Lo que la paternidad me quitó 

Foto por Diana Gómez

Dios usó a mis hijos para eliminar lo que tanto me afectaba 

Por Jaime Rivera Prieto

Mis hijos son culpables de varias pérdidas en mi vida. El hombre con el que se casó mi esposa ha cambiado desde que ellos llegaron. La realidad es que la venida de los hijos al hogar requirió más que pequeños ajustes; se trató de una reforma radical. 

La paternidad me ha quitado una gran porción de egoísmo. Antes de ser padre, pensaba solo en mí, en mis intereses y deseos. Ahora mi mente se ocupa en mis hijos: qué necesitan, cuándo lo requieren y cómo puedo proveerles. Admito que esos pensamientos son más agradables que los que tenía de soltero.   

Ellos han consumido mucha de mi energía, pues resulta que luego de jugar, correr, ocuparme de sus quehaceres y llevarlos al parque, me quedo con pocas fuerzas. Incluso ahora, que son adolescentes, termino exhausto después de correr detrás de ellos para quitarles el balón o saltar para evitar sus canastas. Sin embargo, mi descanso es reconfortante y duermo alegre. 

Recuerdo que tenía algunos sueños personales para desarrollar al máximo mi potencial, pero se perdieron entre los deseos y anhelos de mis hijos. En realidad, me hace más feliz ayudarlos a alcanzar sus metas y acompañarlos en su desarrollo. 

«Perdí» mucho tiempo al ocuparme de sus asuntos, sus estudios, citas médicas, reuniones escolares, partidos y presentaciones artísticas; sin hablar de las repetidas explicaciones en casa sobre temas que para mí no eran tan relevantes, pero que sí lo eran para ellos. 

Por otro lado, está el tiempo invertido en juegos, películas y paseos. Las fotos y videos delatan su felicidad y la mía. Es ese tiempo «perdido» en el que gané muchas alegrías que no cambiaría por nada. 

Ser padre acabó con muchos de mis temores. Ya no puedo quedarme quieto a ver qué pasa o llamar a alguien más para que me ayude. Soy yo el que debe modelar cómo enfrentar los miedos. Ahora salgo en la noche cuando se oye un ruido fuera de la casa, me toca enfrentar a la araña que hizo salir del cuarto a mi hijo dando gritos de susto y hasta debo dormir con la luz apagada para darles seguridad, aun cuando yo mismo temía hacerlo. Dominar algunos de mis temores fue resultado directo de ser padre. 

Buena parte del dinero que gané lo invertí en sus alimentos, estudios y salud. Sin embargo, la satisfacción interior por haberlo hecho es más profunda, significativa y preciosa para mí que el valor inicial que tenía ese dinero. En definitiva, hay mucho más gozo en dar que en recibir.

En retrospectiva, estas pérdidas me hicieron tanto bien que no existen palabras para expresarlo. Cada aspecto perdido fue una limpieza de carácter que yo requería sin saberlo. Dios mismo usó a mis hijos para eliminar lo que tanto me afectaba. 

Ahora que lo pienso, la paternidad no solo me despojó de muchas cosas sino que cada vez que algo fue quitado, me fue entregado a cambio bondad tras bondad. Cuando perdí el sueño en la madrugada, fue para recibir más satisfacción al abrazar, besar y dar palmaditas a un pequeño ser mientras se dormía en mis brazos sobre mi pecho. 

De las mejores ganancias que pude obtener por el tiempo y dinero invertido es verlos fuertes, trabajadores, educados y amantes de Dios. He ganado su amor, su confianza y la seguridad de que ellos llegarán a ser buenos padres cuando sea su tiempo.

Definitivamente, solo puedo dar gracias a Dios por todo lo que mis hijos me han quitado. 


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