De muerte a vida

Foto por Juan Blendl 

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Algunas de las letras de nuestras canciones hablaban de suicidio

Por Juan Blendl 

Desde muy chico me apasionó la obsesión por formar un grupo de Rock y llevar ese estilo de vida rebelde y escandalosa. Primero formé un grupo con amigas de la prepa y con el tiempo empecé a participar en otro al que nombramos La Castañeda.

Así se llamaba el antiguo hospital psiquiátrico fundado en 1910 por Porfirio Díaz. Era una especie de cárcel en la cual además de locos, había presos políticos, indigentes, y alcohólicos extremos entre otros. Sin pensarlo más e ignorando las consecuencias que esto acarrearía a futuro, resolvimos adoptar ese nombre y tomar la locura como la bandera del grupo. Tuvimos mucho éxito tanto en México como en Europa y Estados Unidos.

Algunas de las letras de nuestras canciones hablaban de suicidio y tuvimos a seguidores que inspirados en ellas terminaron con su vida, incluso Greg, uno de nuestros productores.

Esa fue la etapa más oscura, siempre pasaban cosas raras, hubo presentaciones en las que yo veía cómo se les volteaban los ojos a los jóvenes, se les ponían blancos, como si tuvieran un ataque de epilepsia, siempre había gente totalmente intoxicada con cemento, disolvente o alcohol cantándole a la insensatez, a la locura o a la muerte. Actuaban como poseídos. Yo creía que estaban fingiendo pero no era así. Estaba siempre rodeado de gente perversa en medio de ambientes siniestros.

Sucedieron algunos accidentes en los cuales murieron algunos actores y bailarines invitados. Uno murió de SIDA y otros terminaron en psiquiátricos o en clínicas de rehabilitación. Después de ver el fruto de 10 años de promover la locura, comencé a sospechar que algo andaba mal.

Me sentía cansado, desnutrido, vacío, harto de mí mismo y de los demás. Con dos divorcios encima, como muerto en vida, me urgía un cambio de rumbo. Fue entonces que me encontré a un amigo de la preparatoria que se llama Luis. Él me comenzó a platicar de cómo Jesucristo había cambiado su vida. En verdad que lo había hecho, porque cuando yo lo conocí era tremendo y ahora lucía diferente.

Luis me regaló una Biblia y me dijo que cuando me sintiera solo, triste o temeroso la leyera. Yo se lo agradecí y la guardé junto con otros libros.

Al poco tiempo comencé un proyecto experimental. Al ver el potencial de la nueva tecnología en el mundo y la posibilidad de hacer algo independiente, cansado de la soberbia y la rutina de mis compañeros de grupo, decidí dejarlos.

Renté mi casa, vendí mi auto y me fui a vivir solo al pueblo de Santo Domingo, cerca de Tepoztlán en Morelos. Tenía una pequeña casa en medio de la montaña. Estaba aislada de la civilización. No había ruido, calles, ni vecinos. Era como un paraíso.

En ese aislamiento comencé a tomar conciencia de lo que yo era realmente y no lo que yo creía que era. Veía mi vida como si hubiera sido un sueño del que acababa de despertar. Estaba completamente solo.

Desesperado estuve a punto de regresar al grupo y a mi vida anterior, pero algo dentro de mí decía que no, y yo no quería hacerlo. Fue entonces que recordé ese libro que mi amigo me había regalado meses atrás. Traté de leerlo, sin entender nada, pero un día de pronto me di cuenta que tenía paz.

Llamé a Luis para contarle lo que me estaba pasando y me invitó a su casa. Quería presentarme a alguien. Para mi sorpresa, su amigo era pastor de una Iglesia.  Comenzó a exponerme el plan de salvación.

No entendía mucho de lo que había escuchado en esos días, pero tenía paz. Cuando regresé a mi casa en la montaña, al poco tiempo regresó ese sentimiento de incertidumbre, tal vez por la soledad y el silencio extremo. Entonces le pedí a Luis que viniera a visitarme.

Cuando vino me preguntó: —¿Por qué te viniste para acá?

—Porque quiero tener un encuentro con un extraterrestre  —respondí.

—¿Y por qué no tienes un encuentro con Jesucristo? —contestó.

Esas palabras me atravesaron. A pesar de haber escuchado y leído de Él, fue hasta ese momento que entendí que se trataba de una persona especial, y por qué no decirlo, fuera de este mundo. También me regaló un casete de un cantante cristiano con cantos de alabanza, el cual al principio me causaba corto circuito. Pero un dia en medio de una depresión, volví a escucharlo y Dios me quebrantó. Comenzó a soplar un viento que movía los árboles al ritmo de los cantos. Caí de rodillas llorando sin cesar. Entendí que Dios me había guardado de múltiples situaciones peligrosas y que me estaba dando una nueva oportunidad. 

A partir de entonces, no dejé de leer la Biblia. Fui a ver a Luis y al pastor con el que había aceptado a Cristo como mi Salvador y a diferencia de la primera vez, entendía perfectamente todos los mensajes y estudios que me compartía.

Luis me presentó a su amiga Lizette quien vivía en Cuernavaca y que era cristiana. Me dijo que en su casa hacían estudios bíblicos. Yo iba cada semana y con el tiempo nos hicimos muy amigos. De ahí me llevó a la Iglesia donde ella se congregaba y allí aprendí muchas cosas.

Entonces le pedí a Dios que pusiera a mi hijo en mi camino, él era el fruto de una de mis relaciones pasadas y no tenía manera de encontrarlo. A los pocos días de haber hecho esta petición, terminé la música de mi proyecto nuevo y lo comencé a grabar en el estudio del bajista de La Castañeda. También estaba grabando ahí un cantante de otro grupo a quien no conocía. Al terminar la sesión me llamó y me dijo que tenía un mensaje para mí. 

—¿Qué mensaje? —pregunte.

—Que busques a tu hijo.

Me quedé perplejo. ¿Cómo podía ser que alguien que ni conocía me dijera eso? Pero era real. Este tipo me contó que había ido a una fiesta en casa de un amigo. Les platicó de su grupo y que estaba grabando su disco en el estudio del bajista de La Castañeda.

Ahí estaba la mamá de mi hijo y le preguntó: —¿Y tú conoces a Juan?

—De hecho también está grabando ahí —le informó. Entonces ella le dio un papel con el teléfono de su mamá para que me lo entregara y así localizara a mi hijo.

No lo podía creer. Después de que encontré a mi hijo, me comprometí con Dios a buscar solamente su Reino y su justicia, y guardarme hasta que Él me diera a una compañera. En el pasado había sido infiel y había usado y herido a todas mis parejas por mi arrogancia y soberbia. Ya no quería ser así.

Para mi sorpresa en una ocasión que visité a Lizette, me enteré que ella no tenía pareja. No podía imaginarme que una mujer como ella, atractiva e inteligente estuviera sola. Un día platicamos acerca de una posible relación. Al poco tiempo se despertó un fuerte interés mutuo y no tardamos mucho en casarnos. Después de haber conocido a Jesucristo, mi matrimonio con ella es lo mejor que me ha pasado.

Dios ha transformado mi vida y me da dado un nuevo canto: de vida, gozo y esperanza en vez de muerte, tristeza y desaliento. Entre otras cosas, ahora tengo el privilegio de poder compartir con jóvenes un espectáculo informativo-preventivo relacionado a problemáticas como la drogadicción, alcoholismo, sexualidad irresponsable, aborto, bullying, adicción al internet, violencia en video juegos y más. 


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