Todos podemos nacer dos veces

Foto por René Molina

Una sola decisión definió toda mi vida

Por René Molina

Mi padre solía decir: «Hay personas que comen santos, pero lo que sale de ellas es lo contrario». Desde pequeño se me inculcó la idea de la congruencia entre palabras y acciones. Crecí en un entorno católico meramente nominal; es decir, sólo asistía a la iglesia a razón de algún bautismo, boda o fallecimiento de algún familiar, pero sin participar en lo absoluto.

Cometí el error de pensar que tener una fe era contraproducente para mi desarrollo intelectual, profesional y personal. No tomaba en serio nada que tuviera que ver con eso. Me burlaba de las personas que creían en Dios y que confiaban en Él. 

Utilizaba argumentos que a mi parecer eran muy sólidos y que en su mayoría estaban basados en lo que los demás decían, más no en una reflexión profunda o responsable. Incluso llegué a insultar a creyentes, poniendo en entredicho su inteligencia y capacidad para tomar buenas decisiones. Lo que no sabía en ese momento era que quien necesitaba decidir lo correcto era yo.

La primera persona cristiana que conocí fue quien ahora es mi esposa. Aunque respetaba su postura, me negaba rotundamente a creer lo que ella creía. Empecé a convivir con su familia y desde el primer momento percibí esa congruencia que mi padre pretendía expresar con la frase que mencionaba seguido. Recuerdo haber pensado: «yo también soy congruente con mi ateísmo, así que estoy bien».

Un día mi esposa me dijo: «Yo te amo, pero eso no se compara en lo absoluto con el amor que tiene Dios por ti». Esa frase resuena en mi mente y en mi corazón hasta el día de hoy. En su momento no la consideré tan importante, pero sí se quedó grabada en mi cerebro y fue adquiriendo mayor significado cuando acepté la invitación para asistir a una congregación.

Mi actitud al principio era escéptica pero respetaba lo que sucedía en las reuniones. Cuestionaba algunas cosas, pero comprendía que se trataba de algo muy importante para mi esposa y me guardaba mis críticas y juicios casi siempre nefastos.

Mi esposa y yo nos casamos sin que yo fuera cristiano, lo cual causó serios problemas al principio de nuestro matrimonio. 

Tener creencias distintas estaba dañando nuestra relación de una manera profunda. Hubo un momento en el que yo estuve a punto de tirar la toalla, pero aunque en ese momento yo no quería saber nada de Dios, Él  me ayudó a entender que la mejor decisión que podía tomar era quedarme con mi esposa y buscar que las cosas funcionaran. Después de un tiempo platicamos y decidimos empezar a ir a las reuniones de la iglesia los miércoles.

Mi escepticismo se seguía haciendo presente. Sin embargo, mi corazón empezó a ablandarse. Dios poco a poco me mostró cosas que yo creía entender, de las cuales tenía un concepto equivocado. Empecé a desarrollar mucho interés por la Biblia, con cada enseñanza recibida mi vida cambiaba y me sentía mucho mejor tanto en mi matrimonio como conmigo mismo.

Nos integramos a un grupo pequeño que se convirtió en una hermosa familia. Nos reuníamos una vez por semana y fue muy significativo para mí ver cómo esa fe de la que tanto me habían hablado y las cosas que estaba aprendiendo de la Biblia podían hacerse efectivas en la vida de las personas y no quedarse sólo en el papel. 

Siempre me llamó la atención que muchos personajes de la Biblia llevan un nombre que tiene que ver con su personalidad o condición. Es curioso que el mío significa: «El que volvió a nacer». Dios no se equivoca. En ese grupo pequeño fue en el que finalmente decidí convertirme. En ese momento mi esposa y yo ya teníamos 6 años de casados, así que el proceso fue largo. 

Era momento de dar un paso más, por lo que decidimos discipularnos juntos. Ella ya tenía bastante terreno andado, pero no le importó empezar desde lo más básico conmigo, lo cual le agradeceré siempre. 

El discipulado fue de enorme bendición para mí, aún más por haberlo tomado con mi esposa y ver cómo los dos crecíamos y aprendíamos tantas cosas. Una vez más, era momento de que Dios nos abriera otra puerta.

Fuimos invitados a servir en la iglesia, con lo que pudimos crecer y aprender aún más. Fue más o menos en ese punto en el que descubrí que mi relación con Dios era personal; es decir, sin que mi esposa tuviera que ver. Tal vez suene extraño, pero así debe ser. Ella me mostró lo que significa creer en Dios con su propia vida, pero ahora yo estaba dispuesto a entregar la mía y desarrollar una relación profunda con Dios. Entendí que Dios me ama y tomé la decisión de amarlo por sobre todas las cosas.

A partir de ese punto, aunque hemos tenido situaciones complicadas, las bendiciones han sido constantes y abundantes. Recuerdo aquel momento en el que casi me bajé del barco y me lleno de agradecimiento con Dios por haberme dado la visión que necesitaba, no sólo para quedarme con mi esposa, sino porque ahora puedo disfrutar de las cosas tremendas que planeó para mi vida y mi matrimonio. En definitiva, fue una decisión que definió el resto de mi vida.


Tal vez también te interese leer:

El día que perdí la máscara  (Una vida transformada)

Mensajero de malas noticias   (Aprende a lidiar con las pérdidas)

Un Legado Verdadero   («Mas bienaventurado es dar que recibir»)

Contra toda esperanza   (Una historia real)

La protección de Dios  (Dios cumple lo que nos ha dicho en su Palabra)

La motivación para salir de mi adicción a la pornografía   (Dios siempre nos brinda ayuda)

La tiranía del alcohol  (Aprende más de este tema)

Carlos Reynoso, futbolista estrella, pero drogadicto   (¿Cómo terminó su vida?)

Una espera que fortalece  (¿Cómo puede suceder esto?)

¿Quién se pasó el alto?   (La responsabilidad es de todos)

¡PELIGRO! Baje la velocidad   (Escucha las advertencias)

Frío o caliente, nunca tibio   (Descubre una comparación útil)

Una historia en la pandemia  (La situación por segundos se tornó aún más tensa)

¿Por qué a mí?  (Enfrentando el dolor)

Cuatro horas de incertidumbre (Del dolor a la confianza)

Perdí mi trabajo   (Un testimonio de la fidelidad de Dios)

Creer a medias   (Quería ganarme a Dios y le tenía temor)

Anterior
Anterior

El violinista virtuoso

Siguiente
Siguiente

Tracia