¿Qué será suficiente?

Foto por Erick Torres

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En su interior luchaba por procesar la angustia de no ser feliz a pesar del gran éxito que, según otros, gozaba

Por K. Estrada

Mario era un joven que hacía todo con esmero. Desde pequeño tenía buenas calificaciones y siempre quería ser el mejor, era muy competitivo. Se exigía a sí mismo cada vez más, pues lo habían criado para ganar y tener éxito en la vida.

Se graduó magna cum laude (con los más altos honores) de la universidad. ¡Cómo disfrutaba ser aclamado por sus logros! Amaba el baloncesto y cada partido lo jugaba como el último de su vida. Acumuló más de 50 galardones deportivos.

Pero poco a poco, todo empezó a dar un giro. Constantemente alcanzaba sus metas, pero se dio cuenta de que los logros no eran suficientes para él. Satisfacer su corazón era cada vez más difícil. Ya no le complacía un trofeo, un sueldo alto o cualquier otra recompensa. Solo sabía que quería más, ¿hasta dónde sería suficiente?

En su interior luchaba por procesar la angustia de no ser feliz a pesar del gran éxito que, según otros, gozaba. No podía dormir. Las noches de insomnio le recordaban su insaciable deseo de plenitud. Perdió el apetito. En su cumpleaños no encontró una comida que se le antojara lo suficiente como para disfrutarla. Empezó a perder el gusto por vivir. 

Lo peor llegó para él: Se encontraba en medio de la cancha botando el balón y algo extraño sucedió. No pensaba como siempre, algo estaba mal. Ese día descubrió que ya no le interesaba ganar. Entonces se preocupó. Se dio cuenta de que la competitividad había dirigido su vida. No había sido consciente del círculo decadente y sombrío en el que estaba cayendo.

Por varios días musitó el vacío que le acompañaba. Pero una noche, mientras daba vueltas en la cama y cavilaba en lo poco placentera que le parecía la vida, supo que nunca podría saciar su ser. Cuando llegara al punto de enfrentar esa realidad, terminaría con su vida. 

De pronto, sintió en lo más profundo de su ser la necesidad de reconocer ante Dios, de cuya presencia había decidido prescindir, que no tenía fuerzas para seguir luchando. Sabía que debía dejar de confiar en sí mismo y ofrecerle su vida para lo que Él quisiera. 

Y lo hizo. Mientras lo hacía, cada parte de su ser parecía romperse en pedazos. Su orgullo se partía. Su autosuficiencia se despedazaba. Estaba humillado y quebrantado a más no poder. Lloró y lloró hasta no tener fuerzas.

Entonces decidió encaminarse, casi arrastrando, a la habitación de sus padres cristianos, que estaba en el segundo piso. Y aunque les pegó un buen susto, al comprender la situación, ellos comenzaron a orar. 

Poco a poco mientras oraban, el corazón despedazado de Mario comenzó a sanar hasta que finalmente fue lleno de satisfacción. Conoció a Aquel que es suficiente.


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