¿Cómo cultivar tu matrimonio?

Foto por Chuck Liu

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Mira a tus hijos de cerca, porque ellos son el producto de tu hogar y reflejan la realidad que se vive allí

Por Samuel Berberián

Si no sabes cómo anda tu matrimonio, solo mira a tus hijos de cerca, porque ellos son el producto de tu hogar, y reflejan la realidad que se vive allí. Los males míos los detecto en mis hijos porque son copia mía. Y si mi esposa es rebelde y no se somete a mi autoridad como cabeza del hogar se nota en los hijos porque ellos resultan desobedientes, no solo a la madre, sino al padre también.

Dentro del matrimonio es esencial el principio de interrelación y es en este punto en el cual quiero hacer énfasis. Dice 1ª Corintios 11:3: «Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo».

Notemos que antes de la relación hombre-mujer está la relación Dios-hombre, para establecer el patrón de señorío. El hombre quiere dominar a su esposa, pero resiste someterse a Dios. Y luego su esposa tiene problemas con someterse a él. Así que yo, como hombre debo estar sujeto a Cristo, así como Cristo está sujeto al Padre.

Desde el pesebre hasta la ascensión, Jesús hizo la voluntad de su Padre, aunque a veces era duro, como en su oración en el huerto de Getsemaní y luego su muerte en la cruz. En mi caso, yo me desentiendo diciendo: “Es que no lo puedo hacer“. Pero si somos nacidos de nuevo, debemos andar como Él manda y la cosa más natural como hombres es tener a Cristo como cabeza y así las cosas nos salen bien.

La realidad es que en un momento de cansancio o de disgusto somos impotentes para enfrentar nuestras responsabilidades y Cristo no nos ayuda porque nos estamos interponiendo entre la solución divina y el problema que enfrentamos. Si tuviéramos 60 kilómetros de cable de teléfono, pero se corta una pulgada, de nada vale todo ese cable.

Así es que Dios no llega desde el cielo hasta la intimidad de nuestro hogar porque está desconectada la relación con Él. Como hombres tenemos el deber de admitir la realidad de esta situación y no justificarnos, sino renovar esa relación con Dios pidiéndole perdón. Si Dios es la cabeza de Cristo y Cristo es mi cabeza, puede que los vecinos se estén insultando, pero en mi hogar hay un cielo porque la gracia de Dios reposa donde yo estoy.

Ahora veamos otro aspecto: tenemos desde el Jardín del Edén hasta el libro de Deuteronomio un paquete llamado la Ley de Dios, que establece todas las normas con las cuales el hombre tiene que vivir (ganar su pan, enseñar a los hijos, pagar los diezmos, etc.). Algunos creen que todo esto es para las mujeres, pero el hombre tiene que responsabilizarse de todo esto ante Dios.

Muchos dicen: «Una vez que yo me case la voy a componer«. Es interesante que algunas mujeres lo dicen también. De todos modos, el hombre tiene el deber de ayudar a la mujer a corregirse donde haga falta, pero hacerlo de forma correcta, diciendo: «Mira, no te conviene eso porque no podemos honrar a Cristo actuando de esa manera».

Pero a veces exageramos cuando corregimos. Recuerdo un día en que conversando en la mesa con mis hijos les dije: «Bueno, yo quiero la opinión de ustedes: ¿verdad que siempre trato bien a su mamá? Nunca le he pegado». Mi hijo respondió: «Para decir verdad, a veces las palabras duelen tanto como los golpes».

Eso me llevó a una plática bien extensa con mi mujer. Ella me dijo «Yo sé que me quieres, pero también sé que a veces te causo problemas y te enojas conmigo». Veamos el otro lado de la moneda también: quien mejor me conoce es mi esposa y a veces ella o mis hijos me han dicho cosas fuertes que han dolido. Por lo general tienen razón en los señalamientos que hacen. Aunque duele admitirlo, lo dicen para mi bien.

En cierta ocasión estaba hablando a un grupo de matrimonios y leí el versículo de Eclesiastés 4:12: «El cordón de tres dobleces no se rompe pronto». Es decir, cuando uno está entretejido, Dios, mi esposa y yo, difícilmente se rompe. La fuerza del cordón está en lo bien que está entretejido, no solo en lo grueso de las partes. Las tres partes se funden en una sola y se hace fuerte.

Otra Escritura dice que como Cristo se dio a sí mismo por la Iglesia, el hombre tiene que darse a su mujer (Efesios 5: 25-28). Es dificil que elogies a alguien y esa persona te devuelva mal trato. Así en el matrimonio: cuando sonríes, te sonríen, si pones mala cara, te devuelven mala cara y si dejas poco para alimentos, no te dan de comer. Si eres amable, te tratan amablemente.

Entonces, nuestro matrimonio es como una plantita y parece que algunos están sin regarla desde hace tiempo. Comencemos a regar, y pronto tendremos un arbolito bien lindo. El remedio es Dios en nuestro matrimonio y está al alcance de todos sin distinción. Como esposo yo tengo que ubicarme en mi lugar para que empiece a fluir el poder de Dios en mi hogar.

Nuestros hijos son el elemento más popular para separarnos, así que mantengamos a los hijos en su lugar. Llegaron como visitas al hogar y pronto se van. Así que, más vale que mantengamos esa unidad como pareja para que nuestros hijos aprendan cómo hacerlo cuando ellos formen sus hogares.

Mucho se discute sobre cómo traer cambios positivos en el matrimonio. Yo he visto que no da resultado la imposición de reglas, sino las recomendaciones hechas con amor, que «no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor».


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