El violinista virtuoso

¿A quién tratamos de agradar?

Por José A. del Rivero

Una vez, un joven estudió violín con un maestro de renombre mundial. Trabajó arduo durante varios años para perfeccionar su talento y al fin llegó el día cuando se le pidió que diera su primer recital importante en público.

Luego de cada selección, que tocaba con gran habilidad y pasión, el violinista permanecía receloso ante los grandes aplausos. Sabía que aquellos en la audiencia eran astutos en la música y no dados a aplaudir algo que no fuera de una calidad superior, pero el joven actuaba como si no pudiera escuchar el aprecio que era derramado sobre él.

Al cierre del último número se escucharon aplausos estruendosos y numerosos «bravos». No obstante, el talentoso joven violinista tenía sus ojos fijos en un solo lugar. Al fin un anciano en la primera fila del balcón sonrió y asintió con su cabeza en señal de aprobación. El joven se calmó y brilló con alivio y gozo.

¡Su maestro había alabado su trabajo! Los aplausos de miles no significaban nada. Anhelaba la aprobación del maestro.

¿A quién tratamos de agradar? Nunca podremos agradar a todos, pero sí a aquel que es el más importante: nuestro Padre Dios. Mantengamos los ojos en él y no fracasaremos.


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