiera a proferir estos temores. ¿De dónde viene este irrevocable decreto de que hemos de ser eternamente esclavos? ¿De la conquista? ¿Y por qué España sacudió el yugo de los romanos y de los moros si este derecho es legítimo? ¿Por qué se queja ahora tanto de Bonaparte que quiere ejercer contra ella este pretendido derecho? Porque estos países eran infieles el Papa los regaló a los Reyes Católicos. ¿En qué página del Evangelio vemos que Jesucristo facultara a los apóstoles para que regalaran imperios y autorizaran a los ambiciosos para que asesinaran a la especie humana?».

«Pero con estos señores no hay que andar con razones porque al instante giran anatema, excomunión, herejía, irreligión. ¡Pobre del que los contradiga! Siempre encuentran razones en los Santos Padres, que nadie va a registrar, y apoyo en las mujeres que los tienen por sinónimos de Jesucristo, no solo en cuanto al ministerio, sino en sus personas, en su conciencia, y sus costumbres, aunque en algunas les conste lo contrario» (Op. Cit., 25 de agosto de 1811).

He aquí la semblanza espiritual del precursor de la independencia colombiana, hombre profundamente cristiano, según lo certifican sus numerosos escritos.

1.   Justo Ramón. Historia de Colombia.  Editorial Stella, Bogotá, 1964, p. 74.

2.   Restrepo Canal, Nariño periodista.  Editorial Kelly, Bogotá, 1960, p. 19.

3.   Díaz Díaz Oswaldo. Nuestro Precursor. Editorial Andes, Bogotá (sin fecha), p. 55.

4.   Vaucaire Michel. Bolívar el libertador.  Editorial Latinoamericana, México, 1957, p. 201

5.   Miramón Alberto. Una conciencia criolla contra la tiranía, Editorial Kelly, Bogotá, 1960.

6.   Restrepo Canal Carlos, Nariño Periodista, Ed. Kelly, Bogotá 1960, p. 25.

7.   Nariño Antonio. La Bagatela, 11 de agosto de 1811.

Tomado de El Dios Escondido de los Libertadores por Luis D. Salem, Casa Unida de Publicaciones, México, D. F., 1970.


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