¿De qué depende nuestra supervivencia?

Conversaciones con el científico más famoso del Siglo XX: Wernher Von Braun

Por Adon C. Taft

Como un gigante rabioso, el cohete Apolo 9 de 36 pisos de altura rugía en su base de lanzamiento. De su cola chisporroteaban llamas. Lentamente se levantaba al cielo semi nublado. Pocos momentos después, lo único visible fue una burbuja que rayaba la pantalla del radar.

Todo esto fue otro triunfo científico para Wernher Von Braun de 57 años de edad, director del Centro de vuelos espaciales Jorge C. Marshall en Huntsville, Alabama, una dependencia de la Administración Nacional de Aeronáutica y Espacio de los Estados Unidos de América.

Von Braun fue quién desarrolló los cinco motores F-1 que produjeron los 9 millones de libras de empuje que arrojaron al potente Saturno V a la atmósfera. Fue un estruendo que hizo temblar la tierra, que resultó de la liberación de un poder hidroeléctrico dos veces más potente del que podría producir el conjunto de todos los ríos y corrientes de agua de todo el continente al mismo tiempo.

Unos 700 reporteros de la prensa, radio y televisión rodeaban a Von Braun para pedirle detalles de este lanzamiento casi perfecto desde la isla de Cabo Kennedy, Florida. Al mismo tiempo los altoparlantes en la tribuna de la prensa gritaban la última información que los astronautas enviaban desde el cohete acerca del vuelo.

Entonces el señor Von Braun, hijo rechoncho de quien fuera un oficial del departamento de agricultura de la República de Alemania, me tomó del brazo y me dijo:  «Ven, vamos a buscar un lugar para platicar».

Así que nos dirigimos a la playa donde él caminaba rápidamente en la arena rocosa. Su pelo canoso se veía desarreglado en el aire, y sus pantalones color gris, su saco de cuadros y su corbata medio sesgada daban la impresión de una persona despreocupada en cuanto a su apariencia.

Se inclinó hacia mí y habló con intensidad. Mientras que caminaba declaró: «Tenemos que aprender a considerar a Dios como el creador del universo y maestro de todas las cosas. Necesitamos de un Señor más grande que el que hemos tenido en el pasado».

Von Braun no hubiera dicho semejante cosa 35 años antes cuando era el hombre clave en el desarrollo del cohete para el Ejército Alemán. Creció como luterano y asistió a las iglesias sencillas humildes y rurales de Alemania. Aunque recibió la confirmación a la edad de 12 o 13 años, Von Braun me confesó:  «No empecé a comprender el significado del pensamiento religioso hasta más tarde».

A la edad de 22 años ya había volado en su primer cohete y tenía el doctorado en física de la Universidad de Berlín. Había dejado atrás la vida ingenua del medio rural y se daba cuenta de que las catedrales ornamentadas de Europa estaban casi vacías. Luego durante los años de la guerra, la adoración religiosa fue realmente desaprobada. «Tuve una fe nominal hasta que vine a este país», confesó el científico de manera afable y extrovertida.

«Fue durante la última parte del régimen de Hitler, cerca del fin de la guerra, cuando me di cuenta de que hacían falta los valores éticos en el mundo material», me dijo. «Particularmente al hacerme más viejo y al poder desarrollar más y más potencia, la necesidad llegó a ser más evidente».

Von Braun había visto a Hitler organizar una economía brillante y coordinada. «Pero» dijo, «estoy absolutamente convencido de que Hitler no era temeroso de Dios. No tenía escrúpulos de ninguna clase. Cuando llegó a la cima ya no le quedaban contrapesos ni obstáculos para controlarlo. No había nadie a quien tenía que rendirle cuentas. Este virus malvado infectó a ese genio de la organización y de la tecnología. Llegó a ser como un roedor que carcomía la fuerza de la nación».

Al acercarse las tropas aliadas, Von Braun y el grupo de científicos y técnicos bajo su dirección en Peenemunde, el campo alemán de prueba de cohetes, tenía que llegar a una decisión.

«Conocíamos el potencial que poseíamos. Nos dábamos cuenta de que en Alemania, ya no habría más oportunidad para desarrollar ese potencial. Así que nos teníamos que enfrentar a una pregunta: ¿En manos de quién íbamos a poner nuestro descubrimiento? Ya nos habíamos cansado de la dictadura en todas sus formas. La idea de acabar al lado de Stalin después de tantos años bajo Hitler, nos preocupaba».

Cabizbajo añadió: «Juntos discutimos el asunto. Estábamos unánimes. Queríamos unirnos con los americanos. Personalmente yo tuve la convicción fuerte de que era nuestro deber, ya que teníamos este tesoro, confiarlo a las manos correctas».

