Pecando con los pensamientos
Nueve pasos para combatir la batalla de la mente
Por Michael y Kathy Garrett
Un día, el rey David estaba en la azotea de su palacio cuando de repente, se dio cuenta de que en el techo de la casa aledaña, había una mujer que se estaba bañando. Betsabé estaba desnuda y David, en lugar de quitar la vista de semejante escena, se quedó mirando y pensando en cómo sería tener a esa mujer de compañía.
Decidió entonces entrar en acción. Mandó a uno de sus sirvientes a la casa de la bella mujer con el mensaje de que el rey deseaba verla. Betsabé fue llevada al palacio y David durmió con ella.
La historia tiene muchos otros matices, pero en un momento de honestidad el profeta Natán acusó a David de pecar y él confesó lo que había hecho. Después escribió una plegaria a Dios: «Crea en mí un corazón limpio, y renueva en mí un espíritu de rectitud» (Salmo 51:10).
Para David era claro que el pecado que cometió comenzó en su corazón, es decir, en su mente. Sabía que su corazón estaba sucio y que necesitaba ser purificado.
De la misma forma, nuestros corazones contienen toda clase de impurezas, pensamientos e imágenes siniestras, que no son conocidas por nadie más que por nosotros mismos. Sin embargo, Dios sí las conoce.
Los medios publicitarios entienden muy bien este síndrome y, cuando anuncian un producto, lo llenan de imágenes y frases sugestivas que apelan a nuestros instintos más básicos. De esa manera, somos provocados a comprar el artículo no solo por las bondades del mismo, sino también por el beneficio adicional que se insinúa y que nos apetece.
El apóstol Pablo podría haberlo expresado así: ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de esta actitud mental tan mortal?
Entonces ¿qué podemos hacer para combatir el pecado en nuestra mente? He aquí algunos pasos que pueden ayudarnos.
1. Confesemos cualquier pecado de pensamiento secreto ante el Señor. Y cuando lo hagamos, no usemos palabras o frases que hagan ver el pecado de una forma menos seria. No lo disfracemos. Es importante definirlo tal como es, en palabras claras.
La Biblia dice: «¡Que dejen los impíos su camino y los malvados sus malos pensamientos!» (Isaías 55:7).
2. No nos expongamos a la tentación. Si nuestro pecado es el alcoholismo, no pasemos cerca de donde solíamos ir a beber. Si es la pornografía, no nos metamos al internet en un lugar privado. Si estamos casados y sentimos atracción hacia alguien del sexo opuesto, evitemos encontrarnos con esa persona, en especial en ambientes en los que podríamos estar solos. Hagamos un compromiso como el que hizo Job:
«Hice un compromiso con mis ojos de no poner la mirada en ninguna doncella» (Job 31:1).
3. No justifiquemos nuestro pecado. Al trasladar la responsabilidad a otra persona o circunstancia, nos estamos presentando como una víctima inocente. Esa táctica no engañará a Dios.
4. Enamorémonos de Jesús. Pensemos en todo lo que ha hecho por nosotros y en cómo podemos agradarlo al parecernos más a Él. Aprendamos de la Biblia sobre Jesús y su forma de ser, su gloria y su belleza combinada con su gentileza, su misericordia y su fortaleza. Si algún pensamiento pecaminoso surge en nuestra mente, será más fácil expulsarlo pensando: «no quiero que Jesús sienta tristeza por lo que yo hago».
5. Alimentémonos con la Palabra de Dios. Leamos la Biblia todos los días. Aprendamos lo totalmente justo y santo que es Dios y cómo aborrece el pecado. Leamos repetidas veces los eventos que se relatan en la Biblia y qué consecuencias nefastas, a corto y largo plazo, tuvieron los pecados que se describen. Alguien dijo una vez que nuestras buenas obras irán en proporción al grado en que nos alimentemos de la Palabra de Dios.
6. Seamos sensibles a la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas. La presencia del Espíritu de Dios morando en nosotros será una guía poderosa y práctica. Nos guiará hacia toda verdad, incluyendo la enormidad del pecado, y nos empoderará para resistir las tentaciones que se nos presenten. El Espíritu Santo es inmensamente poderoso y nos podrá sustentar cuando flaqueemos.
7. Evitemos las atracciones malignas. No nos quedemos mirando las revistas pornográficas que son tan atractivas. Alejémonos de los sitios de internet que exhiben material indeseable. No veamos películas que contienen escenas sexuales explícitas.
8. Pensemos en cosas buenas y positivas. Tomemos cautivo todo pensamiento y llevémoslo a la obediencia a Cristo, como nos invita el apóstol Pablo (2 Corintios 10:5). No permanezcamos pensando en cosas negativas.
9. Expulsemos esos pensamientos de nuestra mente y reemplacémoslos con los buenos y positivos. El apóstol Pablo nos manda: «Por lo demás, hermanos, piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo honesto, en todo lo justo, en todo lo puro, en todo lo amable, en todo lo que es digno de alabanza; si hay en ello alguna virtud, si hay algo de admirar, piensen en ello» (Filipenses 4:8).
Nuestra meta debe ser, como lo expresa Pablo en su epístola a los Filipenses: «que el amor de ustedes abunde cada vez más en conocimiento y en buen juicio, para que disciernan lo que es mejor, y sean puros e irreprochables para el día de Cristo, llenos del fruto de justicia que se produce por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios» (Filipenses 1:9-11).
Tomado de la revista Prisma 42-6.
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