Empacando para el viaje más importante

Foto por Juan Esparza

Reflexión ante la reciente invasión a Ucrania

Por Luis Felipe Cetina Quijano

Como todos, quedé muy impactado por la reciente invasión de Rusia a Ucrania. Como salido de una película, en pleno 2022 somos testigos de escenas reales de bombardeos, explosiones y destrucción.

Asimismo, se presentan imágenes de la evacuación masiva de personas indefensas de distintas razas, edades y estratos sociales. Gente que teme ser encarcelada, herida o asesinada, aunque no esté participando en los enfrentamientos.

En ese contexto, me impresionó leer en un artículo el comentario de una mujer mexicana que expresó con mucho dolor: “Tuve que meter treinta años de mi vida en una maleta». 

Ella se enfrentó a la cruel realidad y a la impotencia de no poder llevar consigo todo lo adquirido durante ese largo tiempo. En unos minutos, tuvo que decidir qué llevar, porque si se quedaba para resguardar todo, podría no solo perder sus pertenencias sino su propia vida. 

Podemos imaginar que tuvo que seleccionar entre: regalos, sus compras predilectas, colecciones, medallas o reconocimientos, souvenirs, recuerdos, ahorros, joyas, mascotas, plantas, libros, documentos que acrediten bienes, entre otros, para poder huir.

Por otro lado, tuvo que asimilar que ya no podrá ir al cine, a un concierto, al salón de belleza, de vacaciones, a visitar a familiares o amigos ni asistir a su congregación ni a su clase de ejercicio o manualidades.

Esta realidad suena muy devastadora: perder todo en un momento por decisiones ajenas, sin poder objetar o protestar. Un entorno así, derrota a cualquiera. Para quien su mundo, objetivos y deseos giran alrededor de lo material o terrenal, es el fin. 

Algunos podrán decirme: ¿Acaso no son valiosos todos los bienes y posesiones ganados como resultado del esfuerzo de tantos años? Desde un punto de vista terrenal, sí. Sin embargo, lo cierto es que nada de eso podremos llevarnos cuando nos toque terminar nuestro ciclo de vida.

Y es aquí donde cada uno de nosotros debemos preguntarnos algo más profundo que esa mujer mexicana: ¿Qué me puedo llevar en mi maleta espiritual al morir?

Nada, absolutamente nada material podremos llevarnos al final de nuestra existencia en la Tierra. Ninguna posesión por mucho esfuerzo y trabajo que nos haya costado. Ni la ropa más costosa ni las joyas ni las llaves de un auto ni terrenos o residencias. Tampoco las inversiones, monedas o lingotes de oro, alimentos o bebidas exquisitas, ni el poder político, económico o militar.

Aquella mujer de Kiev decidió perder todo lo que tenía para buscar un camino que la salvara y comenzar de nuevo; con las manos vacías quizá, pero con vida. No esperó a que llegaran los invasores para pedirles que no la tocaran a ella, sus bienes y posesiones.

Nosotros tenemos la oportunidad de evaluar nuestra existencia y asegurar una mejor vida, no por unos meses o años, sino por la eternidad.

Dios, en su gran misericordia y amor, nos invita una y otra vez a que nos preparemos para cuando nos toque partir de esta tierra.

Jesucristo, con su muerte y resurrección, nos abrió las puertas del Reino Celestial, nos ofrece vida eterna junto a Él y un nuevo nacimiento. Poner nuestra fe en Él es todo lo que se requiere.

Nacer de nuevo implica cambiar de forma radical el valor que le damos a las cosas materiales. No las consideremos como nuestro fin último, sino como un medio para bendecir a otros.

Aprovechemos esta historia para recapacitar y reenfocar nuestra vida y objetivos. Esto no significa dejar que todo lo alcanzado se destruya o deteriore, sino encauzar nuestros esfuerzos y anhelos con una perspectiva de largo plazo. Entonces podremos disfrutar de cosas mejores a las posesiones actuales: la presencia y comunión con Aquel que creó todo el Universo.

Por ello, preparémonos para el viaje más importante de nuestra vida, un viaje para toda la eternidad.


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