Von Braun se entregó al ejército americano. Él y su equipo fueron llevados a El Paso, Texas donde en un lugar cercano a White Sands, Nuevo México trabajaban en proyectiles que iban a ser los precursores de los vuelos Apolo.

Allí también fue donde recuperó la fe sencilla de su niñez. Una fe que ha crecido casi al igual que sus cohetes  (el V-2 en 1950 llegó a una altura de 250 millas. El Apolo 8 viajó 240,000 millas hasta la luna).

Mientras tanto él había estado examinándose a sí mismo y llegando a la comprensión de su propia necesidad espiritual. «Empecé a leer libros religiosos, y la verdad de las enseñanzas de Cristo surgió como una revelación» exclamó.

El distinguido científico que ha recibido más de 20 doctorados honoríficos y cuyos premios y distinciones ocupan tres páginas escritas a máquina, rápidamente absorbió los libros del autor Fulton Oursler y la Historia de La Biblia de Hurlbut. Entonces empezó el estudio de la Biblia en serio.

«San Pablo es mi favorito porque hizo disponible la fe cristiana a la humanidad en general» comentó Von Braun.  «Es interesante y es polémico. Y me gusta San Pedro porque hizo a San Pablo aceptable para los discípulos», añadió con una sonrisa.

Desde aquellos días en Texas, la fe de Von Braun ha aumentado en tal forma que ahora piensa: «Nuestra religión, nuestro medio ambiente y nuestro punto de vista han estado ligados a la Tierra.  La astronomía y las exploraciones en el espacio nos están enseñando que el buen Señor Jesús es un Señor mucho más grande y el dueño de un Reino mayor.

El vuelo espacial de los hombres es un logro asombroso, pero hasta ahora nos ha abierto solamente una puerta pequeñísima para contemplar la extensión pavorosa del espacio. Lo que vemos a través de este atisbadero de los vastos misterios del universo, no hace más que confirmar nuestra creencia en la certeza de su Creador.

Actualmente me es muy difícil comprender a un científico que no reconoce la presencia de una racionalidad superior detrás de la existencia del universo y me cuesta comprender a un teólogo que quiere negar el avance de la ciencia. Y ciertamente no hay ninguna razón científica por la cual Dios no puede ocupar la misma posición en nuestro mundo moderno, que el que ocupó antes de que empezáramos a escudriñar su Creación con el telescopio y el ciclotrón».

En octubre de 1957 los Estados Unidos se sorprendieron cuando la Unión Soviética puso su primer satélite en órbita. Von Braun impávido dijo al Secretario de Defensa Neil H. McElroy: «Tenemos suficiente metal aquí para poner en órbita un satélite cuando usted quiera». Apenas 84 días después de recibir la luz verde para el proyecto, Von Braun y su equipo orbitaron el Explorer 1, la pequeña luna de 18 libras en forma de torpedo que fue el primer satélite americano.

A pesar de la mucha confianza que tiene en sí mismo, el espíritu humilde y la fe sencilla del hombre me impresionaron. Aquel sentir fue reforzado cuando compartió conmigo otra convicción: «El hombre finito no puede comprender a un Dios omnipotente, omnisciente, omnipresente e infinito. Cualquier intento para visualizar a Dios, para reducirlo a nuestra comprensión, para describirlo en nuestro idioma, empobrece su grandeza».

Con convicción añadió: «Pero en lo personal, lo mejor para mí es aceptar por la fe a Dios como una voluntad inteligente, perfecta en benevolencia, que se revela en el mundo de la experiencia más plenamente en relación al aumento de la capacidad del hombre para comprender.

Para mi consuelo espiritual, encuentro seguridad en el concepto de la paternidad de Dios. Y para mi guía moral, dependo del concepto corolario de la hermandad de los hombres. A causa de las cosas maravillosas que la ciencia ha hecho para la sociedad, muchas veces se la valora demasiado alto.

Tenemos que recordar que la ciencia existe solamente porque hay personas y sus conceptos existen únicamente en las mentes de los hombres. Dios ha hecho al hombre con curiosidad y espera que el hombre use ese don.

Ahora tenemos las herramientas disponibles para explorar el espacio, y creo que si no hubiera sido el plan del Creador que exploráramos los cuerpos celestiales, no nos hubiera permitido adquirir las herramientas».

