El mejor regalo de Navidad no se puede comprar

Foto por Marian Ramsey

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Descubre cuál es este obsequio especial

Por Jaime Rivera Prieto

Como papá de cuatro hijos estoy consciente de la presión que experimentamos por comprar regalos en época de Navidad. Los anuncios comerciales generan en ellos la expectativa de recibir algún presente. Y en ocasiones, también los amigos y familiares abonan cierta presión al preguntar por los regalos.

Todo esto sin considerar los miles de trucos que tenemos que inventar cada fin de año para convencer a nuestros pequeños de que, el regalo que les damos, es lo mejor que pudieron recibir. Pues en algunos casos, las altas demandas de los chicos nos imponen una exigencia por los artículos de moda, que además son muy costosos.

Esta Navidad, quiero proponer algo diferente: ayudemos a nuestros pequeños a descubrir el mejor regalo que no está a la venta.

Hemos escuchado que los niños requieren nuestra presencia y cariño, más que un juguete. Pero no me refiero a este tipo de regalo, pues eso ya está implícito en ser padre. Tampoco estoy abogando por dejar de cumplir por completo sus expectativas, sino que estas sean redirigidas a recibir el verdadero regalo de la Navidad.

Espero no ser malinterpretado. Por supuesto que estoy convencido de que una manera apropiada de mostrar amor es acompañar la entrega personal con presentes materiales, que demuestren a nuestros seres amados el sentimiento que está detrás del obsequio. 

Mas el tiempo de Navidad no se trata de dar, sino de recibir. Y no me refiero a recibir de los demás, sino recibir lo que fue dado a la humanidad entera hace más de dos mil años. Esta época tiene como centro al Ser divino dado a la humanidad. Este regalo proveniente de Dios, supera todo lo que nosotros como padres podemos soñar en darles.

Recibir, por cierto, implica que debemos hacer el esfuerzo de extender nuestras manos a lo que ha sido dado. Se trata de pasar a la acción y no quedarnos solo en la contemplación. Ocuparnos en abrazar el don divino, y hacerlo nuestro, requiere más que simplemente contemplar el cuadro del nacimiento; exige tener un corazón receptivo. Esto es lo que debería inspirar cada temporada navideña. 

Permitamos que esta Navidad nuestros hijos reciban el regalo de comprender que existe un Padre celestial, quien quiere proveerles dirección y protección, muy superiores a lo que nosotros podemos lograr en nuestras fuerzas.

Entreguémosles el regalo que tendrán siempre disponible y que no se degrada, no se rompe ni pasa de moda. Regalemos el conocimiento del mayor amor que encontrarán en este mundo y que los guardará aun cuando ya no estemos con ellos. 

Llevémoslos al pesebre, ahí donde Dios entregó al único Camino para llegar a Él. Guiémoslos a la reflexión y acerquémoslos a la vida del Redentor. Conduzcámoslos a observar la realidad de la historia del nacimiento. Reconocer  las implicaciones que esto tiene en sus vidas y en las nuestras, es mucho más profundo y valioso que lo ofrecido en cualquier escaparate. 

Demos regalos, pero no olvidemos que el obsequio más grande, por medio del cual encontrarán verdadera felicidad y alegría continua, es una relación con Jesucristo, la cual podrán transmitir a sus propios hijos cuando llegue el momento.

¡Qué magnífica historia podrán contar nuestros hijos! Acerca de aquella Navidad en la que recibieron el mejor regalo de sus vidas y que no fue comprado en una tienda.


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