Dios, nuestro proveedor aún en tiempo de crisis

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Dios trató con mi fe y mi dependencia de Él

Por Fernando Ariel Rimoldi

En el año 2000, Argentina empezó a ser afectada por los primeros síntomas de lo que sería la crisis económica más profunda de los últimos años. Yo trabajaba como asistente de marketing en una empresa de calzado. Las cosas comenzaron a ponerse cada vez más difíciles y en el mes de marzo me despidieron debido a un recorte de personal. 

El jefe de Recursos Humanos me dijo que me iban a pagar la indemnización que correspondía, pero en seis cuotas. Esto representaba más o menos un salario por mes. Así que tenía asegurados seis meses de sueldo mientras buscaba trabajo. Esto trajo cierta tranquilidad en el momento, pero pronto las cosas empezaron a cambiar.

Yo era el ingreso mayoritario de mi hogar. Mi esposa y yo llevábamos tres años de casados y estábamos pagando la hipoteca de nuestro primer departamento. 

Pasaron los primeros seis meses y las oportunidades se cerraban una a una. Como tenía un título universitario, estaba sobrecalificado para algunas ofertas de trabajo. Por esta razón, muchas empresas no querían contratarme, pues sabían que en cuanto la situación económica del país se normalizara, yo buscaría un empleo con mejores condiciones laborales. 

Por otro lado, los puestos que correspondían a mis competencias eran muy escasos en relación a la gran demanda de postulantes.

A los siete meses de estar desempleado empecé a entrar en pánico. Me preocupaba el pago de la hipoteca de nuestro departamento. No queríamos perder la casa que nos había costado tanto sacrificio.

En ese tiempo un matrimonio amigo, que sabía nuestra situación, nos ofreció pagar nuestra hipoteca durante los siguientes seis meses. Esa fue la primera vez que experimenté de manera muy evidente a Dios como proveedor. El Señor se estaba ocupando de nuestra economía. 

Una de mis cuñadas, también nos ayudó regalándonos los vales de despensa que recibía de su empleador. El salario de mi esposa se destinaba a pagar las tarjetas de crédito, la comida y los servicios indispensables. 

Pasaron los meses y un compañero que mi esposa conoció en el seminario, se ofreció a darme empleo como albañil. Acepté rápidamente. Pero después de cada jornada laboral llegaba a casa deshecho, cansado y frustrado. 

Pasaron trece meses de desierto, padecimientos y escasez. Durante ese tiempo Dios trató con mi fe y mi dependencia de Él. Hasta que un día, me llamaron del Banco de la Nación Argentina. Lo primero que hice fue verificar que no tuviera deudas con esa entidad bancaria. La llamada no era un reclamo de pago sino una propuesta laboral. Dos meses más tarde, me llamaron para notificarme que había ingresado a la organización. 

Este trabajo ha sido un lugar de mucha bendición. Han pasado casi veinte años y sigo trabajando en el banco. En este tiempo he crecido y me he desarrollado profesional y económicamente. 

Me identifico con José, cuando al nombrar a su hijo Manasés expresó: «el Señor me hizo olvidar mis angustias del pasado» (Génesis 41:51).


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