La bendición de gozar a los familiares de la tercera edad

Foto por Irais Téllez

Foto por Irais Téllez

En acción de gracias por los que cuentan con la bendición de tenerlos en vida

Por el ingeniero Victoriano Báez Camargo 

Hace un tiempo recibí un video muy impactante sobre el trato a nuestros adultos mayores que dejó honda huella en mí. Sobre todo, ahora que estoy próximo a cumplir mis 80 años, me ubico en la realidad de llegar a la edad del tesoro, de oro, de la Gran Bendición, de la última milla.

El video en cuestión, el cual trataré de resumir, empieza con el relato de un padre que unas semanas antes sufrió la muerte de su esposa amada.  En una tarde fría, recibe de forma inesperada la visita de sus dos hijos, profesionales exitosos. 

La plática es en torno a su futuro. Ellos tratan de convencerlo de que lo mejor es vivir en un hogar para ancianos ya que las recámaras de sus amplios apartamentos están ocupadas y por lo tanto no puede vivir ni con uno ni con el otro. 

La posibilidad de contratar cuidado externo sería, en tiempos de crisis, una pequeña fortuna al final de cada mes. La mejor solución es vender la casa y emplear el dinero para pagar los gastos del hogar de retiro. 

El anciano se rinde por no tener más fuerzas para enfrentar tanta ingratitud y frialdad. Inmerso en lágrimas, cierra sus labios y no habla del sacrificio que hizo durante toda su vida para financiar los estudios de ambos.  

De ahí sin decir una sola palabra, decide juntar sus pertenencias en dos maletas. Con ellas se traslada al hogar para ancianos, lejos de los hijos y los nietos. En los brazos de la soledad, reconoce que no logró enseñar valores morales a sus hijos ni la virtud llamada gratitud.   

La enseñanza es que la gratitud hay que forjarla, no viene incluida en el corazón de los humanos, a no ser que ante todas las cosas se les haya inculcado amor y temor a Dios. Confieso que no pude contenerme, mis ojos se inundaron y se me hizo un nudo en la garganta.

En consecuencia, solicitando de mis lectores su anuencia me atrevo a compartir nuestro testimonio de familia. 

Después de casi nueve años de noviazgo, llegó el momento. Virginia y yo nos casamos  el 13 de septiembre de 1968. El matrimonio civil se celebró en la biblioteca de mi papá en casa, rodeados de las dos familias, y con miras a que la ceremonia religiosa fuese dos meses después. 

Mi mami, Urania, se había recuperado de un serio infarto ocurrido 8 años antes y recién había regresado de una alegre estadía en Hawái al lado de mi hermana Rosenda y mi cuñado Jiro. Sin embargo, unas semanas después sufrió otro infarto definitivo. 

Todos los planes para el matrimonio religioso se desplomaron y fue, bajo la insistencia amorosa de mi papacito, que decidimos seguir adelante. El 13 de noviembre celebramos nuestra boda en la Iglesia La Santísima Trinidad donde nos conocimos, y disfrutamos una inolvidable luna de miel en Hawái. 

Sin embargo, nos agobiaba la situación del futuro de mi papá en soledad y así, después de mucha oración y el apoyo de los papás de Virgen, tomamos la decisión de que al regreso de la luna de miel nos quedaríamos a vivir con Don Gonzalo. 

Hubo necesidad de cancelar la compra de una casa al norte de la ciudad, de algunos muebles y enseres. Y así, nos instalamos en la casa paterna y dos años después iniciamos el proyecto de comprarla, culminando en 1976.

Puedo testificar junto con mi esposa y mis hijitas Lissi y Karenita, que tuvimos la gran bendición de convivir con el abuelito, quien muy sabiamente supo conducirse en completo respeto a nuestra independencia matrimonial. Y así, disfrutamos de 15 años de una vida familiar feliz; de un papá y un abuelito integrado a nuestra familia en la koinonía de vida cristiana evangélica, con un papá ejemplar, un abuelito juguetón y amoroso en extremo. 

Después de la partida de mi mamá, la de mi hermano unos años más tarde y durante su postrera enfermedad, pudimos aquilatar su fe y certeza en la anhelada vida eterna y hoy podemos dar testimonio de que siempre nos alentó y animó a confiar en la voluntad de Dios, ejerciendo una capellanía con toda la familia hasta su Coronación el 31 de agosto de 1983 y siempre “con la mano en la mancera” hasta el final.

Todavía hasta la fecha, el recuerdo de las vivencias y experiencias de vida con él, nos une en gratitud a Dios por la enorme bendición que fue convivir con Don Gonzalo. Podemos afirmar que hicimos todo lo necesario para que su viudez fuera una etapa más de vida y no una pesada carga de soledad; y que durante su enfermedad, nada, pero nada quedó pendiente por hacerse. 

Confiamos en que nuestro testimonio sirva de inspiración a aquellos que tienen todavía la bendición de tener a sus padres, invitándolos a no dejarlos solos, gozar de su presencia y acompañarlos muy de cerca mientras el Señor se los conceda en vida. Y que cuando llegue el momento sublime de las Coronaciones puedan decir, como nosotros: «No quedó nada pendiente por hacer».


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