El mejor año de mi padre

Foto por Irais Téllez

Foto por Irais Téllez

La importancia de terminar bien

Por T. V. Guerrero González

Mi padre, Ricardo Guerrero Argüelles fue un exitoso empresario, un hombre inteligente, de carácter bohemio y dotado de virtudes artísticas: Tenía voz de tenor, era bailarín, dibujante y escultor. 

Pero en un corto lapso de tiempo vivió dos eventos muy desafortunados: la muerte inesperada de su madre y un robo a su empresa por parte de sus propios empleados. Él quedó devastado y por consiguiente cayó en una crisis financiera que quebró su negocio. A causa de esto, batalló con el alcoholismo desde muy temprana edad y durante casi toda su vida.

Como un hombre deprimido y sin motivación, incurrió en muchas faltas, como vender nuestras pertenencias o robar pequeñas cantidades de dinero de los ingresos familiares. 

Tiempo después, uno a uno mis hermanos y yo conocimos el Evangelio, y un buen día, Dios tocó el corazón de mi padre y lo salvó. Su lucha por salir del vicio fue brutal, pues a veces recaía, pero se arrepentía de corazón y regresaba a la comunión con Dios y a la iglesia. Solía decir: “Si Dios conmigo, ¿quién contra mí?”.

Tomando conciencia de que su familia estaba casi en la pobreza, al grado de que sus hijos siendo adolescentes, teníamos que trabajar para subsistir, decidió ir a la caseta de cobro en la autopista Querétaro-Celaya a limpiar los parabrisas de los autos. Así buscaba ganar algo de dinero y aportar una modesta pero honrada suma a la familia. 

Después de dejar la bebida, empezó a sentir dolores y su piel se tornó muy amarilla. El diagnóstico del doctor fue hepatitis. Recibió tratamiento por un par de meses sin obtener ninguna mejoría. Su salud seguía deteriorándose cada día, pero él insistía en hacer ese sencillo trabajo para cooperar con los gastos. 

Poco a poco su fe se fue fortaleciendo y ya no tuvo recaídas en el alcohol, pero su salud iba de mal en peor. Un día sintió tanto dolor que decidimos llevarlo al hospital. 

Después de realizarle los estudios pertinentes, nos dieron la terrible noticia de que tenía cáncer de páncreas en etapa terminal. A los pocos días, cayó en un letargo del cual ya no despertó, partiendo de esta vida trece días después. 

Mi padre no pudo levantarse de nuevo como esposo, empresario y artista talentoso, pero su vida al final tuvo un olor fragante para nosotros. Pudo hacer suyas las palabras de 2 Corintios 5:17:  «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es». 

Después de reconciliarse con Dios y convertirse en su hijo, solamente vivió un año entre nosotros, pero fue tiempo suficiente para poner su vida en orden, para perdonar y para pedir perdón a los suyos. Murió a los cincuenta y ocho años en el seno de una familia que lo amó hasta el final.


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