Serie Fe y duda. Parte 3

Foto por Gilberto López

Cómo vencer la duda y la incredulidad

Por Daniel Harris, adaptado por Editorial Milamex

Para luchar contra la duda, tenemos que entender las diversas maneras en que ésta puede atacarnos. En general, lo hace a través de tres rutas diferentes: nuestra mente, nuestras emociones y nuestra voluntad.

  • Mente: 

La duda intelectual suele aparecer en temas sobrenaturales como los ángeles, los demonios, el cielo y el infierno. Nos empezamos a preguntar si es suficientemente racional creer en ellos. 

En otras ocasiones, las dudas surgen de una visión desequilibrada de Dios. Por ejemplo, si pensamos que sabemos todo sobre el amor de Dios, pero nada sobre su santidad y justicia, desarrollaremos dudas sobre por qué hace lo que hace y por qué no hace lo que pensamos que debería de hacer. 

O si pensamos que Dios ha prometido responder con prontitud a cada una de nuestras oraciones, desarrollaremos dudas cuando su tiempo no se acople al nuestro. 

La culpa no es de Dios. Para empezar, Él nunca prometió estas cosas. El problema es que tenemos una visión inexacta de sus promesas y carácter, y esto crea expectativas poco realistas.

Es imperativo que tengamos bases firmes y bíblicas sobre por qué creemos lo que creemos.

  • Emociones

Para algunos, la fe se construye enteramente sobre lo que sentimos. Si tuvimos una experiencia muy eufórica cuando entregamos nuestra vida a Cristo y poco a poco los efectos comenzaron a disminuir, nos entra el pánico de que nuestra fe esté desapareciendo o de que nada fue real desde un inicio. 

La duda también tiende a desarrollarse entre quienes han sido marcados emocionalmente por una experiencia dolorosa en el pasado. Un abuso, un abandono o haber experimentado rechazo nos puede llevar a desarrollar una incertidumbre acerca de Dios. En el fondo nos preguntamos si Dios podría defraudarnos como las personas que nos han herido.

En esencia, se ha malinterpretado el papel de las emociones y la fe. La fe no es un sentimiento; es una decisión de seguir a Jesucristo, y no depende de la carga emocional que sintamos.

  • Voluntad

Las dudas pueden multiplicarse cuando un cristiano toma la decisión deliberada de continuar con el pecado en su vida.

El pecado, por supuesto, crea una falta de paz y una sensación de estar separado de Dios. Entonces, cuando no encontramos paz, nos preguntamos por qué Dios no nos consuela. Cuando sentimos que Dios está lejos, empezamos a preguntarnos si Dios ha estado presente en algún momento. Mientras que todo el tiempo, la causa subyacente de la duda es la propia elección de aferrarnos al pecado.

Una vez que somos de Cristo, necesitamos rendirle nuestras vidas y aprender a esperar en el Señor en cada circunstancia. 

Entonces, ¿cuándo se convierte la duda en incredulidad? La respuesta es: «cuando lo permitimos». Tomemos acción siguiendo estos pasos. 

1. Reconocer la duda: El primer paso hacia la restauración espiritual

En Marcos 9:20-24, encontramos la historia del padre de un niño endemoniado que está luchando con la duda. Clama: «¡Creo, ayuda mi incredulidad!», un ejemplo paradigmático de la tensión entre la fe genuina y la duda persistente. Este hombre no oculta su debilidad; en su lugar, la presenta ante Jesús, reconociendo su necesidad de intervención divina.

¡Qué difícil sentimiento! Cuando vamos con toda nuestra fe a hacer algo, a pedir un trabajo, a orar por los enfermos o a predicar la Palabra, pero hay una parte interna que dice: «¿y si el Señor no lo hace, y si no pasa nada?». Como este padre, traigamos esta tensión ante el Maestro: «Creo; ayuda mi incredulidad».

2. Recursos divinos para enfrentar la duda

La oración es el recurso primario para confrontar la duda. La Escritura nos insta a acercarnos a Dios con confianza. Convirtamos las palabras de Pablo en 1 Corintios 12:13 en una oración: «Señor, ahora sólo puedo ver y entender un poco de ti, como si me mirara en un espejo velado, pero un día te veré cara a cara. Ahora todo lo que conozco es confuso y borroso, pero pronto lo veré con claridad y entonces sabré como fui conocido».

Además de esto, podemos acudir a nuestra comunidad de creyentes. Como cuerpo de Cristo debemos animarnos unos a otros especialmente en temporadas de dudas. Buscar la sabiduría de Dios y de consejeros piadosos nos puede ayudar a encontrar la causa de nuestra duda y así poder implementar la mejor estrategia para combatirla sustentados en la Palabra de Dios.

3. Mantener la salud espiritual

El cuerpo es menos susceptible a los virus cuando está sano, porque puede combatir infecciones menores antes de que se conviertan en graves. Del mismo modo, una fe fuerte es más capaz de luchar contra el espíritu vacilante de la duda antes de que gane fuerza y debilite nuestras defensas. 

La Palabra de Dios es el alimento espiritual esencial que fortalece la fe. Nuestro estudio de la Escritura debe ser serio, no bastará con leer comentarios o unos cuantos libros; debemos aprender a estudiar la Biblia misma de manera coherente y sistemática. 

Además, la vida espiritual debe ser ejercitada mediante el servicio y la obediencia diarias. La Escritura enseña que la fe verdadera produce frutos (Santiago 2:17). Tomemos la decisión diaria de presentar a Dios nuestras vidas y confiar en que Él hará lo que sea necesario para el desarrollo de nuestra fe.

Conclusión

La incredulidad no es simplemente la ausencia de fe, sino una resistencia activa al poder de Dios, lo cual puede obstaculizar la obra divina en nuestras vidas. El evangelista Mateo (13:58) documenta que Jesús no pudo realizar muchos milagros en su tierra natal debido a la incredulidad de la gente. 

Sin embargo, a través de la fe en Cristo, el creyente tiene acceso a las promesas divinas, y la duda, aunque persistente, no tiene la última palabra. Hebreos 11:6 declara que «sin fe es imposible agradar a Dios», pero esta fe no necesita ser perfecta; como Jesús explicó, basta una fe del tamaño de un grano de mostaza para ver grandes cosas suceder en nuestras vidas.


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