Y entonces me chocaron

Foto por Gyula Bacsa

¿En qué fallé? ¿Por qué me pasó esto a mí?

Por Alejandro Flores

Uno nunca sabe cuándo van a pasar las cosas hasta que suceden. Podemos aislarnos para disminuir el número de eventos a los que nos exponemos, recurrir a la ansiedad en busca de rutas en las que tengamos el control o simplemente caminar ignorando el peligro. Lo cierto es que, de una u otra forma, los accidentes pasan.

Esa mañana me levanté más temprano, arreglé el desorden de almohadas y cobijas de la cama. Me bañé y por último, desayuné con calma mientras miraba un video.  Salí de la casa hacia el trabajo, aún era temprano y estaba contento porque creía que no me enfrentaría al tráfico de los días anteriores.

Avanzaba a vuelta de rueda, aunque eso no me quitó el ánimo porque estaba escuchando mi música. De repente, la camioneta frente a mí frenó de golpe, aun cuando yo había tratado de mantener distancia, quedé incómodamente cerca. Al levantar la cabeza y mirar por el retrovisor vi la cara de la conductora de atrás pasar de la risa al pánico.

Entonces, me chocaron. Me hicieron pegarle al carro de enfrente y chocaron a la mujer que me chocó en primer lugar: una clásica «carambola», como le decimos en Chihuahua. Al principio estaba preocupado por todo lo que había pasado dentro del carro, sólo para tragarme la tristeza al bajar y ver cómo había quedado mi vehículo. Luego empezaron las llamadas: familia, seguro, trabajo; en unos minutos todos estaban enterados.

Un oficial llegó a levantarnos la declaración. Nos hizo un espacio seguro para movernos y como por milagro el carro respondió sin ruidos ni humos extraños. Mi asegurador llegó al último, por lo que pasé gran parte del tiempo solo y pensativo.

¿En qué fallé? ¿Por qué me pasó esto a mí? ¿Por qué ahora que apenas estaba empezando a ahorrar? A pesar de mis pensamientos yo estaba en calma. El oficial de tránsito nos devolvió nuestras licencias y nos dijo que en esa ocasión nos perdonarían la multa que nos correspondía a todos los involucrados, un gesto que le agradecí y que traeré a la memoria cuando me vea tentado a hablar mal de ellos.

Ese día, volví a vivir un choque, pero no contra otros vehículos, sino contra la realidad, frente a la valuadora de siniestros pues mi carro estaría inútil y se mantendría sin reparación por lo menos cuatro meses.

Una vez en casa, dormí la mayor parte de la tarde. Sólo planeaba acostarme un rato, pero el estrés acumulado era más de lo que había podido externar. Estaba asustado de lo que tendría que hacer al día siguiente pues el trabajo y la vida me obligarían a manejar por el mismo camino por el cual me chocaron y no es como que en la ciudad hubiera partes libres de accidentes.

Empecé a experimentar una sensación de parálisis en todo mi cuerpo; no quería salir a ningún lugar si yo era quien debía manejar y esto fue así hasta que un pensamiento recorrió mi mente: El evento resumía casi a la perfección la vida de un cristiano. 

El pecado de uno afecta a los demás y hace que choquemos entre nosotros. Por otro lado, también algunas cosas suceden por el simple hecho porque vivimos en un mundo imperfecto.

Sin embargo, no tenemos que cruzar en soledad los accidentes de la vida. Mis padres, sabían lo que había pasado y estaban al pendiente de mí. Llegaron cuando debían llegar para acompañarme en la siguiente parte del camino. Ni siquiera tuve que pagar algo, pues mi padre tenía asegurado mi carro así que la reparación no dependía de mis fuerzas o de cuánto ganara en mi trabajo; mi padre había pagado el precio del seguro.

Sonreí al notar las similitudes entre la relación con mi papá y mi Padre celestial. Incluso cuando no puedo ver a Dios, Él está al pendiente de mí. Me protege en las dificultades e imprevistos de la vida de los peores resultados posibles. 

Accidentes como estos serán inevitables, pero Él ya nos ha asegurado con su sangre y propio sacrificio que la parte más complicada Él ya la pagó. A nosotros nos toca vivir bajo ese cobijo con confianza y obediencia.


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