El arte de la reconciliación en el matrimonio Parte 2

El arrepentimiento

Por Esteban Griswell L.

La meta de la reconciliación no es solo regresar al status quo, a una relación cómoda y mediocre. ¡Es probable que esos patrones de actitudes y comportamientos inefectivos (o pecaminosos), fueron los que nos metieron en problemas en primera instancia!

Tampoco nos interesa la armonía superficial o una paz fingida. Nuestra meta es una reconciliación sincera y completa que sea un paso activo para forjar un matrimonio dinámico, comprometido e íntimo. Este proceso tendrá que hacerse de manera periódica. Para lograrlo, será necesario practicar cinco dinámicas:

  1. Arrepentimiento 

  2. Honestidad 

  3. Perdón 

  4. Humildad 

  5. Reconstrucción de la confianza 

Arrepentimiento.

Antes de hablar del rol del arrepentimiento en el proceso, definamos términos. Incluyendo sus elementos principales podríamos decir que se trata de «un pesar o sentimiento de culpa, vergüenza o remordimiento que se experimenta después de darse cuenta de que se ha cometido un error o falta».

El uso popular de esta palabra difiere mucho del significado teológico y bíblico. Baruch Benedict Spinoza, un filósofo holandés del siglo XVII, dijo: «No me arrepiento de nada. El que se arrepiente de lo que ha hecho es doblemente miserable». Hoy en día algunos psicólogos, aquellos que dan demasiada importancia al concepto de la autoestima, hacen eco de este pensamiento de Spinoza y consideran que casi cualquier expresión fuerte de culpa o vergüenza es neurótica y no sana.

Por supuesto, existe una gran diferencia entre la culpa falsa o neurótica y la culpa legítima o merecida. La Biblia habla mucho del arrepentimiento como una respuesta apropiada y necesaria cuando hemos pecado contra Dios y contra otras personas.

El apóstol Pablo hace una distinción importante entre la tristeza del mundo que «produce la muerte» y «la tristeza que proviene de Dios que produce el arrepentimiento que lleva a la salvación» (2 Corintios 7:9-11).

Según la Biblia, el arrepentimiento implica cambios: En lo intelectual (ideas y valores), en lo emocional y de la voluntad (intenciones, comportamiento y dirección en la vida). El arrepentimiento verdadero resulta de la gracia de Dios, no es algo que podamos fabricar o producir nosotros mismos.

Pensemos en un varón que ha lastimado a su esposa por una actitud o comportamiento egoísta. ¿Cómo se determina si ese varón está de verdad arrepentido? Consideremos la comparación en la tabla:

El arrepentimiento involucra los sentimientos, pero es más que un sentimiento. Si es genuino, puede involucrar lágrimas, pero llorar no siempre es una señal del verdadero arrepentimiento. 

En la Biblia varias personas lloraron, se angustiaron o expresaron tristeza momentánea después de haber tomado una mala decisión, o después de que su pecado fue descubierto (Esaú, Acab, Herodes). Uno incluso llegó a estar tan abrumado por su pecado que se suicidó (Judas). Pero su remordimiento no resultó en una vida cambiada o más piadosa.

En cambio, el discípulo Simón Pedro después de su negación de Jesús, «lloró amargamente», según Lucas 22:62. Jesús lo perdonó y restauró. Aún más importante, en lugar de dejar que su culpa lo siguiera venciendo, es obvio que Pedro reconoció su error, se arrepintió de manera humilde, aceptó la gracia de Dios y se comprometió a cambiar de dirección. Como consecuencia llegó a ser un gran líder.

Quiero ilustrar con un ejemplo personal la diferencia entre la vergüenza egoísta «del mundo» y el arrepentimiento que es «de Dios». Durante muchos años yo luchaba con un complejo de vergüenza agobiante que afectaba mi relación con mi esposa Janice.

Aunque muchas áreas de nuestra relación y vida familiar marchaban bien y el Señor estaba bendiciendo nuestro ministerio, yo era un varón muy inseguro y pasivo en algunos aspectos de vital importancia. Me costaba demostrar el afecto físico y hablar a un nivel íntimo. 

