Vendo anillo de compromiso
Las piezas de mi torre se desmoronaban, aun cuando me ofrecían ascensos, aumentos salariales y había una boda en camino
Por Roberto Ramírez Quesada
De niños fantaseamos sobre el futuro como si fuera un libro para colorear. Lo pintamos acorde a los colores de nuestros sueños. En mi dibujo Dios no era el centro.
Todo estaba saliendo a la perfección: obtuve mi carrera universitaria, una bella relación con mi novia y además me regodeaba de servir a Dios con los jóvenes en mis espacios libres, como si el tiempo me perteneciese.
Creía tener mi vida armada cual juego de bloques. Al paso de los años todo a mi vista mejoraba, pero hacía falta una pieza en esta “sólida” torre. El tema de la carga por el mundo perdido, y que hoy hay millones que no tienen acceso a una Biblia, era recurrente en mis conversaciones, pero yo no hacía nada al respecto.
Tal era mi inquietud que el director de la organización donde era voluntario me preguntó: “¿Qué vas a hacer con tu vida?”. Eso me tambaleó. Sin darme opción a responder, con una mirada imponente continuó: “¡Si no tomas una decisión, no puedes servir aquí! No quiero ser cómplice de que no cumplas la misión que Dios te encomendó”.
Después de esto, las noches se volvieron largas y las páginas de la Biblia como una daga estremecían por completo mis pensamientos. ¿Decisión fácil? ¡No! Las piezas de mi torre se desmoronaban, aun cuando me ofrecían ascensos, aumentos salariales y había una boda en camino. Por cierto, mi prometida no estaba muy de acuerdo con el peso que inclinaba la balanza.
Iluso era al creer que como Jonás, podía huir, aunque no lo culpo por su actuar. Al darme cuenta de lo vano de mis esfuerzos, di un paso de fe e hice un viaje misionero. Tenía la certeza de que esto aclararía mi indecisión y afirmaría el deseo por hacer la voluntad de Dios. Al regresar de esta travesía la decisión estaba casi tomada, aunque mi pareja no reaccionó complacida por el paso a tomar.
¡Más piezas se caían por montones! Por un lado, estaba cerca de cumplir con todos mis planes y por el otro, me inclinaba a obedecer al Señor que me invitaba a una vida totalmente diferente. Me atreví a realizar una oración peligrosa y la petición constante era la siguiente: “Señor, si quieres que yo te sirva de tiempo completo y ella va a ser tropiezo, quítamela, ya que yo no puedo”.
Los meses pasaron y realicé otro proyecto misionero. Cuando regresé, al salir del aeropuerto, mi oración fue contestada. Mi prometida y yo concluimos que, a pesar del amor que nos teníamos, nuestros caminos eran distintos.
Aprendí que la obediencia debe ser extrema y vale la pena atreverse a realizar oraciones peligrosas para cumplir la voluntad de Dios. Hay pasos que duelen (y bastante), pero las heridas cicatrizan con el tiempo.
Los años han pasado. He comprendido que no somos dueños sino mayordomos de la vida y los pasos que tenemos que dar son distintos para todos. Hoy vendo un anillo de compromiso y con emoción me encamino a servir por varios años en el este de Europa.
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