El arte de la reconciliación en el matrimonio. Parte 5

Foto por Diana Gómez

Reconstrucción de la confianza

Por Esteban Griswell L.

Llegamos a la quinta dinámica espiritual para lograr la reconciliación en el matrimonio: los pasos a seguir para reconstruir la confianza. En esencia tener confianza en alguien significa que esperamos que esa persona sea honesta con nosotros, que sea fiel, que cumpla sus promesas, que guarde la confidencialidad apropiada y que no nos abandone.

El perdón puede ser ofrecido de manera incondicional, pero la reconciliación requiere del arrepentimiento de parte del ofensor. El perdón puede ser otorgado de un solo lado. En contraste, la confianza tiene que ser recuperada.

Si nuestro comportamiento o actitudes han producido una ruptura de confiabilidad con nuestra esposa, tendremos que comprobar, no solo con palabras, sino en primer lugar con acciones, que otra vez somos dignos de confianza. Pedir que ella confíe a ciegas es agregar más abuso a lo ya sufrido.

La confianza no se da sin condiciones; es necesario merecerla, ganarla. Es interesante observar que aun el Señor Jesús invitaba a la gente a que comprobara si en realidad él era quien profesaba ser. En Juan 10:37-38, Jesús dijo a los que cuestionaban si era enviado por Dios: «Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre».

En el libro de Oseas, el profeta se casó con una mujer que había sido adúltera y después volvió a lo mismo. Oseas la buscó y la colocó de nuevo en su hogar pero estipuló: «Tú serás mía durante muchos días; no fornicarás, ni tomarás otro varón; lo mismo haré yo contigo» (Oseas 3:3). La confianza se construye de nuevo con base en un patrón de nuevos comportamientos y actitudes.

La confianza en un matrimonio se puede romper de muchas maneras, como: el no cumplir con nuestra palabra, el acostumbrarnos a mentir o exagerar, la irresponsabilidad en el uso del dinero, la falta de interés en el cónyuge, la pasividad al no ser modelo espiritual para la familia, el uso regular de palabras hirientes o menospreciativas, la mala administración del tiempo, el coqueteo con personas del sexo opuesto o el adulterio, una adicción sexual con la pornografía u otra expresión de la misma y muchas cosas más.

Estos son algunos pasos concretos para recobrar la confianza de nuestra esposa:

a. Permitir que nuestra esposa, la persona cuya confianza hemos violado, nos pregunte cualquier cosa por el tiempo que sea necesario. Y como ya he mencionado, es mejor una política radical de honestidad total. No hay nada fuera de los límites. No puede haber más secretos, ¡ninguno en absoluto!

b. Buscar a algunas personas espiritualmente maduras a quienes podamos rendir cuentas de nuestro crecimiento en esa área de debilidad. No escojamos a amigos que nos van a consentir, sino a verdaderos hermanos que nos van a exhortar con tacto y gracia, pero basados en la Palabra de Dios. Nuestra esposa debe de saber quiénes son.

c. Armar un plan de acción con pasos específicos, medibles y realistas para cambiar hábitos y patrones.

d. Hacer restitución en lo posible para reparar el daño ya causado. Si hemos robado del presupuesto familiar, formulemos un plan para restituirlo. Si hemos difamado a nuestra esposa frente a otros, hablemos con ellos para admitir que lo que hicimos estuvo mal.

e. Si la brecha en la relación tiene que ver con la infidelidad emocional y/o sexual con otra persona, antes de pretender reconciliarnos con nuestra esposa y reconstruir el matrimonio, cortemos de manera definitiva todo contacto con la persona con quien hemos cometido la infidelidad. No tener ningún tipo de comunicación en persona, por teléfono ni redes sociales. Si tenemos que cambiar de iglesia, de trabajo o de ciudad para romper lazos con esa persona, hagámoslo.

f. Estar dispuestos por el tiempo que sea necesario (aunque sea mucho) a sujetarnos al escrutinio y supervisión. Por ejemplo, si hemos luchado con la adicción a la pornografía, debemos de rendir cuentas a nuestra esposa y otros amigos en cuanto a cómo y en dónde pasamos el tiempo.

