Cómo ejercitar mi espíritu. Parte 3 

Foto por Diana Gómez

Lectura de la Biblia

Said R. Sabag

Crecí sabiendo que la lectura de la Biblia transforma vidas. Cuando estaba estudiando la preparatoria aprendí algo diferente.

Desde que tengo memoria he dedicado tiempo a leer la Biblia. De pequeño iba a la iglesia evangélica por lo menos cada domingo. En la escuela dominical leíamos un pasaje de la Biblia y durante el culto de adoración también había un tiempo de lectura. 

Durante el verano, asistía a la escuela bíblica de vacaciones, la cual duraba de dos a tres semanas. Todos los días leíamos pasajes de la Biblia. 

En Semana Santa y en diciembre asistía casi a diario a los cultos. No había una reunión en la que no se leyera la Biblia. Fui a muchos retiros y campamentos donde se realizaban concursos y se premiaba a los que leían más capítulos de la Biblia.

En casa, también aprendí la importancia de leer la Biblia todos los días. Me impactaba ver a mi mamá, sentada en su sillón favorito, leyendo su Biblia cada mañana y subrayándola con colores. En medio del caos de una familia de siete hermanos, siempre apartó tiempo para sentarse y leer. Recuerdo que al finalizar cada año mi mamá nos comentaba que había terminado de leer la Biblia completa una vez más. «Con esta van 27 veces». Creo que nadie en la iglesia le ganaba.

Yo no estoy seguro de cuántas veces he leído la Biblia completa de manera sistemática. Aunque recuerdo que durante todas las etapas de mi vida, la Biblia ha tenido un lugar muy importante. Mi versión favorita de la Biblia, siempre ha sido la Reina Valera 1960. Quizá porque fue con la que crecí y me siento más familiarizado.

En el último año de preparatoria tuve una excelente maestra de Literatura Universal. Su amor por la literatura se contagiaba. Para pasar su materia teníamos que leer los diez libros más reconocidos universalmente. También presentaríamos ante el grupo nuestra opinión. Pensé que nunca lo iba a lograr. 

No sólo lo logré, sino que al final del curso había aprendido a apreciar de manera diferente el valor de los libros. De otra manera nunca hubiera leído Los miserables, de Víctor Hugo, El quijote de la mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, el Fausto, de Goethe, La Ilíada y la Odisea, de Homero y otros más. A la fecha uno de mis libros favoritos es Los miserables.

Entre los diez libros que teníamos que leer se encontraba la Biblia, un compendio de 66 libros. La maestra nos indicó que sería suficiente con que escogiéramos uno nada más y que trabajáramos sobre ese. Era una oportunidad de oro.

Sabía que mi esfuerzo para compartir el mensaje de salvación con mis compañeros, se enriquecería con esa lectura. Creía que la lectura de la Biblia iba a cambiarlos, acercarlos a Dios y le entregarían sus vidas. Dios les iba a hablar de una manera directa a cada uno.

Pero no fue así. Hasta donde recuerdo, ninguno entregó su vida a Dios. Platiqué con la mayoría y no percibí ningún cambio importante. Estaban dispuestos a comentar lo que leyeron desde el punto de vista literario y nada más. Una y otra vez me preguntaba: «¿Por qué no fueron transformados?».

La Biblia enseña que su Palabra no vuelve vacía. ¿Qué había pasado? Yo mismo me respondí. Ninguno leyó la Biblia con un corazón abierto, dispuesto a que Dios le hablara. La leyeron sólo como una obra de literatura universal, al igual que los otros libros que analizamos.

La segunda herramienta de la disciplina cristiana Lectio Divina se refiere a la lectura de la Biblia. El objetivo es leer lentamente y descubrir lo que Dios nos está diciendo.

Siempre es preferible usar una Biblia física, en vez de una digital. Una en la que podamos tocar las hojas y marcarlas de acuerdo a lo que más nos impacta.

Cuando le he pedido a alguien que sólo usa Biblias digitales, que me muestre «su» Biblia, por lo general se siente incómodo. Aunque tiene acceso a un sinfín de Biblias y versiones, no puede afirmar con certeza cuál es la suya. Tiene todas, pero ninguna es «la suya».

No se trata de leer para cumplir con una meta que nos hicimos nosotros mismos, ni de obtener información, nada más. Tiene que ver con conocer más a Dios y escuchar lo que quiere decirnos.

No es necesario escoger un pasaje largo. Uno corto es suficiente e incluso mejor. Nos permite concentrarnos en un tema único, estar atentos a lo que nos llama más la atención, ser intencionales.

Al terminar, tendremos la satisfacción de haber pasado tiempo con Dios. Habremos adquirido un mayor entendimiento de lo que Él quiere de nosotros. Encontraremos el discernimiento especial que requerimos para las decisiones difíciles.

Busquemos a Dios. Leamos su Palabra con intención y un corazón sincero, y seremos transformados.


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