Sin perder la esperanza: La historia de Elízabeth

Foto por Marian Ramsey

Foto por Marian Ramsey

Eventualmente hubo un clímax que afectó nuestra relación

Por Gabriel Vera

Elízabeth es mi amada esposa, compañera, amiga, confidente, amante y todo lo que necesito en la vida. Es muy atractiva, alegre, soñadora y tiene una hermosa sonrisa, de la cual me enamoré desde el día que la conocí. 

Después de cuatro años de romance, en el 2002 decidimos extenderlo hasta la muerte: nos casamos. La vi ilusionada y muy detallista con todos los preparativos de la boda. Pero sobre todo, estábamos felices por cumplir el sueño de conformar una familia.

A los pocos años, empezó su peor pesadilla al enterarse que médicamente no podía ser madre. Noté que su sonrisa de ahí en adelante era superficial ante los demás. Al cerrar la puerta de la casa, la pena, tristeza e impotencia de la situación derribaban todos los sueños que había construido y planeado en su interior.

Fui testigo cercano de sus miedos y frustraciones. El entusiasmo y la expectación en cada prueba de embarazo se diluían de inmediato, al repetirse una y otra vez ese patético resultado negativo.

A su alrededor, las amigas, primas y aun su propia hermana eran bendecidas con el don de ser madres. Incluso algunas de ellas lloraban porque no querían serlo. 

A veces sentía que era injusto que Dios le diera esa posibilidad a personas que no lo buscaban ni querían asumir la maternidad cuando por otro lado ella, que sí lo anhelaba, no era bendecida con tal asignación.

Eventualmente hubo un clímax que afectó nuestra relación. Ella me amaba tanto que un día me dijo: «No te merezco como esposo». Su autoestima ya tocaba el suelo de manera brusca y violenta. Tuve que aclarar las bases de nuestra unión: «No me casé contigo para tener hijos. Si Dios nos los da, bien, si no, bien también. Estoy a tu lado porque te amo».

Llevábamos doce años de matrimonio, buscando ser bendecidos por Dios con un pequeño que viniera a coronar la fuerza de nuestro amor. Habíamos intentado de todo. 

Éramos pacientes premium en el programa de fertilidad del hospital de nuestra ciudad, hasta que un nuevo doctor que tomó nuestro caso, borró todas nuestras ilusiones: «Usted nunca podrá ser mamá». Esa noticia la mató en vida y la hermosa sonrisa, desapareció de su rostro completamente. Ya había perdido la batalla de querer ser madre. 

Después de un tiempo de lucha interna, logró descansar en las manos soberanas de Dios. Sorpresivamente, el 2 de octubre de 2013, una enésima prueba de embarazo por fin le indicó que Dios le había concedido su anhelo.

«¡Estoy embarazada, estoy embarazada!», la escuché decir una y otra vez con su gran sonrisa.

El sábado 17 de mayo de 2014, nació Esperanza Elizabeth. Hoy tiene poco más de 6 años. Vino a llenar nuestro hogar con su tierno llanto y su singular sonrisa, y a cambiar todos los espacios de la casa. 

Mi esposa hoy anima a otras mujeres que viven esa misma situación, compartiendo que lo más importante es nuestra relación con Dios, y que en Él, siempre hay esperanza.


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