Además añadió Von Braun: «Hay algo más que es obvio. Dios no ha puesto ningún obstáculo visible en nuestro camino. Creo que tenemos su permiso y su bendición. Espero el día cuando por medio del establecimiento de estaciones de observación en el espacio tengamos una plataforma para aprender mucho más acerca del universo por medio de una mirada más intensa a la creación. Debemos lograr un conocimiento mejor del Creador y se enfocará un sentido más grande de la responsabilidad del hombre hacia Dios».

Un grupo inquieto de técnicos de la televisión italiana, un hombre de radio de Noruega y un viejo amigo alemán habían llegado a la Bahía para ver a Von Braun, pero me tomó del brazo otra vez, dio la espalda a los demás y seguimos nuestra caminata por la ribera.

«Estoy seguro de que hay otros seres en el universo» me dijo en respuesta a una interrogación referente a lo que él espera encontrar cuando el hombre explore los planetas. «No estoy en condiciones de opinar en cuanto a si el hombre encontrará que la encarnación de Cristo sobre la Tierra fue un evento único en el universo o no. Bien pudiera ser que en circunstancias comparables, el Señor enviaría a su hijo a otros mundos para llevarles el evangelio. Creo que el buen Señor está lleno de una compasión tan tremenda que tomará todas las medidas necesarias para hacer llegar la verdad a su creación.

Desde el punto de vista de Von Braun, la cosa importante es que el hombre reconozca esto: «Vivimos en la Tierra, y el mensaje que Cristo trajo a los hombres es maravilloso para nuestro mundo».

Von Braun continuó: «El sacrificio de Cristo en la tierra puede bastar para los otros seres del universo. El hecho de que la crucifixión ocurrió en la Tierra, no limita su validez para una área más grande. La aparición de Cristo en nuestro mundo fue local, en un pequeño lugar. Pero el cristianismo se ha extendido por todo el mundo. Lo que Él enseñó fue con base en circunstancias locales, pero se acepta en forma universal».

Una vez más quedé impresionado por la simplicidad de su fe personal, cuando el distinguido científico me dijo: «Tengo momentos de perplejidad. Me pregunto, ¿estoy en el camino correcto o no? Especialmente durante esos momentos de interrogación, es cuando estoy fortalecido al pedir y recibir ayuda de Dios. Mi necesidad por dirección ha aumentado a través de los años. Creo que la razón es que en un trabajo como el mío uno no puede buscar consejo en un manual en cuanto a lo que es correcto o incorrecto».

Lo que es bueno o malo le importa mucho a Von Braun, porque cree en un juicio final: «Allí cada uno de nosotros tendrá que rendir cuentas en cuanto a lo que ha hecho con el precioso don de Dios de darnos la vida sobre esta Tierra». Dijo también:  «Creo en la inmortalidad del alma que podrá apreciar la recompensa o sufrir la penalidad decretada por el juicio final».

Su creencia en la continuidad de nuestra existencia espiritual después de la muerte tiene un fundamento científico: «La ciencia ha descubierto que nada puede desaparecer sin dejar alguna huella. La naturaleza no conoce la extinción. Lo único que conoce es la transformación. Ahora, si Dios aplica este principio fundamental a las partes más menudas e insignificantes de su universo, ¿no es lógico concluir que Él lo aplica también a la obra maestra de su creación: el alma humana? Yo pienso que sí».

Von Braun también cree que: «El alma es lo que distingue al hombre de la bestia. En el carácter del animal no hay lugar para la libertad de la voluntad, para la curiosidad que investiga, para la libertad de la duda y el conflicto entre los instintos y las normas de la ética. Un animal no conoce a aquella agujita misteriosa llamada conciencia, que nos dice lo que es bueno y malo».

Añade: «Solo al hombre se le ha encargado enfrentarse a los conflictos que resultan de ser una imagen de Dios. Solo al hombre se le ha conferido un alma que le permite hacer frente a los problemas eternos que resultan de este conflicto. El conocimiento de que el hombre puede escoger entre lo bueno y lo malo debe acercarlo más a su Creador».

Se terminó nuestra conversación. El gran científico tenía solo cinco minutos antes de subirse a un avión. Sin embargo, parecía renuente a dejar de hablar acerca de las cosas espirituales. Al despedirse con un fuerte apretón de manos, me dijo:

«Nuestra supervivencia aquí y en el más allá depende de la adhesión a lo espiritual en lugar de a lo científico. Por medio de la ciencia el hombre trata de controlar las fuerzas de la naturaleza a su alrededor. Por medio de la religión trata de controlar las fuerzas de la naturaleza pecaminosa en su interior, y solo Jesucristo logra hacerlo».

Esta entrevista se publicó en julio de 1969 en la revista Christian Life. Usado con permiso.


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