Serie: Fe y Duda. Parte 1

Foto por Gilberto López

La fe que resiste

Por Daniel Harris, adaptado por Editorial Milamex

La vida está llena de desafíos: decepciones, pérdidas, injusticias y persecuciones. Todas, razones justificables para rendirnos y perder la esperanza. El Señor Jesucristo sabía esto, y por eso enseñó a sus discípulos la importancia de la perseverancia de la fe. Parábolas como la de la viuda y el juez injusto resaltan esta verdad (Lee Lucas 18:1-8). 

Jesús concluye esta parábola con una pregunta crucial, que trasciende la crucifixión, muerte y resurrección y dando una vista hacia el futuro hace esta pregunta: «Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?». Podríamos encontrar una respuesta inicial a ella en el mismo Evangelio de Lucas, donde Jesús reconoce la fe de las personas más inesperadas:

  • El centurión que confió en la sanación de su siervo, incluso a la distancia.

  • La mujer pecadora que unge los pies de Jesús con lágrimas.

  • Los amigos del paralítico, que hicieron un hueco en el techo para acercarlo a Jesús.

  • La mujer impura que, con sólo tocar el manto de Jesús, es sanada.

  • El leproso samaritano que vuelve a Jesús para agradecerle su sanidad.

  • El ciego que al reconocer a Jesús como el Mesías clama por su misericordia.

La fe se encuentra donde menos la esperamos, no entre los religiosos o los que se sienten moralmente superiores, sino entre los marginados, los impuros y aquellos que reconocen su necesidad de un Salvador.

Evaluando nuestra fe

A menudo, nos damos cuenta del estado de nuestra fe cuando atravesamos momentos difíciles. En esos momentos, nuestra fe se pone a prueba, revelando su verdadera fortaleza o fragilidad. Santiago 1:2-4 nos exhorta a considerar este proceso con gozo, sabiendo que «la prueba de nuestra fe produce paciencia». Pero ¿cómo respondemos cuando nuestra fe vacila?

A menudo confundimos una fe saludable con una vida sin luchas, pero esto no es lo que enseña la Biblia. La fe no se mide por la ausencia de dificultades, sino por la resistencia que mostramos en medio de ellas, como la viuda que persistió en su petición ante un juez malvado (Lucas 18:1-8).

¿Qué es la fe?

Hebreos 11:1 nos ofrece una definición clara: «La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve». La fe se basa en las promesas reveladas por Dios, pero también en la confianza en lo que aún no comprendemos por completo. Es un equilibrio entre la revelación y el misterio.

La Palabra de Dios está llena de promesas que nos permiten enfrentar cada día con esperanza. Muchas que escuchamos y nos repetimos a diario, como: 

«Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13).

«Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien…» (Romanos 8:28).

«… En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16:33). 

Sin embargo, en nuestra vida diaria, es fácil que aparezcan la duda y la incredulidad. Es común que, al atravesar dificultades, caigamos en la tentación de culpar a Dios. Nos preguntamos por qué Él permite que el sufrimiento y las pruebas lleguen a nuestra vida. 

En medio de esos momentos oscuros, Dios sigue siendo fiel. A veces no lo vemos, pero está obrando en nosotros y a través de nosotros, moldeando nuestro carácter. La Biblia nos recuerda que estas pruebas son herramientas que Dios usa para fortalecer nuestra paciencia y madurez espiritual. Santiago 1:3-4 nos exhorta a dejar que «la paciencia haga su obra perfecta», para que seamos «perfectos y completos, sin que nos falte nada». 

Este proceso de crecimiento es difícil, sobre todo cuando la duda y la falta de fe nos abruman. Pero debemos recordar que la fe no es una ausencia de dudas, sino la perseverancia en medio de las circunstancias más desesperanzadoras.

Reflexión Final

¿Estás enfrentando una crisis de fe? No estás solo. Jesús nos enseñó que la fe genuina persiste, incluso cuando las circunstancias nos empujan a rendirnos. En la próxima parte de esta serie, exploraremos cómo fortalecer nuestra fe en tiempos de duda y cómo desarrollar una relación más profunda con Dios, incluso en medio de nuestras luchas diarias.


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