Consejos para un matrimonio bicultural

Foto por Peter Carrera

Foto por Peter Carrera

Hasta aquellos que crecieron en el mismo ambiente, vienen de diferentes culturas familiares

Por Ann Hershberger de Díaz 

Soy de un pequeño pueblo de dos mil personas en el Medio Oeste de Estados Unidos. Mi esposo es de una ciudad sobrepoblada de millones de personas, la Ciudad de México. 

Me gustaría darte una lista con viñetas sobre los «Cinco Tips para Mejorar tu Matrimonio» o «Diez Consejos Prácticos para los Recién Casados», pero primero debes saber que, aunque he comprendido mucho en estos dos años de matrimonio que han volado, el aprendizaje apenas empieza.  

Veamos por ejemplo una de las ideas centrales: el propósito del matrimonio cristiano es enseñar al mundo una imagen del amor de Cristo por su Iglesia. Esta idea me intrigó aun antes de conocer a mi esposo Moi. 

La consideré un par de veces durante el noviazgo, la procesé más durante la consejería prematrimonial y hasta pedí que fuera el tema del mensaje en nuestra boda. Mucho antes lo había visto en la vida de mis papás.  

Ahora, después de experimentarlo e incluso leer varios libros al respecto, debería de ser una experta, ¿o no? La realidad es que tal vez, posiblemente, quizás apenas comienzo a vislumbrar y a aprender este concepto.

Empiezo a entender cómo es que mi esposo realmente es el líder que Dios ha puesto sobre mí, que no hay espacio para el egoísmo en este pacto entre Cristo y la Iglesia, esposo y esposa. 

La clave es aprender, seguir aprendiendo y seguir pensando en estas ideas aparentemente obvias, pero a veces evasivas.  Necesitamos tiempo, recordatorios y práctica. 

También quiero aclarar que cada matrimonio es bicultural. Mi esposo y yo hemos encontrado maneras de llegar a un punto intermedio, pero no se pueden pasar por alto las diferencias de cultura, experiencias, personalidad y valores. 

En nuestro caso, las diferencias son un poco más extremas que para otras parejas; sin embargo, cada persona entra al matrimonio con su propia cultura. En esencia, la cultura consiste de nuestros valores, creencias y estilos de vida. 

Cada familia tiene su propia cultura. ¿Desayunamos o almorzamos? ¿Nos llevamos la comida para el camino, o comemos juntos en casa? ¿Quién lava los trastes? ¿A qué hora es propio levantarse y acostarse? 

Hasta aquellos que crecieron en el mismo ambiente vienen de diferentes culturas familiares y por eso, necesitan aprender a ceder, a ser uno y a establecer una nueva familia con una nueva cultura. 

De la misma manera en que Cristo vino en carne y hueso y vivió en nuestra cultura, siendo como nosotros, también nosotros tenemos que aprender la cultura del Reino de Dios, alineándonos con sus valores y costumbres que van en contra de nuestra misma naturaleza. 

Casarse no es la única manera de aprender esto, pero es una oportunidad única para practicarlo de manera tangible. 

Cada matrimonio es bicultural, tal vez porque Dios quiere que aprendamos a adaptarnos a otra cultura y que seamos hijos e hijas dignos de su Reino. 

Quiero aclarar que no me casé con el hombre de mis sueños y eso está bien. Tal vez no podemos cantar y crear música hermosa juntos, pero me encanta cuando toca su guitarra solo por placer ¡y que aprendió a tocar simplemente al observar a alguien porque el equipo de alabanza necesitaba otro guitarrista!  

Además, bromeo con que él no tiene sentimientos, que está muy ocupado sobre-analizando los algoritmos y estacionamientos (hubiera sido un excelente ingeniero de estacionamientos). 

Quizás no sea el hombre más sensible, pero me sorprende su perspicacia, entendimiento y preocupación por mí. También he aprendido a apreciar profundamente su fuerte tendencia analítica y muchas otras cosas más.

La verdad es que, aunque me hubiera casado con un hombre con la voz de Josh Groban o Luis Miguel, y una sensibilidad shakespeariana, no sería el hombre de mis sueños. Ni el matrimonio, ni cualquier relación terrenal, me puede satisfacer. 

Mi amado esposo no me puede llenar, pero mi verdadero Salvador: Jesucristo, satisface todos mis anhelos y necesidades y algún día cuando vea Su rostro, será infinitamente mejor que cualquier romance terrenal. 

Ahora sí, hemos llegado a la lista con viñetas de consejos prácticos:

Sean intencionales para crear tiempo juntos. Pensé que vivir juntos finalmente resolvería este problema, pero no fue así. 

Planeen tiempo juntos y aprovechen el tiempo no planeado. Nosotros tenemos muchas conversaciones geniales cuando estamos atorados en el tráfico.  

Aprendan a dialogar (discutir) de forma sana. ¿Qué palabras o conductas específicas los lastiman? ¿Cómo los hacen sentir? Cada persona percibe de forma diferente las conductas y palabras. 

Busquen hablar de sus necesidades personales de forma abierta y sana. A veces sentimos la necesidad de algo, pero por temor o pena no lo decimos. 

Es mejor ser abiertos sin culpar a la otra persona porque ellos quizá ni siquiera sepan que para nosotros es una necesidad. 

¡El perdón es para los dos! Estoy muy agradecida por el perdón rápido que me ofrece mi esposo y trato de hacer lo mismo. Dicen que uno no debería de acostarse enojado ¡y tienen razón!  La Biblia lo explica así: «Si se enojan, no pequen. No dejen que el sol se ponga estando aún enojados» (Efesios capítulo 4, versículo 26). 

Además, es muy difícil seguir enojado con quien te estás acurrucando. Simplemente diviértanse juntos. Hagan cosas que pudieran parecer ridículas. Nosotros tenemos una larga lista de chistes locales y palabras no existentes de spanglish que solo los dos compartimos.

Finalmente, el matrimonio no es el final feliz que siempre hemos soñado, sino una escuela para aprender la cultura del Reino donde pasaremos la eternidad con el Rey Supremo. Allí habrá una boda, una gran celebración y seremos felices para siempre. 


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