El éxito de los padres
Sin duda compartimos el anhelo de que nuestros hijos vuelen más alto que nosotros
Por S. Isáis
Acabo de ver una fotografía que me dejó pensando. Es de un papá y su pequeño tomados de la mano. Van caminando por el puente de abordaje que lleva a un avión. El padre está dando un paso largo y el chiquito también tiene la pierna extendida a todo lo que da su poca estatura. No se ve la sala de espera, ni se ve el avión, pero es claro que es el acceso que está entre el aeropuerto y la aeronave. Aún no están volando, pero es el inicio de una gran aventura.
Esta imagen refleja el rol que tenemos como padres. Si queremos que nuestros hijos vuelen, debemos acompañarlos desde la sala de espera del hogar. No me considero experta, pero Dios me ha bendecido con la oportunidad de ver a muchas familias con descendientes exitosos y otras tantas que no han tenido ese resultado. No me refiero a que sean ricos o estén en puestos altos, sino a que cuando crecieron, aprendieron a volar solos.
Algunos papás queremos que nuestros hijos vivan, experimenten y disfruten lo que nosotros siempre anhelamos, pero no tuvimos. Incluso es fácil cometer el error de querer que ellos cumplan nuestros sueños, olvidando que ellos cuentan con los propios.
En algunas familias los hijos han estudiado lo que sus papás quieren. En otras, los padres les han impedido prepararse en algo para lo cual tienen muchísimo talento, facilidad o gusto. Es común que sean carreras relacionadas con el arte, la música, el pastorado o las misiones.
Siendo sinceros, son áreas que nos encanta disfrutar y las aplaudimos, pero en los hijos de otros. No queremos que los nuestros incursionen ahí, ya que pensamos que es difícil sobresalir (son pocos los que llegan a la cúspide), que no obtendrían el estatus que buscamos o quizá estamos convencidos de que «nadie que se dedica a eso, vive bien», entre otras razones.
En realidad, nuestro éxito en la labor como padres implica el quedarnos sin trabajo. Es decir, debe llegar el momento en que nuestros hijos puedan andar solos. Queremos estar tranquilos de que, aunque no estemos, tomarán decisiones correctas, se esforzarán en lo que vale la pena y mantendrán sus convicciones aunque eso implique ir contracorriente. En resumen, que vivan de tal manera que honren a Dios y traigan orgullo a nuestros corazones.
Dijo el sabio Salomón: «El hijo sabio alegra al padre; mas el hombre necio menosprecia a su madre» (Proverbios 15:20).
Sin duda compartimos el anhelo de que nuestros hijos vuelen más alto que nosotros. Pero ¿cómo se logra? Esa es «la pregunta de los sesenta y cuatro mil». En realidad, tenemos que reconocer que no somos perfectos, ni lo sabemos todo. Pero, gracias a Dios, hay otros que han ido por delante y nos han dejado su ejemplo. He aquí algunos consejos.
Orar por nuestros hijos, por cada uno por nombre, todos los días.
Bendecirlos siempre al hablar palabras positivas y de ánimo a sus corazones. Evitar decirles que «son» algo negativo. Por ejemplo, nunca decir: «eres un tonto, egoísta, mentiroso, inútil». Más bien hacer hincapié en su forma de actuar: «no te portes de manera egoísta, tú eres generoso».
Ser consistentes con lo que les pedimos. Si tenemos reglas, hay que aplicarlas y si les decimos que habrá consecuencias por desobedecer, entonces también debemos cumplir con el castigo advertido.
Cumplir lo que les prometemos.
No sacarlos de todos sus problemas, sino dejar que experimenten las consecuencias de sus actos.
Vivir de manera congruente. No pedir algo que nosotros mismos no estamos dispuestos a dar. Dicen que las palabras impactan, pero el ejemplo arrastra.
Cuidar sus amistades. Esto incluye aconsejarlos para que no se involucren con malas compañías. Puede implicar invitar a sus amigos a casa y tomarnos el tiempo para conocerlos de primera mano. También conlleva esforzarnos para que como familia tengamos relación con gente de bien que sea buena influencia para ellos.
Ser prontos para pedirles perdón cuando nos equivocamos.
Darles ejemplo al perdonarlos a ellos y a otros a nuestro alrededor.
Amar a nuestro cónyuge. Si nuestros hijos ven que nosotros como padres nos amamos, vivirán más
seguros y tranquilos, y podrán enfrentar la adversidad con más seguridad.
Así, como el padre en el túnel de abordaje, acompañemos a nuestros hijos hasta que sean capaces de volar.
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