¿Existe la paz?

Foto por Phil Eager

Las naciones del mundo han vivido más tiempo en estado de guerra y de inquietud que en armonía y paz

Por Eduardo Fernández Carrero

La paz es una virtud que otorga tranquilidad al ánimo. Es una mutua y armoniosa correspondencia, una pública quietud, que puede arreglar o hacer ajustes para terminar con alguna situación de belicosidad. 

Con estas someras definiciones y mirando lo que sucede en nuestro derredor, tal parece que la paz no se ha establecido, ni en nuestro mundo ni en el interior de los hombres.

Es rutinario observar que las naciones han vivido más tiempo en estado de guerra y de inquietud que en armonía y paz. Tenemos que confesar que la paz no es nuestro estado anímico normal, sino que por el contrario, los momentos de paz son pasajeros mientras que el desasosiego constituye nuestro estado permanente.

¿Por qué se pierde el sosiego y la paz?

En lo social y en lo político sabemos que la causa de la intranquilidad es la injusticia reinante: la primacía de personas con intereses bajos, el culto a la fuerza bruta y el desconocimiento de los derechos fundamentales de la sociedad.

¿Y en lo individual? Claro que influye el medio ambiente general, pero a ello hay que añadir: los problemas económicos, los desajustes familiares, el desequilibrio en la salud y la incertidumbre frente al porvenir.

Una paz fundamental

Tal vez no seamos los directos responsables de esta situación, sino que nos ha tocado movernos en un sistema que no es precisamente de tranquilidad. Tan es así, que en el mensaje de los ángeles a los pastores en la memorable noche de la anunciación, resalta la singular frase: «paz en la tierra», a los pueblos y a los hombres.  

El Maestro de maestros, dijo también a sus discípulos: «Mi paz os dejo, mas no como el mundo la da».

Esto significa que los creyentes hemos recibido una paz de carácter fundamental, pero que no siempre la conservamos, la usamos ni la promulgamos. Con esta actitud empobrecemos, a sabiendas o no, a la sociedad a la que pertenecemos. 

No habrá paz ni política ni social, mientras no abracemos la que sí es verdadera, haciéndola nuestra, ejercitándola y abriéndole cauce al exterior. Esa paz que otorga plena seguridad la da y la administra el único que tiene el título indiscutible: «Cristo, el Príncipe de paz».

Tomado de la revista Prisma 04-2


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