Abba, Padre

Foto por Andrea Hernández

La relación íntima que Jesús nos enseñó

Por Ricardo Crespo

Jesús llamó a Dios: «Padre», y enseñó a sus discípulos a dirigirse a Él de esa manera. Aunque para nosotros ahora es común llamar a Dios «Padre», en la época de Jesús, esto era sin precedente.

Un concepto radical

Los hebreos llamaban a Dios: «Jehová, Dios de los Ejércitos, el SEÑOR», entre otros, pero nunca «Padre». La referencia más común que utiliza ese término es cuando se le llama a Dios el padre de Abraham, Isaac y Jacob. 

El pueblo se identificaba con Dios a través de los patriarcas, no de manera personal. Para ellos, la adoración a Dios era colectiva y se realizaba en el templo. El acceso personal a Dios se efectuaba a través del sumo sacerdote, una vez al año.

Hablar de Dios como Padre era algo nuevo y radical. Ellos se consideraban hijos de Abraham, no de Dios. Por ejemplo, en Juan capítulo 8, cuando Jesús declara que la verdad los hará libres, los judíos responden con enojo que no son esclavos sino hijos de Abraham (Juan 8:31-33).

Y entonces viene Jesús, quien llama a Dios «Padre» y enseña a sus discípulos a orar: «Padre nuestro...». Esto rompía todos sus esquemas. Me imagino que pudo haberles generado gran conmoción. «¿Mi Padre? ¿Cómo puede ser? ¿Qué está diciendo Jesús?».

Jesuscristo reafirmó esta enseñanza a lo largo de todo su ministerio. Por ejemplo, en el Evangelio de Juan se menciona 44 veces que Jesús se refirió a Dios como su Padre. Además, Jesús no sólo lo llamó «Padre», sino que se identificó como uno con Él. 

El significado de esto para los judíos se puntualiza en Juan capítulo 5. Jesús se encuentra con un cojo y lo sana, pero lo hace en el día de reposo. Los líderes judíos lo acusan entonces de violar las leyes del pueblo judío. 

Jesús responde diciendo: «“Mi Padre siempre trabaja, y yo también”. Entonces los líderes judíos se esforzaron aún más por encontrar una forma de matarlo. Pues no sólo violaba el día de descanso sino que, además, decía que Dios era su Padre, con lo cual se hacía igual a Dios» (Juan 5:17-18, NTV).

El clamor de Jesús: «Abba, Padre»

Al final, los judíos elaboraron un plan para arrestarlo, acusándolo de blasfemia con la intención de matarlo. En anticipación a su muerte, Jesús experimenta un encuentro muy íntimo con Dios, su Padre. 

Horas antes de su crucifixión, Jesús va al huerto de Getsemaní para estar a solas y orar. Allí, lleno de aflicción y angustia, se dirige a su Padre clamando: «Abba, Padre, todo es posible para ti. Te pido que quites esta copa de sufrimiento de mí. Sin embargo, quiero que se haga tu voluntad, no la mía» (Marcos 14:36, NTV).

El hecho de que Jesús clamara «Abba, Padre» en su momento de mayor necesidad implica una relación profunda e íntima entre hijo y padre. El término Abba es una palabra aramea que equivale a «papá». Es una expresión personal y cariñosa.

Nuestra relación con Dios como hijos

Es llamativo que la frase «Abba, Padre» aparezca sólo dos veces más en la Biblia. La segunda vez es en Romanos 8:15, donde Pablo escribe: «Y ustedes no recibieron un espíritu que los esclavice de nuevo al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: “¡Abba! ¡Padre!”» (NVI). La tercera cita se encuentra en Gálatas 4:6: «Ustedes ya son hijos. Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: “¡Abba! ¡Padre!”» (NVI).

En estos pasajes, Pablo afirma que nosotros también podemos tener la misma relación íntima que Jesús tuvo con Dios. Se nos permite clamar «Abba, Padre» gracias al Espíritu de Dios, que ha sido enviado a nuestros corazones. 

«Abba, Padre» es una expresión sencilla, pero con profundas implicaciones en nuestra teología.

El hecho de que podamos acercarnos a Dios con tanta confianza cambia por completo el marco teológico en el que nos relacionamos con Él. Pasa de ser una obediencia basada en seguir reglamentos a una relación fundamentada en el amor.

La intimidad que podemos tener con nuestro Padre transforma la manera en que nos relacionamos con Dios. La oración dirigida al Padre ya no se basa en hacer peticiones, sino en una conversación que surge desde lo más profundo de nuestro corazón. 

Esto nos lleva a dialogar y caminar con Él como lo hace un niño que depende de su papá para su cuidado y sustento, que encuentra su seguridad en el amor de su padre. 

Buscar a Dios con la sencillez de un niño

Jesús lo expresa así en Mateo 11:25: «Oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, gracias por esconder estas cosas a los que se creen sabios e inteligentes, y por revelárselas a los que son como niños» (NTV).

Nuestro acercamiento a Dios, nuestro amado Padre, no se fundamenta en la inteligencia ni en la sabiduría, sino en buscarlo con la sencillez de un niño. Debemos adoptar la actitud de hijo. Aquel que, con naturalidad, toma la mano de su papá al cruzar la calle, que se aferra a él cuando siente peligro y de quien depende diariamente para su alimento, abrigo y vivienda.

Como hombres, sin embargo, nos resulta difícil comportarnos de esta manera. Estamos acostumbrados a guiarnos por nuestra educación, conocimientos y habilidades. Nos esforzamos por trabajar para avanzar en la carrera profesional y en la vida. Deseamos tener el control y nos alteramos cuando lo perdemos.

Adoptar el carácter de niño es uno de los mayores retos que enfrentamos. Quizás lo comprendamos en el pensamiento, pero acercarnos a Dios con el espíritu de «Abba, Padre» implica una transformación profunda de nuestro interior. Requiere desprendernos del ego y de la mentalidad que sostiene que el bienestar en la vida depende de nuestros propios esfuerzos.

Confiar en Dios como nuestro Padre

Se trata de practicar a diario una postura humilde, de buscar al Padre con la sencillez de un niño y esperar su respuesta y provisión. De quitar la confianza de nuestros esfuerzos y capacidades, y de ponerla en el amor y cuidado de Dios. 

Jesucristo nos abrió la puerta, acudamos al Padre con libertad.


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