Con los años me di cuenta de cuánto sufría mi esposa por todo esto, de los sueños no cumplidos y de las muchas pérdidas que ella había acumulado por no tener una relación más cercana conmigo. 

Un día, a través de la lectura de la Biblia y por consejo de un cristiano sabio, me di cuenta de que en realidad mi vergüenza se había convertido en una excusa para no tomar acción. Yo pensaba: «Pobre de mí, que soy un esposo y padre tan deficiente en tantas áreas. Jamás podré retomar las riendas y empezar de nuevo con éxito».

En mi caso, la culpa se convirtió en un sentir de autolástima egoísta y paralizadora. Seguía dando vueltas a mis fallas, enredado en la hipersensibilidad. Pero cuando llegué a sentir el dolor de Janice, sus pérdidas, la manera en la cual había abusado de ella (no de manera física pero sí al abandonarla en lo emocional, lo que es igual de grave) se quebrantó mi corazón por completo.

Lo más importante: me motivó a ponerme los pantalones como hombre y empezar a tomar pasos de acción para cambiar mi comportamiento. Esa es una expresión de arrepentimiento verdadero, que nos lleva a la «salvación» y al cambio positivo.

Antes de terminar esta sección sobre el arrepentimiento, es importante profundizar sobre un aspecto fundamental que es: la confesión, tanto ante Dios como ante otras personas. «El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia» (Proverbios 28:13). «Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados» (Santiago 5:16).

La clase de confesión que funciona y que honra a Dios está muy lejos de una declaración vaga como: «Lo siento, discúlpame si acaso estuve equivocado».

Mi esposa Janice y yo hemos sido entrenados como conciliadores y mediadores por una organización cristiana internacional llamada Peacemaker Ministries (Ministerios Pacificadores), fundada por el abogado cristiano Ken Sande. Uno de los principios que enseña se llama: Los siete elementos de la confesión verdadera. Para evitar una confesión diluida o hecha a medias, es necesario:

a. Dirigirnos a todas las personas involucradas y afectadas de manera directa por la falta.

Cuando el hijo pródigo regresó a casa después de haber malgastado su herencia en un lugar lejano, confesó: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti» (Lucas 15:21).

¡El querer confesar «solo» a Dios y a nadie más es una señal de un arrepentimiento simulado o incompleto! Si además de la esposa, los hijos también fueron afectados por nuestro comportamiento o actitud, busquemos la manera apropiada de reconocer nuestra falta frente a ellos.

b. Evitar utilizar las palabras «por si acaso», «tal vez», «pero» y otras parecidas.

Estas palabras nada más sirven para negar, minimizar, excusar o racionalizar nuestro comportamiento. Evitemos culpar a otros por lo que hicimos. Algunos ejemplos de confesiones hechas a medias son:

• «A lo mejor no debí haberte gritado, pero me provocaste».

• «Sé que expresé un poco de impaciencia, pero es que he estado bajo mucha presión».

• «Tal vez estuve mal en lo que te dije, pero tienes que entender que...»

• «Si en algo te he ofendido, perdóname».

c. Reconocer lo que hicimos de forma específica.

El texto de 1 Juan 1:9-10 dice: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros».

La palabra griega que se usa aquí para confesar es homologeo, que quiere decir «la misma palabra». El prefijo «homo» significa «lo mismo/la misma cosa». Cuando confesamos nuestros pecados significa «decir la misma palabra» que Dios dice acerca de nuestro pecado, no más, y no menos. Dios vio nuestro pecado en todas sus dimensiones (lo que hicimos o no hicimos y las motivaciones detrás). Él espera una confesión específica y plena. 

d. Reconocer el daño hecho.

Expresemos una tristeza genuina por las consecuencias de nuestras acciones y reconozcámoslas de manera específica. Pensemos de antemano en cómo nuestro comportamiento afectó a nuestra esposa. Si no tenemos ni idea, ¡preguntemos! Y aun si creemos saber cómo ella fue afectada, es bueno y necesario permitirle expresar su propio dolor, preguntando: «¿Capté bien lo que sentiste o viviste por mi pecado o hay algo más que necesito reconocer?».

e. Aceptar las consecuencias de las acciones.

