En medio de lo inexplicable, las promesas de Dios son reales

Foto por Regina Rodríguez

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Fueron los días más difíciles que he experimentado

Por Maynor Agüero Obregón

Mi esposa estaba en la última semana del embarazo de nuestra segunda hija, Sara Elizabeth. Había sido un proceso normal y sin complicaciones. Sin embargo, el primer domingo de febrero, luego de regresar de la iglesia, mi esposa no percibía el movimiento de la bebé. Muy asustados decidimos que se trasladara en taxi al hospital para un chequeo médico.

Mientras esperaba a que mi suegra llegara para que cuidara a nuestro hijo de tres años, oraba al Señor para que todo estuviera bien y solo fuera una falsa alarma. Cuando llegué al hospital, supe que mi esposa estaba internada. Me dijeron que la bebé había muerto y que mi esposa debía tener el parto lo más pronto posible, pues de lo contrario su vida corría peligro. Fue la noticia más dolorosa que he recibido en mi vida. 

Las dudas se agolparon y las preguntas sin respuestas inundaron mi mente. Por un momento las promesas de Dios se borraron de mi corazón: «¿Cómo es que un Dios bueno se había llevado a mi pequeña?». 

Las personas que me rodeaban me compartían verdades bíblicas con las mejores intenciones, pero estas sonaban vacías. Mi hija estaba muerta y la vida de mi esposa estaba en riesgo. Fueron los días más difíciles que he experimentado.

Tres agonizantes días terminaron con un funeral. Mi esposa logró recuperarse y salir del hospital. Ahora nos tocaba lidiar con el dolor de la pérdida y con la persistente pregunta: ¿Por qué Dios permitiría algo así?

El dolor es fácil de definir, pero difícil de superar. Durante mucho tiempo pensé que la vida era cuestión de tener el conocimiento correcto. Pero todo cambió en ese febrero del 2009.

Ahora sé lo que es el dolor, no desde una definición teórica, sino desde una vivencia. Sé lo que es llorar con el que llora la muerte de un ser querido. Sé lo que es estar triste con el que tiene una pérdida. Sé lo que es sufrir con el que sufre.

Logramos superar el duelo, aceptamos la voluntad perfecta de Dios y aprendimos a vivir en fe aun en medio del dolor y el sufrimiento.

Han pasado los años y recordamos con amor a nuestra hija Sara Elizabeth. El Señor es misericordioso y junto a mis hijos: Josué Daniel y Abigail Esther, quien nació un año y nueve meses después de la muerte de nuestra hija, disfrutamos de la vida; porque a pesar de los sucesos dolorosos e inexplicables, las promesas de Dios son reales, y eso nos mantiene fieles a Él.


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