Serie: Fe y Duda. Parte 2
Esperanza en la fidelidad de Dios
Por Daniel Harris, adaptado por Editorial Milamex
En esta segunda parte de nuestra serie nos enfocaremos en la figura de Jeremías. Este personaje es conocido como «el profeta llorón» debido a su profunda angustia por el pueblo de Israel durante su cautiverio en Babilonia. Su libro de Lamentaciones, como su nombre lo indica, es un lamento lleno de dolor y tristeza, a la vez que es un recordatorio poderoso de la fidelidad de Dios.
¿Qué es el Lamento?
El lamento no es una simple queja; significa expresar pena, luto, pesar o aflicción y hacerlo en voz alta. Es expresar el dolor de una manera contundente.
Este profeta lloró tanto que sintió que ya no le quedaban lágrimas. En Jeremías 9:1, clama: «¡Oh, si mi cabeza fuera agua y mis ojos una fuente de lágrimas, para llorar día y noche por los muertos de la hija de mi pueblo!». Experimentó un dolor tan profundo por su pueblo que dijo: «¡No hay consuelo para mi tristeza; tengo el corazón lleno de dolor!» (Jeremías 8:18, NBV).
Jeremías en el valle de la desesperación
En Lamentaciones 3, Jeremías describe su experiencia como si las paredes se estuvieran cerrando a su alrededor. La carga era tan pesada que se sentía agobiado por pesadas cadenas y encima de eso Jeremías sentía que sus oraciones no llegaban más allá del techo, así que concluyó que era Dios mismo quien estaba causando todo su sufrimiento.
Tres verdades que debemos recordar en el valle
Afortunadamente, el capítulo no termina allí. En Lamentaciones 3:21-26, Jeremías hace una pausa y nos ofrece tres verdades fundamentales que debemos recordar cuando la duda nos agobia.
1. Siempre hay esperanza (Lamentaciones 3:21, 24)
Jeremías nos dice: «Pero algo más me viene a la memoria, lo cual me llena de esperanza». La palabra esperanza se encuentra casi 200 veces en las Escrituras. Se menciona en más de la mitad de los libros de la Biblia. En definitiva, este es un libro de esperanza.
La palabra griega para esperanza, elpiso, significa certeza, expectativa, confianza. En nuestro vocabulario usamos la palabra esperanza para expresar nuestro deseo de algo, a menudo la usamos de la misma manera que usamos la palabra para desear algo o para soñar con algo. Sin embargo, no sabemos realmente cuál será el resultado.
En contraste, la Palabra de Dios nos ofrece un futuro certero y seguro que esperar; Cristo es nuestra bendita esperanza (Tito 2:13), se entregó por nosotros para redimirnos y darnos vida eterna.
Jeremías sentía como si toda su esperanza se hubiera esfumado. Pensaba que su futuro estaba perdido por completo. En lo único que podía concentrarse era en el juicio de Dios y en su propio pecado, y se olvidó de la misericordia y el perdón de Dios.
Esta distorsión de la verdad es la clase de mentiras que Satanás nos susurra y quiere que creamos. Cuando les damos cabida en nuestra mente empiezan a controlar nuestros pensamientos diarios generando duda e incredulidad. Si hemos hecho de este estado mental nuestro hogar, es tiempo de mudarnos.
2. La fidelidad de Dios nunca termina (Lamentaciones 3:22-23)
«Por el gran amor del Señor no hemos sido consumidos y su compasión jamás se agota. Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad!».
A veces, cuando enfrentamos dificultades, actuamos como si el suministro de la misericordia y la gracia de Dios se fuera a acabar, como si Dios fuera a perder su paciencia con nosotros y fuera a destruirnos. Esto es lo que debemos recordar: la gracia de Dios es un don; no se puede ganar ni revocar.
Dios no cambia. Su fidelidad es grande, constante y no depende de nuestras acciones. En estos momentos de desesperación, Jeremías nos enseña a aferrarnos a este recordatorio: ¡muy grande es su fidelidad!
3. Aprender a esperar en el Señor (Lamentaciones 3:24-26)
Finalmente, Jeremías termina predicándose a sí mismo: «El Señor es mi herencia. ¡En él esperaré!».
El pueblo de Israel estaba fatigado y derrotado, se sentía abatido. Jeremías describe que siente la vara de la ira de Dios y todo ese peso lo lleva a culpar a Dios de todos. Pero de alguna manera, la marea empieza a cambiar, la niebla parece disiparse y Jeremías empieza a ver quién es Dios en realidad y empieza a ver su situación bajo una luz diferente.
Recuerda las misericordias de Dios y su fidelidad, gana confianza, ve esperanza, la duda e incredulidad han desaparecido. Ahora, su conclusión es diferente: Dios es fiel, su fidelidad nunca termina, por tanto debemos aprender a esperar en Él.
La duda no es el fin de la fe
Es natural que la duda nos asuste. Nos hace sentir vulnerables, nos quita la paz y nos deja con muchas preguntas y lo peor de todo es que nos resistimos a hablar de ello porque no nos gusta avergonzarnos de nuestra debilidad.
Sin embargo, es importante recordar que la duda no es lo opuesto a la fe; la incredulidad lo es. Si acampamos mucho tiempo en la duda, ésta puede convertirse en incredulidad. Dudar significa fluctuar entre la idea de aceptar algo como verdadero o de rechazarlo.
No nos quedemos atascados en la duda y la incertidumbre, no nos llevarán en la dirección correcta. Se puede tener una fe fuerte y aún así tener algunas dudas. Se ha dicho que: «Luchar con Dios sobre los asuntos de la vida no demuestra falta de fe, sino que en eso consiste la fe».
Al enfrentar nuestras dudas, en lugar de reprimirlas, permitamos que Dios obre en nosotros, disipando la incertidumbre y guiándonos hacia una fe más firme.
Esperanza en la fidelidad de Dios