Contra toda esperanza

Su declarado ateísmo le transmitía una devastadora sensación de vacío

Por Samuel Zires Ruiz

Se llama Samuel. En el penal le pusieron Cantarrecio porque desde que llegó tuvo que ganarse a la banda cantando, actividad a la que se dedicaba antes de su encierro.

Antes de la cárcel, vivía por inercia. «Vivir por vivir» era su lema. Su declarado ateísmo le transmitía una extraordinaria y devastadora sensación de vacío y un miedo obsesivo a la muerte. ¿Para qué echarle ganas a la vida, si al morir nos espera la nada, si no hay Dios, si no hay eternidad, ni alma, ni cielo, ni infierno, ni nada?

Así pensaba, hasta que un día, a instancias de una falsa e inhumana acusación, lo encarcelaron.

Ya en el penal, lleno de miedo y angustia ante lo incierto, Cantarrecio miró al cielo y exclamó: «Dios, sí existes, ayúdame a salir de aquí. Dime por qué me pasa esto a mí. Envíame una señal. Revélate. Muéstrame que existes, que estaba equivocado respecto a ti».

Y Dios le concedió su petición.  Decidió buscar a Dios con un grupo de internos cristianos que recibían visitas de congregaciones del exterior. Ahí comenzó su nueva vida. El primer día entre ellos, sin alcanzar a entender por completo, lloró al recibir a Cristo en su corazón. ¡Qué extraña y extraordinaria sensación!

Durante los 3 años, 9 meses y 18 días que duró su encierro le sucedieron cosas sorprendentes y también devastadoras. Dos de sus hijas murieron. Una de cinco meses y medio de gestación, quien solo vivió por tres horas y otra de 17 años quien sufría de parálisis cerebral y que falleció exactamente una semana después de la pequeña.

Sus abogados lo estafaron prometiendo su pronta libertad, aunque los terceros por lo menos aportaron pruebas y peritajes que fueron relevantes en el final del proceso.  Sus ahorros desaparecieron en un corto tiempo y una nueva y gigantesca deuda creció, esperando inclemente hasta su incierta libertad.

La primera sentencia fue de 45 años. La primera apelación se canceló porque a los encargados del juzgado «se les pasó» desahogar unos careos burocráticos. Cantarrecio había recibido revelaciones especiales y muestras de la existencia de Dios durante su encierro así que pidió la guía del Señor y Dios le habló por medio del libro de Nehemías capítulo 4, versículo 14: «Si Dios es conmigo, ¿quién contra mí?».

A pesar de muchos reveses, con esperanza y fe, Cantarrecio confió en que Dios propiciaría algo bello. La mayoría de los que sabían de leyes, le auguraban su libertad hasta el recurso de amparo, lo cual ocurriría mínimo en un año. Ya llevaba 3 años y 3 meses. ¿Cuánto tiempo más estaría ahí?

En un día inesperado, llegó la sentencia temida.  A pesar de todos los pronósticos y en contra de toda lógica, la sentencia fue absolutoria.  ¡Al fin libertad!

Cantarrecio le había pedido al Señor que el día de su liberación le diera como señal una mariposa.  En la forma que Dios quisiera: volando, en una revista o en la forma de una nube. El día que llegó, no se acordó de la señal porque fue una noticia repentina. Pero Dios le tenía otra maravillosa sorpresa.

El 30 de junio de 2011, antes de salir por la penúltima puerta que da a la calle, el jefe de custodios en turno y un buen amigo, le insistió a Samuel que viera en su computadora personal, un video que el absuelto había grabado dentro del penal, a propósito del concurso Iniciativa México 2011.  Con recelo, accedió y se sorprendió al descubrir en un extremo de la presentación ¡la imagen de una mariposa azul turquesa!

Las lágrimas brotaron inmediatas y abundantes, adornadas por una entrañable y justificada sonrisa.  ¡Otra vez Dios se evidenciaba! Cuán amado se sentía.

Al final, el jefe de los custodios le preguntó: —Es otra de tus revelaciones, ¿verdad?

—Sí jefe, solo me faltaba cerrar con broche de oro esta victoria tan anhelada. Nada mejor que el cerrojazo final que ha dado Dios. ¡Gracias Señor!

Tomado de la Revista Prisma 43-4, julio-agosto 2015


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