La oscuridad bélica

Esta situación es latente en cualquier esquina y nosotros somos llamados a combatir las tinieblas

Por Roberto Ramírez Quesada

La vida puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. La mía dio un giro de 180 grados, producto de la invasión rusa a Ucrania, país del que fui evacuado durante el conflicto.

En este vaivén, mis ojos han visto las atrocidades generadas por la guerra y cómo la humanidad puede llegar a una crueldad que resulta difícil de explicar. En contraparte, me quito el sombrero ante Polonia, una nación que abrió sus brazos buscando ayudar de todas las maneras posibles, sin importar la línea política que divide a estos países, ya que la compasión borró las fronteras.

En medio del cruento y oscuro invierno, las personas abrían sus casas «adoptando familias». Otros con su sazón alimentaron estómagos vacíos, soldados listos cargaron maletas, muchos colaboraban con una cálida sonrisa buscando atenuar la situación, brindando información mientras otros apilaban ayuda humanitaria. También ayudaban los bomberos, dispuestos a socorrer como si se tratase de apagar el más feroz de los incendios.

A pesar de la incertidumbre, ante esta escena y la imposibilidad de estar en mi antiguo hogar, Dios me recordó que su ministerio podía realizarse con los millones que cruzaban la frontera buscando refugio en Polonia.

A un año de que la primera bomba cayó, seguimos sirviendo en medio de miles de refugiados; en la mayoría de ellos se puede ver la incertidumbre en sus miradas. Nuestro objetivo es dar a conocer a Jesús, quién es el único capaz de brindar un futuro con esperanza.

Durante la guerra, con un conocimiento pobre del idioma he sido capaz de comunicarme, ya que el lenguaje con el que servimos es el amor, el cual debe perfumar todas nuestras acciones, siguiendo las enseñanzas y el ejemplo de Jesús.

Sin embargo, la oscuridad no sólo tiñe el este de Europa, trasciende latitudes. Quizá se vea distinta pero siempre está gobernada por el orgullo y el egoísmo. Por otro lado, la penumbra se produce por la ausencia de luminosidad. La luz es sinónimo de calor; Jesús nos advirtió que «habrá tanta maldad que el amor de muchos se enfriará» (Mateo 24:12). Esta situación es latente en cualquier esquina del planeta y nosotros, como seguidores de Cristo, somos llamados a combatir las tinieblas.

Todos jugamos un papel importante, nuestro Maestro lo afirma; somos la luz de este mundo. Es menester reflejar la luz del Mesías. Animémonos sabiendo que incluso el más pequeño detalle hecho para el Señor no será en vano y que por más densa que sea la oscuridad, un tenue haz de luz penetra la habitación más lúgubre, como dice el evangelio de Juan: «la luz en las tinieblas resplandece» (Juan 1:5a).

Es hora de que como cristianos hagamos una revolución del amor, «amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos» (Mateo 22:39b). Así Jesucristo será reconocido por la forma en que nos tratamos. Nosotros podemos ser la única Biblia que nuestro vecino lea.

Seamos contraculturales en nuestra comunidad y recordemos las palabras de Hudson Taylor: «No son los grandes hombres los que transforman el mundo, sino los débiles y pequeños en las manos de un Dios grande».