Debemos permitir que ellos tengan acceso a nuestra computadora, que revisen nuestra casa o celular en busca de pornografía, que nos llamen para saber dónde estamos y con quién u otras medidas que sean necesarias. Los fracasos morales de cualquier índole, ya sea sexual, financiero, emocional o lo que sea, son resultado de áreas secretas en nuestra vida. Ya es tiempo de aprender a andar en la luz.

g. Respetar la necesidad que nuestro cónyuge podría tener de hablar con algunas otras personas acerca de la situación. No chismear ni intentar dañar nuestra reputación a propósito, sino hablar con personas espiritualmente maduras y sabias que pueden ayudarla a cambiar de perspectiva y saber cómo procesar su dolor.

Es entendible querer esconder nuestros problemas de los demás, pero nuestra esposa necesita apoyarse en otras personas de confianza para salir adelante. Es parte del precio que tenemos que pagar por haber roto la confianza.

h. Estar dispuesto a participar en consejería o terapia, de preferencia con un profesional cristiano centrado en la Biblia (no todos lo son).

Ahora, ¿qué tal si es nuestra esposa quien ha roto la confianza por sus acciones? No debemos ser incrédulos, sino estar dispuestos a obedecer la enseñanza del apóstol Pablo: «Todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1a Corintios 13:7), siempre y cuando haya evidencia de arrepentimiento sincero de su parte.

A fin de cuentas, confiar en otra persona requiere una perspectiva realista. Nuestra esposa puede fallar en menor o mayor medida en muchos momentos, así como nosotros le fallaremos a ella. 

Nuestros vecinos nos van a fallar, también nuestros hijos, también los otros creyentes en la iglesia. La realidad es que nadie es cien por ciento confiable excepto Dios mismo. 

Es por eso que las Sagradas Escrituras dicen: «Mejor es confiar en Jehová que confiar en el hombre. Mejor es confiar en Jehová que confiar en príncipes» (Salmo 118:8-9). En la carta a Timoteo también menciona: «Si fuéramos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo» (2a Timoteo 2:12).

Esta realidad no es para desanimarnos o volvernos pasivos. Hay poder en el arrepentimiento. Hay poder en ser honestos con nosotros mismos y con otros. Hay poder en perdonar. Es posible reconstruir la confianza.

Es necesario comprometernos con el Señor, y aprovechar sus recursos divinos para cambiar. Es Dios quien produce en nosotros tanto «el querer como el hacer, por su buena voluntad» (Filipenses 2:13). ¡Antes de pretender reconciliarnos con otras personas, procuremos reconciliarnos con Dios!

«Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros... Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida» (Romanos 5:8,10).

A veces cuando alguien nos falla, nuestra tendencia es etiquetarlo como «incapaz de cambiar». Este es un juicio muy severo y es una actitud que no agrada a Dios, porque nos ponemos en el lugar de Dios. En Romanos 14:4, leemos: «¿Tú quién eres que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme».

Un día, cuando reflexioné sobre este pasaje, sentí que el Señor me estaba diciendo: «¿Quién eres tú, Esteban, para determinar si fulano o mengano puede cambiar o no, si puede ponerse de pie después de haber caído? Soy yo, el Dios todopoderoso, quien soy capaz de transformar de forma radical a cualquier pecador. Soy yo quien puedo mantenerlo firme».

Esta verdad debe darnos esperanza de que el cambio siempre es posible cuando Dios está involucrado. No tiremos la toalla, ni con nuestra esposa ni con nosotros mismos ni con otras personas. ¡Que el Señor nos ayude!

Tomado de: Varones de estirpe real, editado por Milamex Ediciones


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