El regalo de la confesión

Foto por Erick Torres

Foto por Erick Torres

Esta disciplina nos ayuda a recordarnos unos a otros constantemente la maravillosa verdad del Evangelio

Por Ramiro Tapia Alanoca

Cada lunes, en el lugar donde trabajaba, nos hacían dos preguntas al final de nuestro devocional en grupo: «¿Tienes algún pecado que confesar? ¿Cómo puedo orar por ti?». Mis respuestas eran superficiales: Salud, familia y algunas veces pedía que oraran por mi tiempo con Dios, que ocurría de camino a la oficina.

Ese trabajo era muy diferente para mí. Las preguntas de los lunes me introdujeron a una vida de confesión. Nadie me había enseñado acerca de ello. En mis dos años de ser cristiano, nunca había experimentado algo así. Siempre asumí que mis luchas eran personales. 

Trabajé como lustracalzados desde mis doce años y mi vida en la calle me llevó a tener varios problemas. Uno de ellos era el alcoholismo. Mis luchas eran diferentes a las de mi pequeño grupo de la oficina, lo que evitaba que las compartiera abiertamente. 

A los tres meses de estar trabajando ahí, caí de nuevo en el alcohol. Llamé a mi jefe para explicarle que tenía una infección estomacal, lo cual era mentira. Él conocía bien acerca de problemas gástricos y como era jueves me dio dos días de permiso. Pero yo sabía que el lunes llegaría y con él, las preguntas. Una y otra vez pensaba: ¿Debería seguir con mi mentira o ser honesto? ¿Qué hacer?

Finalmente, tomé una decisión. Decidí confesar y renunciar porque no quería traer vergüenza a mis compañeros de oficina. Llegó el devocional y las preguntas aterradoras. Con vergüenza y dolor confesé que les había mentido y que había caído de nuevo en el vicio. Hubo un silencio y de repente, mi jefe se puso a llorar. 

Yo estaba desconcertado por lo que veía. Cuando se calmó, me compartió que él había estado esperando el día en que yo compartiera algo real por lo cual orar. Que él conocía mi trasfondo y el riesgo que tomó al contratarme. Esa mañana, yo también terminé llorando. Esta experiencia fue el inicio de un cambio en mi vida.

Mi jefe me guió a buscar a tres cristianos maduros con los cuales iniciar un proceso de discipulado, que incluía la práctica de la confesión. Han pasado siete años desde la última vez que tomé alcohol, todo gracias a este medio de gracia. 

Esta disciplina nos ayuda a recordarnos unos a otros constantemente la maravillosa verdad del Evangelio: que Cristo perdonó nuestros pecados y que somos amados.


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