Mostremos un arrepentimiento sincero a través de la restitución (si esto es posible). En Lucas 15:19 el hijo pródigo al regresar a casa dijo: «Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros».

En Lucas 19:8 Zaqueo, al reconocer que había defraudado a la gente en lo financiero, entonces dijo: «He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres, y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado». El espíritu detrás de la restitución es una actitud y compromiso moral tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

f. Cambiar el comportamiento.

Mostremos un arrepentimiento sincero a través de un compromiso y plan concreto para cambiar los hábitos y actitudes que produjeron el pecado. Mostremos el fruto de arrepentimiento. Dice la Biblia: «Haced pues frutos dignos de arrepentimiento» (Mateo 3:8); «Anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento» (Hechos 26:20); «En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos» (Efesios 4:22-23).

g. Pedir perdón.

Vamos a profundizar más en el tema del perdón un poco más adelante.

Ahora, juntemos todos estos elementos para dar un ejemplo de confesión completa y efectiva: 

Mi amor, me doy cuenta de que me escuchaste el domingo pasado cuando platicaba con mis amigos en la iglesia. Hice un par de referencias en broma a los diferentes estilos que tú y yo tenemos para disciplinar a nuestros hijos, insinuando que el mío es mejor. Reconozco que rompí la confidencialidad, compartiendo mi frustración en público de manera indebida. 

Ofendí tanto a ti como a Dios mismo con mi chisme. Solo puedo imaginar cómo te hice sentir frente a ellos. Yo he sido el blanco de bromas insensatas en la oficina, y no me gusta el sentimiento. Te lastimé mucho y de veras lo siento. Reconozco que muchas veces tu manera de disciplinar a nuestros hijos es más bíblica y más sabia que la mía. 

También reconozco que si estoy inconforme con algo que haces, debo de tratarlo contigo y no exponerte frente a personas que no me van a ayudar a solucionar nuestras diferencias. Voy a ver a Alfredo y Juan este martes. Voy a confesarles que exageré lo que les compartí acerca de ti y que no fui justo al hablar de ti en primera instancia. 

Reconozco que necesitamos trabajar juntos de una manera más unida y consistente en la disciplina de nuestros hijos y me comprometo a hacerlo. Te pido perdón.

Aun cuando hagamos una confesión más completa como esta, no hay garantías de que todo saldrá bien. Pero es mucho más probable que esta clase de confesión sincera ablande el corazón de nuestra esposa. Ayudará a bajar sus defensas, estará más motivada a perdonarnos y hasta puede reconocer su propia contribución al problema (si es que la tuvo).

Un último tip: Cuando pidamos perdón a nuestra esposa (o a otra persona), no lo hagamos de manera insistente. A lo mejor hemos confesado la falta y hasta sentimos un cierto grado de alivio por haberlo hecho y ya tenemos ansias por que la reconciliación se dé. Ahora esperamos que nuestra esposa nos perdone casi de inmediato.

A menudo le tomará tiempo a nuestra esposa el poder perdonarnos de corazón, por muchas razones. Recordemos que ella fue la víctima de nuestra ofensa. Y cuánto más seria sea la ofensa y la injusticia hecha, más tiempo puede requerir para que ella quiera perdonarnos. La tendencia que podríamos tener es: «Pero ya confesé y fui sincero, ¿entonces por qué no me puedes perdonar? ¿Qué más quieres de mí?» 

A lo mejor tenemos el deseo de relegar el asunto al pasado ya, por nuestra propia comodidad.

No tenemos ningún derecho de insistir en nada. No debemos presionar por una solución rápida. Lo que sí es apropiado es volver a extender la invitación de vez en cuando: «No sé, mi amor, si has pensado más sobre lo que te confesé hace poco, o si Dios te ha dado la gracia para perdonarme».

Lo que nos toca es confesar. Es asunto de integridad, no asunto de manipulación a ella o solo confesar si sospechamos que ella no ha estado dispuesta a perdonar. Otorgar el perdón tiene que ser una decisión de la otra persona.

Adaptado del libro Varones de estirpe real, editado por Milamex ediciones.

Te invitamos a leer los siguiente temas de este artículo: La honestidad y el perdón


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